Mar 24.10.2006
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LA ESCRITORA ELSA OSORIO HABLA DE “A VEINTE AÑOS, LUZ”

“No toda la sociedad es culpable”

Dos novelas de reciente publicación atraviesan la dictadura con entonaciones diferentes. La de Osorio aborda el tema de la apropiación de menores. Pequeños hombres blancos, de Patricia Ratto, prefiere la elipsis para trabajar sobre los pliegues ocultos del terror. Dos ejemplos de la tensión entre ficción y testimonio.

› Por Silvina Friera

A treinta años del inicio de la dictadura militar, el corpus de obras que bucean por las fisuras que dejó la maquinaria del terror está en construcción. Las ficciones recientes, la reedición de A veinte años, Luz y la publicación de Pequeños hombres blancos, le están “ganando” la pulseada a lo testimonial. La literatura posdictadura ya no puede omitir el pasado y dos autoras, Elsa Osorio y Patricia Ratto (ver aparte), muestran esas cicatrices con entonaciones bien diferentes. Osorio recuerda los prejuicios que tuvo que vencer para publicar A veinte años, Luz (reeditada por Planeta). “Los editores me decían que el tema no le interesaba a nadie, que estaba pasado de moda”, cuenta la escritora en su departamento de Colegiales, en el que vive desde que decidió volver al país, después de doce años de residencia en España. Las principales editoriales argentinas rechazaron a fines de los ’90 la primera novela sobre la apropiación de menores.

Luz, la joven protagonista de esta historia, empieza a buscar su identidad cuando descubre que no es hija biológica de quienes decían ser sus padres, que no es la nieta de ese militar, Alfonso Dufau, cruel administrador del miedo, la tortura y la muerte. Su apropiadora, la madre “adoptiva”, solía repetirle desde muy chica una frase: “Es genético. Siempre angustiada, siempre con cara de perro asustado”. No es un dato menor que el momento en que la duda se instala como una certeza coincide con la maternidad de Luz, quien de a poco se irá acercando (y pedirá ayuda) a las Abuelas de Plaza de Mayo. Pero su caso es atípico: sus abuelos biológicos y su padre –exiliado en España– no saben que ella nació y, por lo tanto, no la buscan.

Osorio dice que en 1997, cuando terminó de escribir la novela, no se sabía que había chicos que se buscaran a sí mismos. A veinte años, Luz se publicó primero en España, en 1998, justo cuando se conoció el primer caso de una hija de desaparecidos, Paula Cortassa, que comenzó a buscar su identidad por iniciativa propia. La novela, con más de medio millón de ejemplares vendidos en todo el mundo –traducida a dieciséis idiomas y editada en veintitrés países–, obtuvo el premio Amnesty International y fue finalista del prestigioso premio Fémina (Francia). En el país se publicó en 1999, pero no por iniciativa de los editores locales. El director de Mondadori-México la publicó en su país y además decidió distribuir ejemplares en las librerías argentinas. “Fue conmovedora la presentación del libro en Tucumán, a fines de los ’90, cuando todavía Bu-ssi era gobernador –revela la autora en la entrevista con Página/12–. Una chica que pertenecía a H.I.J.O.S. leyó una carta que le había escrito a Luz. Le hablaba como si existiera, como si fuera alguien que tenía mucho que ver con ellos.”

La escritora advierte que la primera parte de la novela, concentrada en 1976, le permitió comprobar que el miedo había quedado guardado dentro del cuerpo y que podía seguir intacto. “No es una novela testimonial, sino simplemente una ficción de una triste historia”, aclara.

–¿Pero cómo construyó el personaje de Luz?

–Desde que escribí la novela hasta ahora, aparecieron muchos chicos que buscan su identidad. Pero no me basé en ningún caso real, no hice una investigación particular. La idea que me obsesionaba era qué pasaba con los chicos que no eran buscados, que no se sabía que existían, como en el caso de Luz. Eso fue un motor para escribir y meterme en el personaje, y yo misma me pude plantear cuestiones que nunca había pensado.

