MANUEL MORETTI Y ACHO ESTOL TOCARáN JUNTOS EN ULTRA
El cantante de Estelares y la mitad masculina de La Chicana confluirán en el escenario para, desde la amistad, acercarse a los sonidos que menos transita cada uno, pero que forman parte de una “caja de herramientas” similar.
› Por Cristian Vitale
El PH de Acho recibe visitantes con dos fotos gigantes de Mao. Una tiene toda la intención de reproducir, en amplio, una eventual arenga del chino –en chino– a la revolución cultural. La otra parece de una época más tardía. Más identificada, tal vez, con el Tse-Tung conservador, el que duda de los beneficios de aquella patriada y la da por concluida. Cuatro pasos más hacia el fondo, la iconografía hogareña se diversifica en varios planos: un piano de batalla se entremezcla con fotos a escala standard del Bhagavad-guitá, el libro sagrado de los hare krishnas, cuadros de Jesús, fotos de Eva Perón y mil discos –o más– en los que Rubén Blades y Kiko Veneno yacen muy cerca del Cuchi Leguizamón y Liliana Herrero, y así. El veredicto visual da un sincretismo clavado. O, visto de otra forma, una especie de maoísmo lisérgico, ensoñado. “Igual, lo religioso es sólo porque me gustan los dibujos”, se ríe la pata masculina de La Chicana, que comparte vida, casa y música con Dolores Solá. Y que, en la coyuntura, está a punto de ofrecer un concierto junto a otro personaje inquieto: Manuel Moretti. “¿Otro sincretismo? Más bien, creo que tenemos la misma caja de herramientas y cada uno usa la herramienta que más le gusta. Manuel aprovecha estos conciertos acústicos para acercarse al tango y yo para alejarme de éste y acercarme al rock o a una canción de autor que no necesariamente sea tanguera”, arranca Estol, mientras el cantor y autor de Estelares le sostiene la mirada de coté en el sillón que ocupa el extremo del living y redondea el primer círculo: “Es eso, sí, y también la confluencia de cariños que nos tenemos”.
O trata de redondearlo, porque el círculo completo se podrá cerrar con nitidez recién cuando ambos pisen el escenario del Ultra (San Martín 678), hoy y el próximo jueves a las 21. Y activen un cruce de plumas y sonidos que dieron en llamar “El rocknauta de la tangopista”. “No es un nombre muy ‘ganchero’ para vender, pero todo bien”, se ríe Estol. “Lo tomamos de aquel libro de Cortázar (Los autonautas de la cosmopista) y creemos que refleja muy bien ese encuentro, ese diagrama de Venn en el que la intersección del tango con la canción y el rock aparece definida de una forma surrealista. Pienso a este encuentro no como una fusión, sino como un entrar por la calle del rock y aparecer en la del tango. O como un living con margen abierto a la improvisación, a cosas que no podemos predecir y que van a surgir en el encuentro”, se pronuncia Acho, ante la inminencia de un concierto que, dicho está, resolverá tango, rock y simples canciones en dos horas de música. Que tendrá al director musical de La Chicana presentando temas de su último disco (Perro que ladra y muerde) y a Moretti cantando tangos al piano o temas de Estol (“Ese bar”, “El desertor” o “Mi involución”) con su autor al lado. “Disfruto del encuentro, porque son shows que me permiten tomar cierto aire de Estelares y proponer algo más intimista. Con Acho ejercito la veta de intérprete”, cuenta Moretti.
Dicen que el primer encuentro real entre ambos fue en los camarines del Ateneo y que tiempo después, tras cerrar varios códigos en común, el de La Chicana invitó al de Estelares a ponerle voz a un tema del disco Buenosairius (“El Desertor”) y el vínculo siguió su curso. “Creo que lo que nos unió directamente fue la canción de autor que, en mi caso, es lo primero que me relaciona con la música. Digamos que comimos del mismo alimento”, sostiene Moretti que, paradoja al plato, entró al mundo de la música a través del tango y de la música melódica. “En verdad, llegué a la música desde las drogas, desesperado, y mi primera banda era tremendamente corrosiva, pero lo que ya tenía como data familiar era la música que escuchaba mi viejo, viajes y viajes en camión escuchando tangos con él, y mi vieja escuchaba lo melódico. Y todo eso mezclado con Velvet Underground, Lou Reed y Bowie”, se historiza Moretti, que aprovechó un alto en la batalla con Estelares también para refrendar su cantor tanguero. “Este es un formato que implemento sólo tres o cuatro veces al año, porque Estelares me demanda mucho tiempo. Pero hay una necesidad en mí, que es la de cantar tangos, y necesito probarla”, cuenta el Estelar, mientras la banda se apresta a festejar veinte años de existencia con la presentación del CD DVD Vivo Gran Rex, a fines de agosto en el teatro de la calle Corrientes.
El breve lapsus de Estol, en tanto, ocurre poco antes de grabar el próximo disco de La Chicana en Porto Alegre, y con amigos gauchos, por supuesto. “Con La Chicana hemos hecho treinta giras mundiales, tantos escenarios grandes, tanta cosa orquestal que este tipo de shows me genera estar más relajado. Puedo relajar porque es íntimo, y me permite explorar cosas en otros tiempos. Perro que ladra y muerde, por caso, lo pensé en noviembre del año pasado, porque se atrasó el que vamos a grabar en Brasil con La Chicana, y dije ‘¿qué hago ahora?’, y lo saqué, algo que no puedo hacer con La Chicana. Digamos que es un arrebato que sólo puedo hacer con un disco solista, con un disco en blanco y negro, despojado”, desarrolla el cantautor, y ahonda en la compatibilidad de caracteres estéticos que lo une a Moretti. “Siento mucha identificación con los personajes que retrata Manuel, porque son muy parecidos a los que me gusta retratar a mí. Ellos tienen algo de perdedor, pero del perdedor con dignidad, con redención, y una mirada sutil y cotidiana, que se extrapola a algo más grande. Me pasa mucho con él que escucho una canción suya y digo, ‘tendría que haberla escrito yo’. Lo confieso sin ninguna vergüenza”, sentencia Estol.
“Siento que, corrida del género tango que es cierto que impone reglas, la canción de autor de Acho es descriptiva, sensible, simbólica, desesperada, afiebrada y lúdica. Lo que noto en su manera de escribir es que utiliza mucho bagaje en la palabra y la música, y yo tal vez sea más sintético. Pero la intención es retratar siempre dicha, desesperación, miseria o virtud en la fórmula melodía, armonía, verso. Poder registrar en tres, cuatro o cinco minutos sensaciones que son enormes para cada uno”, devuelve Moretti por su lado, y le deja la última elipsis –el remate que faltaba– a su interlocutor. “La verdad es que el complemento entre ambos también tiene ribetes insospechados... yo llegué a las drogas por la música, exactamente al revés”, se ríe Estol, y cierra la puerta hasta que su guitarra se prenda en mi y transcurra hacia destinos también insospechados.
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