Dom 17.09.2006
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DIARIO DE RODAJE DE “YO PRESIDENTE”, LA PELICULA QUE RETRATA A OCHO PRESIDENTES DEMOCRATICOS EN LA INTIMIDAD

“Menem se la pasó hablando de Charly García”

Los directores Mariano Cohn y Gastón Duprat reconstruyen cómo fue retratar a los ocho presidentes desde 1983 hasta hoy, para contarlos en un tono que está en las antípodas del documental político.

› Por Julián Gorodischer

Los ocho presidentes de la democracia (desde 1983) se dirigen al pueblo sin la estampa erguida, más pequeños de lo que se los recordaba, sin la banda o la promesa entre labios, más afines a la situación de entrecasa. Sucede algo extraño: el documental Yo presidente (de Gastón Duprat y Mariano Cohn, ex Televisión abierta, Juro que es verdad y la película Enciclopedia) los pesca en la confesión trivial menos pensada (de Eduardo Duhalde, sobre el placer de pegarle el tiro al tiburón), la sumisión al secretario-amo (de Alfonsín, mirado de reojo por hablar de más), en la fijeza de la obsesión que no claudica (de Alfonsín, con la cuenta pendiente de no haber trasladado la Capital a Viedma) o el pequeño chiste autoparódico (de Carlos Menem, que se compara con las moscas). Cuando se estrene, a mediados de octubre, Yo presidente pretenderá replicar al periodismo de batallón y el documental para el bronce con estos retratos que los ridiculiza sin habérselo propuesto y los homologa al ciudadano común que mostraba su gracia o su derrota ante el colmillo de la cámara de Televisión abierta.

Gastón Duprat y Mariano Cohn se acercaron sin método predigitado ni pasión por la repregunta. Su retrato de una época, a través de varios de sus líderes, crece no en lo dicho sino en la escena, en ese minuto en el que la caricatura abre paso al hombre privado. Aparecen algunos destellos de verdad: anécdotas cómicas que los pintan más que el speech repetido hasta el hartazgo. En algunos casos confirman un modo de actuar: Fernando de la Rúa reconstruye la trama de la sorpresa ante la aparición de un Viagra en su cajón de escritorio. “Se extiende el espectro de lo mostrable, se muestra un recorte distinto al habitual”, dice Duprat. “Y se plantean nuevos interrogantes, más que certezas; aparecen esas preguntas multiplicadas por cientos, no una tesis filmada.” Cohn y Duprat descreen de la búsqueda de verdades a los ponchazos, desconfían de la pelea por el sentido; prefieren que el catálogo de aperitivos e infusiones hablen más que mil palabras.

A dúo: “En lo de Alfonsín, café trucho. En lo de Menem, empanadas ‘presidenciales’, fritas en aceite de oliva; en lo de Duhalde, Seven Up; en lo de De la Rúa, nada; en lo de Camaño, café con mozo de la Cámara de Diputados; en lo de Puerta, sólo mate...”. Se les pide el recuento de situaciones de backstage para reconstruir un itinerario que se planificó durante años, se apoyó en la producción de Pol-ka y Luis Majul (“que se puso la película sobre los hombros”, halaga Duprat) y demandó una persuasión notable. Por fuera de la lógica minimalista de la entrevista de 40 minutos, en busca de la autenticidad, Cohn-Duprat pidieron una tarde completa o todo un día... Antes de ir a los casos, explicarán hasta qué punto Yo presidente es una posición tomada sobre la política:

G. D.: –¿Escuchaste hablar a un tachero, le pediste al ciudadano común que opine de sexo, de religión o de política? Los de derecha son progresistas y humanistas al lado del pensamiento de un tachero, del joven estudiante de la UBA, del artista, del rockero. Por eso quisimos poner el porcentaje de votos que obtuvo cada presidente antes de que la entrevista empiece. Hoy no encontrás un votante de De la Rúa ni abajo de una piedra, y fue el que más votos tuvo. La gente siempre se muestra impoluta... y los presidentes son el detergente biodegradable en el que se lavan las manos.

–Lo que se dice no pesa tanto como lo que se ve...

M. C.: –La película ilumina el detrás y el delante de la escena. Hay un retrato de la atmósfera general. Y eso no es habitual. En este documental entran hasta las indicaciones que el equipo les da a los presidentes.

G. D.: –Hay algo común a todos: no hay apriete ni se los somete a una incomodidad. No se aplica una cámara oculta ni se contradice con documentos lo que acaba de decir. Es encontrar un método contrario al de la tele joven, permitiendo que se explayen sin hacer edición de sus parlamentos, en un approach respetuoso y con interés verdadero.

