A LOS 88 AÑOS MURIO AYER EL PRODUCTOR ALEJANDRO ROMAY
Icono del espectáculo argentino del último medio siglo, fue un promotor histórico de la producción nacional en la tele. Les dio vida a ciclos clave, desde los almuerzos de Mirtha Legrand hasta Grandes valores del tango, y marcó su tiempo con la producción de telenovelas.
› Por Emanuel Respighi
No es exagerado afirmar que los pensamientos de Alejandro Romay se desarrollaban en formato televisivo. Más específicamente en aquella pantalla de Canal 9 de la que fue amo y señor desde que se hizo cargo en 1963. Le impregnó un estilo personalista y popular durante más de 35 años. Su obsesión por la televisión era tal que, cuenta la leyenda, le era recurrente despertarse exaltado en plena noche, producto de una pesadilla en la que el tormento no era otra cosa que una pantalla de televisión absolutamente en negro, sin ningún contenido que emitir. Excesivo y egocéntrico, autoritario y vanidoso, Romay marcó una época dentro de la TV local, que lo tuvo como uno de los grandes nombres de un medio en el que –-exageraba, convencido– “había inventado todo”. Locutor y productor teatral y televisivo, icono del espectáculo argentino del último medio siglo, Romay falleció ayer a los 88 años, tras darle batalla al mal de Alzheimer diagnosticado en 2011. La noticia de su muerte generó numerosas expresiones de pesar en distintos ámbitos, e inclusive la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, envió sus condolencias a su familia, y destacó que “su extensa trayectoria en el ámbito de la televisión y el espectáculo será por siempre reconocida por el pueblo argentino”. Sus restos son velados en Corrientes 960 (Teatro El Nacional, que era de su propiedad).
Si a cualquier argentino de más de 40 años se le propone elegir a los grandes nombres de la historia de la TV argentina, el de Romay indudablemente es uno de los primeros que se le cruza por la mente. Mediático como pocos, promotor histórico de la producción nacional, en su figura se condensa la visión emprendedora que supo volcar en sus producciones teatrales y televisivas junto a una extravertida y desembozada personalidad. Esa dualidad en tensión fue la que le permitió llevar adelante ideas osadas, como también abusar de un personalismo que lo envalentonaba: solía interrumpir cualquier programa para asumir la transmisión con monólogos que se tornaban interminables a los ojos de los espectadores y de los profesionales, que debían aceptar con la mejor cara de póquer esas habituales intromisiones. Contradictorio, el Zar de la Televisión fue el descubridor de muchas figuras actuales y creador de grandes éxitos, a la vez que el hombre capaz de disfrazarse de Papá Noel en los recordados institucionales de fin de año del 9, o ser el anfitrión de los nunca superados autopremios 9 de Oro. No era una cosa u otra. Era todo eso. El oro y el barro.
Ultimo representante de una época en la que los dueños de los medios eran personas o familias vinculadas al ámbito de la cultura y la comunicación, Romay marca, con su muerte, el fin de una era en la TV argentina. Un período en el que nombres propios y caras omnipresentes manejaban los destinos de las pantallas, desde Goar Mestre en el viejo Canal 13 y Pedro Simoncini en el 11 hasta –más cercano en el tiempo– Héctor Ricardo García en el antiguo Canal 2. Ese culto a la personalización mediática, a cargo de personas apasionadas por lo que hacían, comenzó a derruirse en la década del noventa con la irrupción arrasadora en el ecosistema comunicacional-cultural de corporaciones de capitales extranjeros. Un proceso empresarial que Romay resistió como dueño del 9 hasta 1997, cuando vendió el canal que había construido a su imagen y semejanza al grupo australiano Prime Televisión.
“En los años sesenta yo había construido un canal a mi medida. Una empresa que era una familia y funcionaba de manera horizontal. Una empresa a la que caminé y dirigí personalmente durante cuarenta años en la calle Gelly, o Figueroa Alcorta, o Castex o Salguero, como se prefiera. Pero que no era ese lugar en le que estaba ahora”, escribió Romay alguna vez, explicando los motivos de aquella decisión que ponía fin a su reinado en la pantalla chica, para dedicarse únicamente a la producción sobre las tablas, en calidad de propietario de los teatros El Nacional sobre la calle Corrientes, y del Nuevo Alcalá en Madrid.
Nacido el 29 de enero de 1927 de San Miguel de Tucumán bajo el nombre de Alejandro Argentino Saúl, Romay comenzó su carrera en los medios como locutor de LV7 Radio Tucumán, con apenas 13 años. El profesionalismo y la inquietud que ya mostraba lo llevaron a que al cumplir los 18 fuera nombrado director de Radio Aconquija, a la que llamó Independencia, donde se mantuvo hasta 1947, cuando decidió seguir probando suerte en la Ciudad de Buenos Aires. La carrera de locutor le abrió las puertas en diferentes emisoras de la gran urbe (Rivadavia, Argentina, El Mundo y Mitre, donde empezó a producir distintos ciclos) al punto que años más tarde asumió la dirección de Radio Libertad (actual Radio Del Plata). Su incipiente visión empresarial lo llevó a que en 1960 se hiciera cargo del teatro El Nacional, que aún gestiona su hijo Diego.
