“ME ALIMENTO DE IMáGENES DE MI BARRIO”
Oriundo de Lanús, donde sigue viviendo, el autor de Piernas entrelazadas estrenó en el Centro Cultural de la Cooperación una obra surgida de sus recuerdos de infancia. “Lanús tiene una historia obrera que todavía está en la gente”, sostiene.
› Por María Daniela Yaccar
Cuando tenía siete, ocho años, Omar Aita vivía en Lanús, igual que ahora. En aquel entonces solían hacerse en el barrio carreras de bicicletas, organizadas por el Club Moreno. El acontecimiento se repetía en cada fiesta patria. “Había un padre que tenía dos chicos de mi edad. Los hacía correr aunque ellos no querían. Entonces, perdían siempre. Cuando llegaban tarde a la meta, los agarraba del cuello y les pegaba dos cachetadas a cada uno. Esa imagen me quedó como algo terrorífico”, cuenta a Página/12 el dramaturgo y director. Es ese recuerdo el que inspiró su nuevo trabajo, un grotesco de actuaciones deliberadamente exageradas y esperpénticas, que se llama Familia Vancini y Antonia su mujer. Aquí hay un padre obsesionado con el éxito, que obliga a su hija a entrenarse duramente –y en contra de su voluntad– para ganar la próxima carrera que se realizará en el barrio.
“En esta pequeña historia cuento un mundo”, sostiene Aita. “Me parecía que en el recuerdo de ese padre y esos hijos, esa carrera de bicicletas y este barrio había un mundo ‘contable’. La fiesta popular de ese tipo lamentablemente se perdió: recuerdo los 9 de Julio, los 25 de Mayo, con piñatas, desfiles de bomberos y equilibristas. Estos recuerdos me motivan a escribir”, se explaya. Familia Vancini y Antonia su mujer se presenta los domingos a las 20.15 en el Centro Cultural de la Cooperación, Avenida Corrientes 1543.
–Piernas entrelazadas, otra obra de su autoría, también partía de un recuerdo: el de tres vecinas atravesadas por la figura de Evita.
–Varias de mis obras parten de imágenes de mi barrio; de mi niñez, mi adolescencia o mi juventud. El mal de la paloma, El canto de la oveja y Familia Vancini... conforman una trilogía, porque tienen imágenes similares. Se ve que fui un niño observador. Sigo siendo un observador de todo. Me nutro mucho de mi barrio: he vivido en Capital, pero no me gusta para vivir, sí para trabajar. Lanús tiene un paisaje urbano que me gusta. Tiene una historia obrera, importante en todo lo que refiere al trabajador. Esta zona se hizo a pulmón, y esto está en la gente.
–¿La obra habla de la búsqueda de la prosperidad y de la imposibilidad de conseguirla, y de la violencia que se emplea para lograr este objetivo?
–Cuando uno escribe no se propone objetivos, sino que transita un imaginario. No guío el texto ideológicamente, está transitado sensiblemente. Obviamente, al terminar de escribir, uno descubre que el mundo que le apareció dice algo: creo que tiene vigencia en nuestra sociedad. La violencia que se ve en la obra está en todas las clases, de diferente modo. Es la violencia del poder que somete y que usa a su gente en sus debilidades. La del despotismo y la tiranía; el poder que no resuelve nada. Uno puede transpolar tranquilamente esta historia a otros planos: el político, por ejemplo.
–Aunque la violencia esté en todas las clases sociales, la obra hace foco en la clase baja. ¿Por qué?
–Mi barrio no es pobre, es un barrio de clase media. Pero en su momento fue un barrio obrero. La violencia que está en la obra existía, aunque estaba solapada. Se veía en este padre que les pegaba a sus hijos. Y en muchas otras historias de abuso sexual, por ejemplo. Esto pasa. Lo vemos en cualquier lado. Trato de poner en mis obras lo no observado. Me parece más potente para este caso mostrar la realidad de una clase baja. Además, es la imagen que yo tenía. El grotesco no muestra, en general, a las clases altas, sino a las bajas. Y lo ve la clase media. En general, golpea. Si tengo que calificar esta obra es un grotesco violento, casi esperpéntico. Igual, los géneros no tienen un límite. De repente en un grotesco hay absurdo o a la inversa, definir por género es bastante difícil. Soy un admirador de (Armando) Discépolo, aunque nunca trabajé textos suyos. No me animo.
–Las actuaciones tienen un estilo muy particular. ¿“Exagerado” sería la palabra?
–Justamente, para que los actores me entendieran usaba ese término. “Lo que quiero es que exageren”, les decía. El actor no quiere exagerar, porque siente que es falsear. Pero si la pulsión emotiva conduce a esa exageración, hay que respetarla. ¡Somos todos descendientes de tanos! Tuvimos muchas charlas sobre lo que yo quería, porque era difícil de explicar. Con el correr del tiempo se fue entendiendo y se empezó a unificar. Aquí lo corporal tiene un lenguaje que se suma al texto. El cuerpo habla, dice. Las palabras tienen trascendencia a través de esos cuerpos.
–En el programa de mano dice que Leandro Aita, actor de la obra, entrenó a los actores para manejar la violencia escénica. ¿Cómo fue ese trabajo?
–Leandro es actor, acróbata y prepara en violencia escénica. Nos ayudó mucho para que los actores pudieron afrontar esa tensión. Si hacen mal una escena de violencia se pueden lastimar de veras. En la obra hay cosas fuertes: patadas en el estómago, cachetazos, golpes en la cabeza. Y nadie se lastima. Está todo bien preparadito.
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