M. C.: –Sabían que estaban siendo filmados, pero tal vez no considerarían que un momento de espontaneidad luego sería incluido en la película. Pero las cámaras estaban a la vista, y no hubo artilugios para ocultar que estábamos filmando. La consigna era que se muestren en su ámbito, en sus casas, con su familia.

–Caso por caso: ¿qué les impresionó del encuentro con Alfonsín?

M. C.: –Cuando fuimos a grabar a Alfonsín, estábamos saliendo de la casa, esperando el ascensor, y escuchamos que el secretario lo retaba: cómo va a decir eso. Y él le contestaba: “Tengo 80 años..., puedo”. Pero el clímax fue cuando entró: lo teníamos asociado a la imponencia del ‘83. Y verlo llegar y que diga Hola, Mariano fue fortísimo.

–Se lo ve fuera de escala (repitiendo a pedido el saludo del triunfo), empequeñecido...

G. D.: –Falta el contexto de los millones de personas. En cuanto a los contenidos, sigue fijado en el mayor error de su gestión no haber trasladado la Capital a Viedma, inercia del pasado. Y a la vez es la posibilidad de llevar una idea al máximo, y de funcionar por repetición.No íbamos a buscar lo explosivo; resulta más impactante verlos en su hábitat.

Si se les dice que están reaccionando contra un género, lo llamarán “un defecto profesional”. Es cierto: su programa de culto Televisión abierta transformó las reglas de la tele/servicio pasando de una burocracia anterior al número vivo (y adelantó la década de las personas comunes antes del reality show). Luego, en Infinito, Juro que es verdad atentó contra los códigos del relato paranormal dando entidad a cualquier hablante y nunca pidiendo la prueba del milagro. Cupido, en MuchMusic, trastocó el programa de citas fundado por el Yo me quiero casar..., alentando el fracaso de la unión a través de los cáusticos comentarios de una voz en off. Ahora también Yo presidente sorprende por su desconocimiento de todos los clichés de la entrevista política: ni archivo ni documentación ni apuro por repreguntar. ¿Qué hay, entonces?

“Si quisiéramos hacerlo en otro registro no saldría”, admite Gastón Duprat. “Quisimos aplicar a los políticos el dispositivo que antes llevamos a las personas comunes.” No hay adherencia al que se vayan todos que podría haber generado masividad inmediata. En la oscilación de estados de ánimo, creen, hay algo de verdad. “Por momentos era una distancia nórdica de antropólogos; otras veces nos caía bien lo que decían.” Tal vez en esa variación del punto de vista, esté la clave para pensarlos más como cronistas que entrevistadores clásicos. De hecho, ellos no hacen preguntas. Con la aparición de Menem se vuelve literal aquella pedagogía para cronistas con pretensiones a la que Tom Wolfe llamó La mosca en la pared, por su instrucción de atender a una lateralidad y abandonar el centro por un ratito. La invasión de moscas distrae, fuerza a una persecución colectiva, ilumina extraños objetos como la raqueta que las electrocuta y hasta origina una comparación/chiste que muchos festejarán como una gran verdad...

G. D.: –En un momento dice que si se pone más Raid, se va a matar él. Pero siempre hay que explicitar el 51% y 53% que Menem obtuvo en cada elección, para evitar el repudio careta. No queríamos hacernos eco de las opiniones en torno a políticos que tuvieron altísima aceptación.

M. C.: –Menem se la pasó hablando de Charly García; vi la peli con Charly y se mató de la risa. Siempre nos preguntaba: quién es el mejor. La amistad fue confirmada; Menem es su fan absoluto. Antes de entrar, sus asesores nos pidieron que nos dirigiéramos a él como presidente porque si le decíamos Carlos, no se iba a dar vuelta. Nos invitó a comer y luego un colaborador nos dijo que esperásemos porque el presidente nos iba a firmar autógrafos.

Eduardo Duhalde los recibió un 24 de diciembre, se quedó en silencio al pedido de elegir lo peor de su gobierno y escuchó pasivamente el consejo de su esposa Chiche: “Vos tenés que decir que hiciste lo mejor que pudiste dadas las circunstancias”. El asesor, el secretario, la esposa y el guardia de seguridad componen el coro de actores secundarios no neutral, que aporta dramatismo. Más excéntrico de lo que se pensaba, De la Rúa sostiene que en la Plaza de Mayo no hubo ningún muerto durante su gobierno y Adolfo Rodríguez Saá reclama un contrato por el pago de un millón de dólares si la película luego no le gusta. Ni el puntano ni Néstor Kirchner –que no otorga entrevistas– tendrán su solo a cámara, aunque aparecerán. En todos los casos, la reproducción de sonidos del off y la adulación para que se suelten no deberían –creen los directores– ser consideradas como una traición a las personas, sino una transgresión al género documental.

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