ENTREVISTA AL DISEÑADOR Y PROFESOR ENRIC SATUE
Curador de la muestra “Listos para leer”, que se presenta en el Centro Cultural de España, este especialista reflexiona acerca de la naturaleza y las particularidades del libro actual.
› Por Silvina Friera
El libro es un objeto complejo, fascinante e indescifrable. Los lectores, no menos complejos, tienen un repertorio de gestos que repiten durante la lectura: miran lo que tienen entre las manos, lo tocan, hasta pueden olfatear el papel o la tinta. A los fetichistas del diseño gráfico no les faltarán razones para indigestarse con la muestra Listos para leer, que se presenta de lunes a viernes de 9.30 a 20.30 y los sábados de 10.30 a 14 en el Centro Cultural de España (Paraná 1159). La sala parece una biblioteca posmoderna con paredes muy blancas y despojadas, un par de mesas y lámparas y más de 300 libros de literatura, ensayo, arquitectura, arte y diseño, colecciones infantiles y juveniles y libros de artistas de la industria editorial española de los últimos cinco años. Enric Satué, responsable de la selección de los libros, diseñador gráfico con más de treinta años de trayectoria, historiador del diseño y profesor universitario, recorre esta exposición, que ya estuvo en Nueva York y México, como un médico que está chequeando los signos vitales de sus pacientes. “El estado de salud del diseño editorial español es muy satisfactorio”, dice en la entrevista con Página/12.
No es un especialista en estadísticas, pero cuenta que el diseño de libros ha crecido “muchísimo” porque la industria editorial está en constante expansión. “No sé por qué extraños mecanismos el libro está conociendo en los últimos años un aumento en las ventas verdaderamente extraordinario. En España se editan 60.000 novedades al año, algo que es absolutamente descomunal –explica–. Y, sin embargo, el nivel de interés por la lectura no es tan alto como podría desprenderse de estos datos estadísticos que manifiestan una evidente bonanza del mercado editorial.” Satué subraya una de las consecuencias más paradójicas de la globalización: “La mejora general en el diseño reduce, mitiga y oscurece la posibilidad de que se produzcan libros en los cuales el diseño sea un elemento artístico original. Quizás este aspecto tan minoritario y selecto haya desaparecido en beneficio de un diseño muy competitivo y profesional, que, influido por el fenómeno de la globalización, empieza a hacer que sea un tanto difícil deducir de la cubierta de un libro si estamos ante un libro de factura española, suiza o inglesa”.
–¿Por qué tienden a desaparecer los rasgos de identidad?
–Hay imágenes que son de uso universal, por lo tanto las fronteras están completamente borradas. El tratamiento instrumental, el hecho de haber reducido nuestros elementos de trabajo a una sola herramienta perfecta, precisa y eficaz como es la computadora, es otra forma que iguala el repertorio de peculiaridades que antes tenía cada país. Y en última instancia, toda esta corriente de información, de conocimiento, de cultura, que consumimos en todas partes, no hace más que manifestar esa aldea global que visualizó (Marshall) McLuhan. El ingrediente local y cultural se diluye, aunque todavía existe.
–¿Existe un fenómeno de igualación?
–Al libro, por las exigencias del mercado, le pasa un poco lo que a otros sectores de la producción de objetos de consumo. El diseño de automóviles, por ejemplo, tiende a ser muy homogéneo y hay que ser un poco entendido para descubrir que estamos ante un modelo de Renault o de Fiat. Años atrás los automóviles tenían una forma más potente, más singular y propia. Cuanto más popular y masivo es un producto, más tiende a parecerse porque los riesgos de destacarse pueden implicar rechazos o reducir las ventas.
–¿Las pequeñas editoriales, que no se rigen tanto por la competitividad, están a la vanguardia en el diseño de libros?
–Las editoriales no convencionales se arriesgan un poco más en algunos aspectos y experimentan sobre papeles y formatos. Y las más innovadoras son las editoriales de poesía. En este sector con ventas tan reducidas es justamente donde se puede dar ese margen de audacia en el diseño.
–¿Por qué ese margen de audacia parece tan estrecho?
–El libro es un misterio absolutamente indescifrable. Es un objeto tridimensional que, desde que se inventó la imprenta hace 550 años, apenas ha variado, sigue siendo casi exactamente igual. Como producto industrial, sorprende que a más de 500 años no haya cambiado estructuralmente. Todos los demás productos industriales que conozco han sufrido transformaciones extraordinarias. Un coche Ford de 1927 no tiene nada que ver con una Ferrari de última generación, no se parecen en nada. Y, sin embargo, el libro de 2006 es prácticamente igual a un libro de 1455. Y para mí es algo absolutamente maravilloso. Los diseñadores nos estamos moviendo dentro de un sujeto al que no se le pueden hacer muchos cambios.
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