BERLINALE CINE Y LUCHA ARMADA EN DOS DOCUMENTALES SOBRE ALEMANIA EN LOS ’60
A la espera de los resultados de la premiación oficial de esta noche, el festival ofreció dos valiosas aproximaciones al explosivo clima político y cultural del país en los ’60: Une Jeunesse Allemande y Fassbinder - Amar sin exigencias.
› Por Luciano Monteagudo
Página/12 En Alemania
Desde Berlín
Hoy es noche de Osos en la Berlinale. Los films en danza son varios y no conviene adelantar pronósticos, porque entre los 19 títulos que compiten por los premios no ha habido películas clave, de esas que inmediatamente concitan consenso y se perfilan como ganadoras. El botón de nácar, del chileno Patricio Guzmán, por ejemplo, ha sido bien recibida, pero la coincidencia generalizada, sin embargo, es que no está a la altura de su obra anterior, Nostalgia de la luz. Y los documentales siempre parecen jugar de visitantes en las competencias de los grandes festivales. En las encuestas con la crítica que publican tanto el diario alemán Der Tagespiegel como la revista especializada Screen International tienen buen promedio Bajo las sombras eléctricas, ambicioso film ruso de Aleksei Guerman (h.), que acusa influencias tanto del cine de su padre como del de Theo Angelopoulos; Afterim!, del rumano Radu Jude, y Taxi, del iraní Jafar Panahi. Pero mientras delibera el jurado presidido por Darren Aronofsky –difícil predecir los gustos de un director que ha hecho películas tan disímiles como Réquiem por un sueño, El luchador y El cisne negro– es buen momento para hacer un repaso de un par de títulos que estuvieron en otras secciones de la Berlinale y que, en algunos casos, terminaron resultando más interesantes que varios de los de la competencia oficial.
Es el caso de Une Jeunesse Allemande, documental del francés Jean-Gabriel Périot, que pasa revista de una manera muy rigurosa a la radicalización política de una parte de la juventud alemana de los años ’60, algo así como el semillero de lo que luego sería la Rote Armee Fraktion (RAF), el grupo armado fundado por Andreas Baader and Ulrike Meinhof, protagonistas de algunos de los atentados más resonantes de su época y que terminarían muertos, de manera sumamente sospechosa, en la prisión de extrema seguridad de Stammhein. Toda esta última etapa del grupo supo ser abordada por distintas ficciones (de Reinhard Hauff a Christian Petzold, pasando por Margarethe von Trotta), pero la novedad que aporta el documental de Périot no sólo reside en que se nutre única y exclusivamente de valiosísimo material de archivo. También descubre los vínculos entre ese movimiento y el cine alemán más radical de su época.
De hecho, Une Jeunesse Allemande viene a recordar no sólo que, como periodista, Ulrike Meinhof fue una prominente figura mediática de aquel momento, presente en todo tipo de debates televisivos, sino que otros dos miembros esenciales del grupo, Holger Meins y Gudrun Ensslin, participaron del movimiento cinematográfico que surgió a partir de la creación de la escuela de cine de Berlín, la DFFB, fundada en 1966. A los fragmentos de los films de Meins como director y de Ensslin como actriz, Une Jeunesse Allemande suma materiales de Hartmut Bitomsky o imágenes del joven Harun Farocki manifestando contra el “Faschismus”, además de extractos de films de la época de Godard y Antonioni. El resultado es un collage tan informativo como fascinante, que consigue dar cuenta cabal de aquel zeitgeist, del encendido clima político y cultural de toda una era.
Si hubo un nombre famoso que fue rechazado no sólo una sino dos veces por la Deutsche Film und Fernsehakademie Berlin, la escuela de cine en la que Meins, Bitomsky y Farocki hicieron cada uno a su manera –por así decirlo– sus primeras armas, ése fue el de Rainer Werner Fassbinder, el director alemán más importante del último medio siglo. A su modo, Fassbinder fue parte esencial de aquel zeitgeist. De hecho, uno de los momentos más intensos de Une Jeunesse Allemande es el extracto de su famosa intervención en el film colectivo Alemania en otoño (1978), cuando discute acaloradamente con su madre, Lilo Pempeit, acerca de la situación política de su país luego de la muerte de Baader y Meinhof. Y a él está dedicado el documental Fassbinder - Lieben ohne zu fordern (Fassbinder - Amar sin exigencias), del crítico y cineasta danés Christian Braad Thomsen.
¿Qué tiene de nuevo para aportar esta película entre todo lo que ya se ha dicho y hecho sobre Fassbinder? Bastante, por cierto, empezando por dos prolongadísimas entrevistas –inéditas hasta ahora– que Thomsen llegó a realizarle a Fassbinder con su cámara y su grabador, en dos etapas distintas de su carrera, y en las que el director alemán se expresa con una libertad y una confianza inusuales, como si estuviera hablando antes con un amigo que con un periodista.
La primera de esas dos entrevistas es inmediatamente posterior al estreno de El amor es más frío que la muerte aquí mismo, en la Berlinale de 1969. Era su ópera prima, Fassbinder tenía apenas 24 años y los abucheos e insultos del público del Zoo Palast –documentados también en el film de Thomsen– parecían no hacerle daño, incluso fortalecerlo, como lo prueba la conferencia de prensa posterior a la proyección, donde es él –enfundado en su icónica campera de cuero negra– quien desafía al periodismo. Pero en la entrevista con el crítico danés, Fassbinder no expresa agresividad alguna: son sus conceptos los que resultan revulsivos, cuando dice admirar cierto cine de Hollywood, pero que está dispuesto a subvertir sus códigos narrativos y su ideología, que es exactamente lo que acababa de hacer con el cine negro en Liebe ist kälter als der tod.
La segunda entrevista de Thomsen es casi diez años posterior, de 1978, cuando Fassbinder estaba presentando en el Festival de Cannes Desesperación, basado en la novela de Vladimir Nabokov. Y es a Fassbinder a quien se lo ve si no desesperado al menos desesperanzado, pesimista y exhausto, como si estuviera anticipando su muerte, que llegaría cuatro años después, a los 37 años, y con casi cincuenta películas y telefilms realizados en apenas tres lustros. Sin embargo, en una rara intimidad con Thomsen, habla de su infancia, de las simpatías nazis de su madre, de su idea de familia (una institución a la que su cine siempre contribuyó a minar) y hasta de su no del todo elaborado, contradictorio deseo de ser padre. Al año siguiente, obsesionado todavía por el trágico final del grupo Baader-Meinhoff, Fassbinder filmaría La tercera generación. Pero fiel a su espíritu anarquista, lo que muestra allí es una célula terrorista enceguecida por la soberbia, por la propia idea de su importancia histórica y manipulada por el gran capital internacional, que sólo busca suscitar la implantación de una política represiva. Los acontecimientos posteriores no harían sino darle la razón.
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