Vie 29.12.2006
espectaculos

ULTIMO EPISODIO DE “MONTECRISTO” EN UN ESTADIO LUNA PARK REPLETO

Final de fiesta para el fenómeno del año

Más de siete mil fans le dieron colorido al cierre de la telenovela de Telefé. Hubo muchos tiros y alguna sorpresa en el epílogo “teatral” de una historia que supo rescatar el tema de la memoria en una tira masiva. El rating acompañó: Montecristo promedió 34,6.

› Por Emanuel Respighi

El esperado final de Montecristo tuvo todos los condimentos propios de un espectáculo de masas. Anunciado una y otra vez por el reaparecido Marley como “la” final (¿contra quién competía?), el estadio Luna Park parecía vivir una de las tantas veladas de boxeo que lo convirtieron en templo del deporte, silenciado por el ensordecedor bullicio de las más de siete mil almas que soportaron en la puerta los 30 grados de temperatura desde ¡las 8 de la mañana! La euforia de un heterogéneo público, que iba desde adolescentes histéricas por Pablo Echarri, Joaquín Furriel y Adrián Navarro –en ese orden– hasta longevas amas de casa arregladas para la ocasión, pasando por militantes de organismos de derechos humanos y señoras de botox exagerado, tuvo su correlato con lo que entregó el episodio final de Montecristo, de más de una hora y media de duración y generosa en tiros, sangre y sorpresas. Por momentos, demasiado generosa, rozando el absurdo en el enfrentamiento final entre Santiago y Marcos.

Más que un acontecimiento televisivo, la “fiesta” final de Montecristo pareció tratarse de un espacio de libre catarsis colectiva. No faltará quien diga que fue un botón de muestra de la sociedad actual: la masa desvivida por sus ídolos, capaz de no ir a trabajar “por una sonrisa de Pablito, al menos”, que vivió (sufrió) el epílogo de una historia de ficción en carne propia. El “Lisaaaandrooo, Lisaaaaandroooo” con que la gente vivó a puro grito al torturador interpretado magníficamente por Roberto Carnaghi no dejó de llamar la atención. Los aplausos y ovaciones que las tribunas repartían ante cada tiro dado por Santiago a Alberto Lombardo (Oscar Ferreiro), en esa lograda primera escena, marcó el tono de una noche que alcanzó sus momentos cúlmines ante cada escena en la que la violencia se hacía presente.

Es que si bien en términos televisivos al capítulo le sobraron varios minutos y pareció no ser riguroso con la lógica de la trama, los autores entendieron a la perfección (probablemente muy a pesar de ellos), lo que la gente fue a buscar al Luna Park: la venganza consumada de Santiago. No por casualidad, ante cada estocada dada por quien fue dado por muerto y condenado a pasar 10 años en una oscura cárcel de Marruecos, el público respondía con desaforadas ovaciones. “¡Matalo! ¡Matalo!”, gritaba, rogaba una señora mientras apretaba con fuerza las bandanas negras con el nombre de la tira que se entregaban al ingresar al estadio donde se dio la sentencia del juicio televisivo al pasado reciente. Es que muchos vieron en Montecristo reflejada la historia del país, donde los represores que tomaron la vida de miles de personas se movieron con total impunidad y la Justicia estuvo atada de pies y manos ante el poder político.

“Montecristo fue la mejor novela de los últimos años, porque contó lo que pasó en la dictadura... Y encima está Pablito, que es un bombonazo”, contaba Laura, con la remera mojada por la transpiración, a la salida del estadio. “Fue el mejor regalo para mi cumpleaños”, admitió una señora, agradecida “eternamente” a la nieta periodista que le consiguió la entrada que hizo dejar al resto de la familia plantada con el festejo. El happy end, entonces, era inevitable. ¿O quién podía esperar un final trágico ante un Luna Park colmado y fanatizado que exigía a cada paso “venganza”? ¿Cómo hacer para que los “malos” no pagaran cuando Marcos y Alberto estaban inspirados ni más ni menos que en los dictadores que en Argentina comandaron el período más oscuro de este país?

“Darle un final que colme las expectativas del público, los actores, los productores y la nuestra fue todo un problema”, admitió Adriana Lorenzón, autora junto a Marcelo Camaño de la versión libre de El conde de Montecristo, la novela en entregas de Alejandro Dumas. “Tuvimos dos inconvenientes sobre cómo terminar la novela. Uno sobre si Santiago y Laura debían terminar juntos o no, y decidimos que sí porque ya habían sufrido mucho durante la trama. El otro tema de debate giró acerca de si los villanos debían ser juzgados o terminaban muertos. Discutimos bastante, porque la muerte muchas veces no es un castigo, pero era la mejor manera de resolver la historia”, detalló Camaño.

En una noche a pura tensión, la velada hizo recordar a las primeras proyecciones cinamatográficas de los hermanos Lumière, cuando los espectadores se alejaban de la pantalla pensando que el tren reflejado podía atropellarlos; o más cercano en el tiempo, cuando en los cines de barrio o del interior del país el público exteriorizaba sus sentimientos (aplaudiendo, abucheando u horrorizándose) ante cada escena. Aquí, el silencio que acompañaba los momentos en que las siete pantallas gigantes reflejaban el último capítulo se cortaba abruptamente ante las mil y una vueltas de trama que tuvo el final de una historia que, nobleza obliga, sobre el final pareció cargarse de exabruptos y exageraciones.

En ese final que fue editado hasta horas antes de su emisión, las historias secundarias fueron las que parecieron mejor resueltas. La que se convirtió en la historia de amor más relevante, Victoria (Viviana Saccone) y Rocamora (Luis Machín) finalmente se reconciliaron y se prometieron amor a toda costa y “al menos dos hijos”. Por su parte, Lisandro (Roberto Carnaghi, el más aplaudido de la noche) fue entregado por Elena y terminó tras las rejas en un ¿aparente? estado de locura, después de haber descubierto que su “negrita” había reconstruido su vida. Aunque el eje de la identidad ya se había resuelto, a Laura (Paola Krum) y Victoria les entregaron los cuerpos de sus padres desaparecidos y pudieron cicatrizar su pasado.

De la misma forma que Federico (Adrián Navarro) abandona los sueños de poder de Erica (María Abadi), Valentina (Victoria Rauch) y Ramón (Maxi Ghione) se unen definitivamente, sin Interpol de por medio, aunque con tiros alrededor (Ramón se dedica a la actuación y cambia las balas reales por las balas de salva). A su vez, Leticia (María Onetto) vuelve a ingresar al mundo de la locura, ante la firme compañía del padre Pedro (Horacio Roca). Por último, la imprevisible Lola (Mónica Scaparonne, otra de las ovacionadas) decide comenzar una nueva vida de soledad, pero no puede con su genio y rápidamente encuentra un candidato poderoso que la mantenga (interpretado por Miguel Angel Rodríguez, el próximo protagonista de la tira central de Telefé, en uno de los tantos guiños que tuvo el final). Y después fue el turno de ese duelo final entre Marcos y Santiago casi cinematográfico, tanto por su complejidad como por sus “homenajes” a películas como Misión Imposible y Matrix, entre otros films), que acabó con la brutal muerte de Marcos, el festejo del público y el cierre final de Carnaghi sobre el escenario: “¡Agradezco que amen tanto odio!”.

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