Dom 26.11.2006
espectaculos

SHAKIRA LLENO EL ESTADIO DE VELEZ DOS VECES CON EL TOUR “FIJACION ORAL”

Canciones para menear las caderas

La cantante colombiana se metió al público en el bolsillo con un show sin grandes despliegues y una buena dosis de hits.

› Por Karina Micheletto

A las personas que llenaron el estadio de Vélez Sarsfield el viernes por la noche no les importó demasiado la previa de Emmanuel Horvilleur, aunque lo aplaudieron respetuosamente. El verdadero espectáculo arrancó después, cuando cuarenta mil personas hormonalmente dispuestas a un ejercicio colectivo de catarsis comenzaron a corear los temas de Shakira en las publicidades de las pantallas, a corear hasta a Soda Stereo en la música de fondo, a aplaudir las banderas colombianas, a aplaudirse mutuamente las olas que subían y bajaban desde las populares. Excitación es lo que sobra en la cancha de Liniers. Cuando se abre el vip y comienza el desfile de famosos hacia las primeras filas (entre ellos, mezclados a paso rápido, Aíto de la Rúa e Inés Pertiné), las luces se apagan y marcan el punto máximo de griterío. Suenan las cuerdas de un instrumento africano, el kora, fundidas con un sintetizador. Y entonces sí, aparece Shakira Isabel Mebarak Ripoll, descalza y sonriente, agitando la melena –el despliegue de caderas llegará después– al ritmo de “Estoy aquí”. Será el inicio de la escala argentina del tour Fijación oral, que se repitió anoche, otra vez a cancha llena y con mayoría de público femenino. “Ustedes son mi otra familia, mi segunda casa”, dirá la estrella después del “Buenas noches, Buenos Aires” de rigor. Durante una hora y media, Shakira mostrará cómo encantar a una multitud, con un repertorio de dieciséis nuevos y viejos hits que dejó con ganas de más.

No es en el despliegue escénico donde está puesta la fuerza de este show. No hay escenarios que se abren ni artificios tecnológicos, ni siquiera las pantallas son demasiado grandes. Nada de efectos ni sorpresas espaciales, nada cercano a Antonito bajando de un helicóptero en el tema que Shakira le dedica, como algún malicioso se puso a imaginar. Pura gracia de música y movimiento, una banda que suena bien, hits bien distribuidos. No es poco. Si hay algún golpe de efecto en el vestuario es con un vaporoso vestido rojo, con mangas que se despliegan como alas, lucido en el tema “No”. En escena, Shakira muestra que toca un poquito la guitarra y otro poquito la armónica. Pero, sobre todo, que canta y baila bien, más allá del recurrente meneo de caderas y abdomen, envidiables por igual. Y ofrece lo que todos quieren escuchar: “Te dejo en Madrid”, “Si te vas”, “Ciega, sordomuda”, “Ojos así” y “La tortura”, con Albert Menéndez, el tecladista de largas rastas en lugar de Alejandro Sanz, entre otros.

¿Qué tiene Shakira que la diferencia de otras estrellas del crossover latino, que saltaron al mercado angloparlante? Un cóctel musical que reformula desde el pop su herencia personal, entre Colombia y Medio Oriente. Y que además suma ritmos de Latinoamérica o Africa, del rock o del hip hop. El hit “Hip’s don’t lie” (incluido, claro, en el repertorio de este show) es una buena síntesis de esa apuesta. Hay otro plus no menor que la cantante despliega en el vivo: un encanto artístico (eso que llaman “ángel”) que hace que ninguna de sus caras parezca forzada, ninguno de sus pasos un artificio. Si hasta uno le cree y le desea que le vaya bien, que ojalá sepa en la que se metió, cuando presenta “Días de enero”, el tema que le escribió a Antonito. “Este país me ha regalado lo más grande que le puede regalar a una mujer, una historia de amor”, dice ella, y todos la aplauden mucho. Pero aquello fue hace mucho. Ahora Shakira vuelve a la Argentina a abrazarse con Cristina y Néstor Kirchner, dispuesta a hacer beneficencia.

Cuando todo termina, la madre que compró las plateas vip para llevar a su hija de nueve años al primer recital de su vida, a cuatrocientos pesos cada una con el descuento de Banco Río, se lamenta porque pasó muy rápido. La salida ofrece los souvenirs de rigor, diferenciados según su nivel de cercanía. Adentro mismo del estadio, las remeras y gorras oficiales salen a $ 30, vendidas por un grupo de brasileños que sólo hablan inglés y portuñol, y que vinieron con la crew de Shakira (serán muy profesionales, pero olvidaron un detalle fundamental: no hay talles pequeños para las nenas, que son las que más las piden). En las cuadras que rodean el estadio, los precios van bajando a medida que los puntos de venta se alejan. Los modelitos se repiten, provistos por algún mayorista oficial entre los vendedores no oficiales, libre de presiones policiales. Hay que caminar varias cuadras para encontrar a los que se mandaron por las suyas. Como ese señor que fotocopió cientos de Shakiras y las transformó en simpáticos portadocumentos que vende a sólo un pesito. El entrepreneur criollo explica que a veces le sale bien y a veces no, y hay una inversión en juego, y lo suyo hace recordar a aquellos personajes de Los reventados de Jorge Asís, aunque esta vez con final más feliz. Todos se fueron felices de Vélez. Hasta los que poblaron las puertas de la cancha sin entradas, y se quedaron escuchando y aplaudiendo cada tema desde afuera, tan excitados como si estuvieran viendo el show.

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