NELSON DE LA ROSA Y EL DESFILE DE EXTRAÑOS PERSONAJES EN EL CINE, LA TELEVISION Y EL TEATRO
El liliputiense fallecido la semana pasada encarnó al raro “aceptable” en el living de Susana Giménez. Pero existió una multitud más perturbadora, personajes que promovieron un estilo de vida alternativo hasta degenerar en su conversión a mascota de los medios.
› Por Julián Gorodischer
Nelson de la Rosa, liliputiense incorporado a la TV de masas, sólo tuvo en común con los próceres del freakismo su condición de record: con sus 54 centímetros, él fue –hasta su muerte el domingo pasado– el hombre más pequeño del mundo, corroborado por Guinness. No compartió el potencial revulsivo de los freaks de Todd Browning, retomados por el punk y el movimiento queer como exaltación de la diferencia. El hombre rata se hizo conocido mundialmente en La isla del Dr. Moreau, donde compartió cartel con Marlon Brando. En la Argentina ganó fama como el bailarín diminuto en un video de Illya Kuryaki, sobre la mesita ratona de Susana Giménez o arropado contra el pecho de la rubia como un bebé. Su muerte es la excusa para un recorrido por los próceres del freakismo: ¿tuvo algo en común con las siamesas Violet y Daisy Hilton o los torsos vivientes Prince Randian y Johnny Eck, todos ellos fenómenos inmortalizados por el brillante Todd Browning (Drácula, Freaks)? El modo de Nelson era el chiste, cuando atribuyó su divorcio a la negativa de su mujer a que las divas de la TV latinoamericana lo alzaran en brazos: “A mí es lo que más me gusta de tener esta estatura”, contrapuso con su voz de muñequito a pila.
“Los freaks que me interesan –opone Leonor Silvestri, poeta y organizadora de los eventos literarios Queer, freak, punk– son todo lo contrario al hombre rata del estudio de Susana Giménez. Lo revulsivo es cuando el arte se expresa con el cuerpo. Hoy la medicina avanza hacia la normativización de aquello que sea disparador o emergente.” Dice que ya no se permite que haya freaks, “un error que le quita diversidad a la vida”. Y que Nelson era un personaje “triste y patético, que no debió haber tenido otra forma de vivir. ¿Qué podría haber hecho, si no bailar en la mesita ratona de Susana? ¿Habría podido trabajar en un diario?” Por oposición al liliputiense integrado a la feria de vanidades, Silvestri repara en el pinhead (cabecita cónica, cuerpo diminuto) retomado por el grupo Ramones como inversión del canon. “Cruzan varias categorías porque en la película Freaks están travestidos: son varones vestidos como nenas. El más característico tenía además un retraso mental. Pero los rescato por lo que el gabba gabba hey de los Ramones significa: ellos aceptando a uno de nosotros.” Si la figura de Nelson ejemplificó la posición del cazado por el circo, también la escritora y periodista María Moreno (en su libro de próxima aparición Banco a la sombra, de Editorial Sudamericana) propone la inversión de una relación de poder. La observación del torso viviente en una plaza de España será más una experiencia religiosa que una liberación de morbo; el freak será el que se digne a descender, de pronto, al territorio de los comunes. Un concepto de normalidad, entonces, será transgredido. “Sentí emoción”, escribió Moreno (ver aparte). “Lo había visto ser como todos los hombres.”
De la Rosa generó un fuerte sentimiento de paternalismo, manifiesto en la decisión del equipo de béisbol Red Sox de Boston de nombrarlo como mascota. El liliputiense no freakificado renuncia al poder revulsivo que podría otorgarle su cuerpecito y, en cambio, se mimetiza con la cría animal o el peluche. “Lo sobreviven cinco hermanos, su madre y un hijo de 9 años que tiene altura normal”, se leyó en su necrológica oficial, como si su legado hubiera sido asimilarse al punto de normalizar a su descendencia. Otros son los freaks que atraen a la crítica cultural Vanina Escales, interesada en el freakismo como resistencia en la cultura norteamericana. “Osada y desmedida, la dupla de la travesti Divine con John Waters serrucha a carcajadas los pilares tranquilos de una sociedad que fabrica mierda y telarañas: familia, religión, electrodomésticos y estrellas de cine desapasionadas. ¿Qué es lo feo? ¿Lo que da asco? Lo que hace de Divine un fenómeno es que pervierte, entrega sin medida, desborda. Ella lleva el amor de madre al punto de hacer una fellatio a su hijo...”.