La ambición e hiperactividad que mostraba desde joven, sin embargo, iban a encontrar en la pantalla chica al espacio ideal para ser desplegadas. No bien asumió como director general de Canal 9, tras comprar el 60 por ciento de las acciones, Romay le imprimió su sello argentino y popular a una pantalla que hasta entonces se regía bajo los designios de la cadena estadounidense NBC, a cuyo representante no tardó en sacarse de encima. Enquistada la cadena ABC en Canal 11 y la CBS en el 13, el rebautizado Canal 9 Libertad de Romay se convirtió en una emisora con fuerte acento en lo argentino. Bajo su gestión, el 9 se diferenció de las programaciones abastecidas de latas extranjeras de sus competidores, llegando a conformar una grilla totalmente formada con producción local.
Una de las ideas con las que pensó distinguirse fue trasladar el radioteatro a la TV. La primera traslación que llevó adelante fue la de Cabecita negra, que en formato de bloques de 9 minutos se emitió como Simplemente María, con Irma Roy como protagonista. “Así nació el primer gran teleteatro de la televisión argentina”, escribió en sus memorias MemoriZar. El esquema lo repitió con Grandes valores del tango, que después de haberlo producido en radio Mitre lo llevó a la TV, con Silvio Soldán como conductor. Fue un clásico que iba a perdurar en pantalla durante 22 años. Lo mismo hizo con Sábados de la bondad, que durante años y diferentes conductores se mantuvo al aire.
En su haber como inventor “de todo” se destaca haber sido el creador de los almuerzos que llevan como anfitriona a Mirha Legrand, bajo el nombre de Almorzando con las estrellas. La idea se le ocurrió luego de darse cuenta de que surgían charlas memorables de los almuerzos que mantenía con directivos y artistas en el canal. Pese a la resistencia inicial de Daniel Tinayre, finalmente Legrand aceptó ser la conductora, luego de que Romay se quedara fascinado con la manera en que la por entonces actriz había repreguntado en una emisión de Sábados... a la que había sido invitada. Actualmente en El Trece, y luego de pasar por diferentes emisoras, Almorzando con Mirtha Legrand es un clásico de la TV argentina, con más de 40 años en pantalla.
Otro de los grandes sucesos ideados por Romay fue, sin dudas, Alta comedia. El ciclo, que se emitió en dos etapas (1970-75 y 1990-95), revolucionó la ficción de la época al emitir en formato semanal adaptaciones de grandes clásicos teatrales (de Oscar Wilde, Molière, Arthur Miller, Fiódor Dostoievski) y obras originales de autores argentinos (Jacobo Langsner, Juan Carlos Gené, Osvaldo Dragún). El ciclo, que contó con la dirección de Alejandro Doria y María Herminia Avellaneda, entre otros, reunió a prestigiosas figuras del teatro y el cine rioplatense. Por todos esos condimentos es que muchos señalan a Alta comedia, sobre todo al de la primera etapa, como uno de los ciclos más prestigiosos y logrados de la TV argentina.
Tras la intervención de los canales en 1974 por parte del gobierno de María Estela de Perón (“a punta de pistola”, en el caso del 9), Romay recuperó su pantalla con la apertura democrática. Una programación basada en teleteatros y programas periodísticos, musicales y de entretenimiento convirtieron al 9 en la emisora más vista de la TV argentina entre 1984 y 1989. Feliz domingo, Hora clave, El Contra, Yo me quiero casar... ¿y usted?, El precio del poder, Titanes en el ring fueron algunos de los ciclos emblemáticos de la que fue la época dorada del canal.
La producción de telenovelas fue uno de sus grandes legados para la industria local, donde descubrió a varias figuras (Natalia Oreiro, Pablo Echarri). Bajo su gestión se emitieron recordadas novelas, entre las que se destacan El infiel, Amo y señor, La extraña dama, Una voz en el teléfono, Cosecharás tu siembra, Socorro Quinto año, entre muchas otras. También ficciones como El garante, El hombre que volvió de la muerte y El pulpo negro, con Narciso Ibáñez Menta. La decisión de programar Mas allá del horizonte, con Grecia Colmenares y Osvaldo Laport, al prime time, marcó un antes y un después para la telenovela, género históricamente reservado al horario de la tarde. Inquieto y ambicioso, paternalista y ecléctico, Romay fue el último rey de una TV que ayer se apagó para siempre.
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