“DESPUES DE MEDIANOCHE”
La educación sentimental
› Por Luciano Monteagudo
“Las historias..., ¿de dónde vienen, a dónde van?”, se pregunta la voz en off del narrador (Silvio Orlando, figura frecuente en el cine de Nanni Moretti). Y así, en un tono íntimo, confesional, el director turinense Davide Ferrario va hilvanando sutilmente las historias de sus tres personajes, que se tropiezan unos con otros hasta conformar un relato que no es otra cosa que un homenaje al cine como fuente de conocimientos, como esa materia que Flaubert dio en llamar la educación sentimental.
Amanda (la lunga Francesca Inaudi) trabaja en un despacho de fast food y, a pesar de ella misma, no puede resistir la seducción de L’Angelo (Fabio Troiano), un modesto ladrón de autos de la periferia que preferiría jugar a Casanova antes que tener que ganarse la vida abriendo puertas de coches que nunca serán suyos. Totalmente ajeno a ellos y al mundo en general, está Martino (Giorgio Pasotti), más que un solitario, un eremita, que encontró el lugar perfecto para trabajar y para vivir: el imponente Museo del Cine de Torino. Allí es no sólo el sereno del edificio, también es el guardián del templo, aquel que idolatra sus tesoros y les rinde culto y pleitesía, poniendo en tiempo presente (proyector mediante) esa luz que proviene del pasado.
Cada noche se sumerge en las viejas imágenes de Buster Keaton y de él aprende su lógica oblicua y sus complejas soluciones para los simples problemas cotidianos. Hasta que Amanda y L’Angelo irrumpen en su templo y los tres terminan conformando un feliz ménage à trois, que proviene seguramente del Jules et Jim, de Truffaut. Un film frágil, delicado, de corazón cinéfilo.