DOS DíAS INTENSOS PARA LA SEXTA EDICIóN DEL ENCUENTRO GENERACIóN XXI
Organizado por Cultura Nación, el encuentro en San Luis propició una serie de riquísimos intercambios, tanto de palabras como musicales. Y hubo lugar para un debate sobre la actualidad de los festivales y la pertenencia o no del rock a la música argentina.
› Por Cristian Vitale
Lugar raro e intenso, San Luis. Sorpresivo, y de alto impacto. No es moneda corriente, yendo a lo fáctico, que a alguien se le ocurra clavar un autódromo en medio de un bellísimo pueblo serrano como Potrero de Funes, y cortar la conexión natural entre sierras, lago, casitas lindas y vegetación, con paredones de alambre, puentes, rugido de motores y tribunas. Tampoco que esos mismos “alguien” –los hermanos Rodríguez Saá– construyan “su” casa de gobierno intentando emular la arquitectura de las pirámides egipcias –le dicen “la pirámide trunca”– o un Cabildo igual al de 1810, pero en medio de un paraje casi desértico. Por suerte, San Luis es tan única y sorpresiva que no sólo pasan tales cosas. También pueden derramarse ideas en otros sentidos y provocar que, por caso, una ponencia magistral cuyo tópico iba a ser una charla solista de Víctor Pintos sobre “el abuelo de todos” (Atahualpa Yupanqui) termine virando su impronta hacia un muy enriquecedor cruce de visiones entre el periodista de Olavarría y don Juan Falú.
Un riquísimo cruce –en el marco de la sexta edición del Encuentro Generación XXI– que derivó en intercambios respetuosos pero firmes entre dos pensamientos contrastantes sobre la música popular argentina. La de un Falú, posicionado en una férrea defensa del folklore argentino, y la de un Pintos más inclusivo, más abierto al rock y otras miradas. “Durante mucho tiempo fui considerado un periodista de rock, pero siempre escuché folklore y otras músicas del mundo, así que puedo tocar en varias orquestas”, arrancó Pintos. “El asunto es así: siempre me pareció un despropósito histórico que en la Argentina llamemos a nuestras músicas tango y folklore e incluso me parece que, habiendo pasado cincuenta años de su introducción en el país y pensando en algunas obras y algunos artistas, se me ocurre pensar que el rock argentino debería ser también integrado al folklore. Pienso: ¿acaso las obras de Luis Alberto Spinetta, Litto Nebbia, Javier Martínez o León Gieco no forman parte del folklore de este país? ¿No es hoy una tarea central redefinir la idea de folklore argentino?”, lanzó Pintos y puso el dedo en la llaga.
Falú, por supuesto, no demoró en tomar la posta, y profundizar en uno de los sentidos clave de este auténtico encuentro organizado por Cultura Nación, coordinado por José Ceña y amparado, esta vez, en la generosidad de la Universidad Nacional de San Luis: el de aportar opiniones y herramientas al diálogo entre la música de raíz y otros géneros, entre ellos el rock, claro. “Me estás metiendo en un lío”, contestó el guitarrista tucumano al periodista y, entre risas, volcó su punto de vista sin ningún prurito. “Yo no tengo objetividad para tratar este tema porque a mí no me gusta el rock. Soy de los que piensa que el rock es una forma de colonización... ha cambiado el modo de cantar y ha impuesto un concepto de la música que para mí ha sido pernicioso, como las grandes masas de volúmenes o el desprecio por los arreglos. Pero esto lo digo como músico, ojo... si tuviera que hablar como espectador, no puedo negar que se ha ganado su lugar, y ha sido cultivado por muchos jóvenes, a quienes las canciones les han generado una conciencia. No puedo negar eso, pero no considero el rock como un género que me inspire algún tipo de respeto en términos musicales”, consideró Falú, ante un debate que sumó sustancia a la esencia del encuentro.
Tanto como otra de las jugosas charlas-debate que proponen los organizadores en cada región que pisan. En este caso, la de la mesa “Festivales, peñas y encuentros como espacios de desarrollo de la música popular”, de la que participaron Hernán Tarasconi, Fernando Guzmán, Ini Ceverino y Mabel Guzmán (todos de la región), más el mismo Falú que tampoco escamoteó ideas en este sentido. “En realidad, yo detesto los festivales, detesto lo rápido y lo fuerte como fórmula de la música entradora, pero excluyo a Cosquín de esta definición, porque para mí Cosquín es realmente un lugar muy importante de la cultura nacional, independientemente de lo que pase en el escenario. En Cosquín pasa de todo, es innegable que es un lugar de controversias sobre la cultura nacional... es en sí mismo un debate enorme sobre nuestra cultura, y para mí está bien que así sea”, testimonió el tucumano.
En la misma mesa, la cantante puntana Mabel Guzmán agregó una mirada más escéptica aún sobre los festivales. “¿Hacen los festivales algún aporte a la música argentina?, no sé”, se permitió dudar Guzmán en el microcine de la USLN. “La realidad a veces me hace sentir más cómoda en una peña, donde puedo escuchar otras propuestas. Si bien existen algunas que son como minifestivales donde prevalece la excitación sobre la emoción, hay otras que luchan por mantener un perfil más austero, donde se produce una comunión verdadera entre el artista y el público.” Ini Ceverino, por su parte, deslizó su visión crítica por el mismo carril. “Yo no sé a quién representan los grandes festivales, las luces, la cantidad de gente, en fin, pareciera que lo que interesa es lo mega y no el contenido. Hay muchos grandes maestros, como Raúl Carnota, por ejemplo, a los que cada vez les interesa menos estar en festivales. Directamente no van, porque los define el mercado y no una comisión con un criterio artístico o estético”, opinó la notable cantante mendocina.
Por supuesto que el encuentro –dos días a pleno entre sierras, ribetes bizarros y clima cambiante– sumó también la bella muestra Para no morir, relato visual del fotógrafo Eduardo Fisicaro en homenaje a Hamlet Lima Quintana; un tributo al dúo AlfonsoZabala por parte de los músicos Martín Castro, Jorge Paredes y Polo Martí; otras charlas que versaron sobre la nueva canción de raíz folklórica, la canción folklórica cuyana y su presencia en los medios de comunicación, o los institutos para la enseñanza de música; el consabido taller para la autogestión de producciones independientes, a cargo de Diego Zapico, y, fundamental para la “praxis” del encuentro, dos noches musicales de sustancioso peso específico: la primera, rica en interrelaciones y encuentros, que entremezcló al notable trío cuyano Corazón Guitarrero con un puntal de la zona: Tilín Orozco. A otro trío de gatos, tonadas y cuecas (Gente del sur), que se le animó a Pulpa (gema de Orozco-Barrientos), en aire de zamba, y un intrépido sexteto sanjuanino, cuyo nombre hace honor a su impronta: Alquimia Cuyana. Y la segunda que, en un anfiteatro casi repleto, intervino a Los Guzmán –créditos de Villa Mercedes–, el fino trovador de Concarán Sergio Zabala, los dúos MarzialiLondra y Cuyanova (claves para la región), y un final a todo Falú, que sintetizó la jornada –en palabras y músicas– mediante un gato reparador: “De la raíz a la copa”.
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