–Se refiere al momento en que Luz le dice a su padre que “si estaban tan jugados a la revolución, podrían haber pensado si tenían derecho a exponer a ese hijo que querían tener a tales situaciones, a desaparecer, a perder su identidad...”

–Sí, eso fue muy fuerte, pero lo pude hacer porque me metí bien en el personaje de Luz. Ella tiene muchas facturas que pasarle al padre. Pero él le transmite que ellos se querían y el hecho de ser una hija deseada es importante para Luz. ¿Por qué tenemos hijos tan jóvenes? No sé... no hay una única respuesta.

–O por qué se tenían hijos en situaciones de tanto peligro, en la clandestinidad...

–Mientras escribía la novela, comencé a preguntar a mucha gente cuándo se había enterado de que los militares robaban a los chicos. Y una gran dificultad que encontré fue que la mayoría de las personas consultadas no se ponía de acuerdo en una fecha: si fue con la llegada de la democracia, si fue cuando en 1978 el diario Buenos Aires Herald se animó a publicar una carta de lectores en la que se hacía referencia a la desaparición de bebés. Nadie lo sabía con precisión; lo único que se sabía es que te podían chupar, pero no lo que pasaba con los chicos. Era inimaginable semejante aberración. Mi idea era también que la generación de Luz nos buscara a nosotros como generación. Una frase que se repite mucho en la novela, especialmente en boca de Miriam, un personaje muy simple, es que queríamos una sociedad más justa.

–A propósito de Miriam, la novia del torturador, El Bestia, ella se arrepiente a medida que va entendiendo lo que pasa. ¿Qué buscó con ese personaje?

–Necesitaba a alguien que fuera apropiadora, pero no necesariamente la mujer de un milico, y que pudiera cambiar. Miriam casi me come la novela. En esos años, la mayor parte de la gente no era ni un militante del ERP o de Montoneros ni un militar, y yo quería una novela en donde hubiera personas comunes. Miriam es una chica de pueblo con aspiraciones de modelo, pero que termina trabajando de puta. Y cuando queda envuelta en la situación de apropiación de Luz, reacciona por razones humanas. Lo mismo el apropiador, Eduardo. Me interesaba mostrar la posibilidad de que los personajes, a medida que se iban enterando de lo que pasaba, pudieran cambiar sin que se transformara en algo inverosímil.

–¿Cómo analiza esta coyuntura en la que los derechos humanos por primera vez forman parte de la agenda pública de un gobierno?

–Lo vivo con mucha ilusión. Igual pienso que esto empezó hace muchos años, cuando la primera madre comenzó a buscar a su hijo. La memoria triunfó, aunque todavía hay muchísimo por hacer, pero la sentencia por genocidio me pone muy feliz. Lo tremendo de toda esta situación es la reacción que ha producido, la desaparición de (Jorge Julio) López. Quieren instalar nuevamente el miedo en la sociedad, pero la reacción de los milicos es un poco previsible: con la sentencia de genocidio perdieron. El ataque a López es producto de la desesperación de los que perdieron. Se ha llegado a una situación de menos impunidad y entonces hay un rebrote del discurso de la derecha, que prefiere hablar de “reconciliación”.

Osorio cuenta que tiene la sensación de que hay mucha gente que guarda secretos. “No creo que todos seamos culpables –plantea la escritora–. Si alguien no quiso ver lo que pasaba y ahora se da cuenta, le digo ‘bienvenido de este lado’. Mucha gente, que siempre vivió acá, me dijo que se enteró del robo de bebés por mi novela. Lo primero que pensé es en qué país había vivido esa persona que me hacía un comentario así... Después comprendí que los tiempos son diferentes en cada una de las personas, y no me parece lo mismo el que secuestró a un chico, el que se apropió, el que torturó, que alguien que no quiso ver. No todos somos culpables y no toda la sociedad civil apoyó el golpe militar y la dictadura. A una persona que puede tomar conciencia, abrir los ojos y querer que esto no pase más en la Argentina, yo le digo: ‘Bienvenida’.”

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