“LA VIDA QUE SUEÑO”
El director Giuseppe Piccioni recurre al modelo de La amante del teniente francés para narrar la historia de una pareja escindida por el cine.
› Por Horacio Bernades
Dirección: Giuseppe Piccioni.
Guión: G. Piccioni y Linda Ferri.
Intérpretes: Luigi Lo Cascio, Sandra Ceccarelli, Galatea Ranzi, Fabio Camilli y Ninni Bruschetta.
“¿Alguna mujer te hizo sufrir alguna vez?”, le pregunta Laura a Stefano en uno de sus primeros encuentros, y no hace falta haber tomado un curso sobre “Anticipación de información en el cine de ficción” para adivinar que al impenetrable Stefano le tocará sufrir esta vez. ¿A manos de quién? Tampoco es difícil sospecharlo, teniendo en cuenta la intensidad con que escruta el hombre a la aparentemente frágil y quebradiza Laura. Quien haya visto Fuera del mundo, única película de Giuseppe Piccioni estrenada hasta la fecha en Argentina, no andará errado si conjetura que, como en aquel caso, saldrá mejor parada ella que él. Al igual que en aquella historia de amor imposible entre el tintorero y la monja, también aquí la mujer es el personaje más fuerte. El más íntegro y atractivo de los dos. Como Margherita Buy allí, es posible que Sandra Ceccarelli sea el máximo hallazgo, la gran revelación de una película a la que no le faltan sus más y sus menos. Menos más y más menos que Fuera del mundo, si vamos al caso.
Más larga de lo que debería, a lo largo de sus dos horas y pico La vida que sueño despliega la ardiente, complicada y miserable historia de amor entre Stefano (Luigi Lo Cascio, visto en Los cien pasos y la miniserie La meglio gioventù) y Laura (Sandra Ceccarelli, compartiendo cartel con Lo Cascio por tercera vez). No es una storia d’amore qualunque. Stefano y Laura son actores, y su relación fuera de escena se enredará y confundirá con la de sus personajes, Federico y Eleonora. Para subrayar la deglución de lo real a cargo de la ficción –uno de los muchos temas que Piccioni despliega aquí– el film que ruedan se llama igual que el que lo contiene: La vita che vorrei. Lo mismo sucedía en La amante del teniente francés, modelo tal vez demasiado evidente. Como en el film de Karel Reisz & Harold Pinter, lo que se filma es una película de época. Más específicamente, un melodrama del siglo XIX. La historia es la del hombre sensato, al que una mujer pasional arrastra como sin querer. Diferencias de consistencia entre una y otra, el film británico ahondaba en el carácter vampírico de la ficción por sobre lo real, tema que aquí apenas se esboza.
Con el cine de Visconti como fantasma inevitable en la zona de ficción dentro-de-la-ficción, Piccioni se deja tentar por otras referencias tan clásicas como visibles. Hay una alusión al paso a La malvada (una oscura aspirante a actriz le confiesa a la prima donna una admiración que se sospecha enfermiza), una innecesariamente subrayada de La dama de las camelias y otra igualmente literal de Nace una estrella, cuya mecánica básica La vida que sueño se aplica a reproducir. También aquí la relación entre actor consagrado y actriz principiante termina invirtiéndose, con Laura ascendiendo al estrellato mientras Stefano baja en caída libre. Los contrapuestos abordajes de la actuación (Laura necesita identificarse con el personaje, mientras Stefano jamás permite que persona y personaje se confundan), la desesperada necesidad de convertirse en otro, la mirada de los demás y la ambigüedad de las máscaras son otros de los temas que Piccioni roza, en una película en la que el todo termina resultando menos que las partes.
Confirmando el sentido del encuadre y la composición en pantalla ancha que Fuera del mundo dejaba ver, utilizando fragmentos musicales excesivamente tipificados (Verdi, Samuel Barber), en el debe de La vida que sueño habrá que anotar la abrupta aparición de un personaje psicopático (Raffaele, perseguidor de Laura) y cierta derivación dramática final, ambas perfectamente innecesarias. En el haber raya a gran altura Sandra Ceccarelli, capaz de transmitir quiebres profundos, densas melancolías y altas intensidades amorosas, sin dar jamás la sensación de “estar actuando”. Basta recordar a la igualmente soberbia Margherita Buy de Fuori dal mondo, para sospechar en il signore Piccioni a alguien capaz de conducir a sus actrices con tanta soltura como Federico, cuando toma de la cintura a Eleonora y la hace girar suavemente. Es la mitad del metraje y ambos bailan el vals, sin asomos de sospecha por la amargura que viene, tan indefectible como en toda tragedia.
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