Si de la Rosa fue calificado como amuleto de la suerte o payasito, los “raros” elegidos por el director teatral Luciano Cáceres para Freaks (2005) lo vincularon con una zona del cariño ligada al sentimiento fraternal y/o el deseo. Más o menos en serio, es lo que escribe por correo desde su estadía española: “Torso viviente es de esos amigos a los que no les podés pedir un abrazo –dice combinando el chiste y el tributo– ni jugar un 21 a no ser que se cope y juegue de pelota; es un compañero ideal si querés dar una vuelta y tenés una buena mochila. También es copado en la playa para salir del agua y jugar a la milanesa en la arena”. ¿Por qué ya no se ven torsos vivientes, niñas tarántulas, niños coníferos, mujeres cigüeña como las de Browning o, sin ir más lejos, como las que se veían en las calles hasta mediados del siglo pasado? Para Silvestri, “no quedan los nacidos, sí los construidos en lo que tiene que ver con travestis o transexuales. A mí me interesa el mundo de transexuales y travestis, capaz de generar algún tipo de cambio. No creo que lo freak tenga que ver exclusivamente con malformaciones en el cuerpo. Macri e Isabel Menditeguy son normales, y yo no quiero estar dentro de ese grupo”. El antecedente hermafrodita de Josephine Joseph introducía ya en Freaks la anormalidad física, no como patología sino como posibilidad de disfrutar el doble, de abarcar a más objetos de deseo, repartirse entre varios enamorados... El freakismo de Josephine Joseph llevaría su condición al terreno de la libertad de elección. ¿Freak es mejor? “Yo podría ser una freak sólo porque estoy tatuada, o uso el pelo corto o por mi expresión de género. Freak es una forma de ser que me interesa cultivar”, sigue Silvestri.
El crítico de cine Darío Lavia focalizó en el interés dramático de Prince Randian, alias la oruga o el gusano humano. Otra vez se hace presente la oposición a Nelson. Si aquél fue la comidilla del día, Prince Randian era –en su envase atípico– la exaltación del talento. En el “Mini” de Duro de domar hay una combinación de ambas tradiciones: la estigmatización por tamaño y la capacidad de imitar al personaje de la semana. “Randian tenía un sentido del humor muy particular, y se decía que podía hablar en hindú, alemán, inglés y francés”, escribe Lavia. “Su filosofía era que la discapacidad física no se podía superponer a la capacidad mental. Podía pintar, escribir, armar y encender un cigarrillo con su boca (acto que repite en Freaks).” Con él, Cáceres elegiría fumar un cigarro a medias, retomando la camaradería con el freak; con las siamesas preferiría pasar la noche entera.
El reordenamiento de la genética, la expansión de los diagnósticos precoces, el desarrollo de la medicación para cualquier síntoma acabaron con el potencial de la mujer barbuda en el cuestionamiento de las sexualidades tradicionales; hasta Transformaciones decidió eliminarlas con operaciones estéticas de alto valor económico y pretensión normalizadora/ moralizadora. Mucho antes, Olga Roderick (en realidad llamada Jane Barnell) giró con su circo por toda Europa y –convocada por Freaks– saltó a una fama atípica como emblema de minorías sexuales. Pero ella renegó de “ese insulto a todos los fenómenos” que habría sido la película de Browning. “Browning –escribió María Moreno en Página/12– venga la memoria de las barbudas anteriores al siglo XX al inventar un personaje que se casa con otro diferente, Skeletor, y pare un hijo que es recogido con amor por la propia comunidad... Parece constituir una alegoría épica acerca de los disidentes sexuales mientras ilustra el pasaje del gueto al grupo político a partir de la conciencia colectiva.”
Si los sentidos detrás de la mujer barbuda y el hermafrodita ligan a la causa de las minorías sexuales, las siamesas conectan con el mito del amor profundo, entendiendo al freak no como un error sino como posibilidad de ser más pleno. Los hermanos Farrelly filmaron Inseparablemente juntos con Matt Damon y Greg Kinnear, pero podrían haberlo hecho con las chicas Hilton: en ambos casos la conexión sanguínea, la combinación de talentos y la posibilidad de dialogar en un mismo cuerpo emocionan. A la curiosidad chismosa sobre “cómo llevan a cabo su vida sexual/sentimental” (que se averiguaría en el living de Susana) se contrapone una posibilidad que cualquier normal ambiciona y, en ellas, se plasma con envidiable facilidad: la unión verdadera.
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