EL SOCIOLOGO Y FILOSOFO FRANCES JEAN BAUDRILLARD MURIO AYER, A LOS 77 AÑOS
Autor de La transparencia del mal y La guerra del Golfo no ha tenido lugar, entre otros textos, Baudrillard lanzó al mundo los diagnósticos más lúcidos, radicales y polémicos de nuestra época. “No soy pesimista, soy nihilista”, aclaraba.
› Por Silvina Friera
Desde hace más de un cuarto de siglo, ese hombre de mirada melancólica, anteojos gruesos, voz de barítono, solitario –de esos que hacen culto de la soledad como si estuvieran en una especie de santuario cerrado por melancolía–, nihilista confeso, acaso posnietzscheano y posmoderno a su pesar, lanzó al mundo los diagnósticos más lúcidos, radicales y polémicos de nuestra época. Su amplia como diversa producción intelectual le valió amores y odios por hablar de la muerte de las “masas”, por “negar” la existencia de la primera guerra del Golfo (1991) o por caracterizar los atentados del 11 de septiembre de 2001 como el “evento absoluto”. Jean Baudrillard, considerado “el sumo sacerdote de la posmodernidad”, murió ayer en París a los 77 años.
No se reconocía ni como filósofo ni como sociólogo; prefería presentarse en “sociedad” como un simple pensador. Pero para despejar los equívocos que también presupone ese barniz de superioridad, que a veces adquieren los oficios relacionados con distintas formas de merodear el pensamiento, aclaraba que no era un pensador “crónico”. Se definía como un outsider, el único integrante de una familia de campesinos que había conseguido emanciparse a través de los libros, y se proclamaba “alérgico a la Cultura, con mayúscula, desde el nacimiento”. Y defendía esa condición con orgullo. “Busco un punto de vista singular y para ello me sitúo en un islote de indiferencia, sin acción, sin ocupación, un exilio interior que puede implicar cierto aburrimiento. Pero se trata de eso, de resistirse a la ocupación perpetua de la vida”, decía. El filósofo y sociólogo francés fue, sin dudas, un feroz crítico (aún camuflándose como apólogo) de la sociedad de consumo y uno de los más controvertidos analistas de los fenómenos de la posmodernidad.
A Baudrillard no le gustaba que lo llamaran el sumo pontífice de la posmodernidad. “Antes de que cualquiera sea sumo sacerdote, habría que preguntarse si el posmodernismo o lo posmoderno tiene algún sentido. Es una expresión que no explica nada; todo lo que había que decir fue dicho antes de que el término existiera.” Su pensamiento, huidizo, transitó desde una primera instancia de proximidad marxista hacia una fase final tecno-prospectiva en la que teorizó sobre la “realidad virtual” como “desrealización” de la realidad. En el mundo posmoderno, advertía el filósofo y sociólogo, no hay realidad, no hay historia, sino un simulacro de la realidad y la negación de la historia. Los medios de comunicación son para Baudrillard los constructores ideológicos de la realidad virtual, de la ilusión radical que niega la realidad real mediante el ejercicio retórico de la “hiperrealidad”.
“El hombre está sumido en la virtualidad y atraviesa su espacio mental en un ordenador; virtual e inmóvil, hace el amor a través del ordenador y sus cursos los da por teleconferencias –explicaba el pensador francés–. Es como un motor con cerebro minusválido. La inteligencia artificial no es inteligente porque no tiene artificio. El verdadero artificio es el de un cuerpo con pasión, con signos de seducción, con una máscara en el rostro y que por esa razón llamamos espíritu. Y la virtualidad ha liquidado la carga de la cultura del pensamiento moderno.” En la “realidad virtual” no hay artificialidad –porque lo artificial copia o imita la realidad– sino un simulacro, donde la representación mediática precede y determina lo real y traza una nueva topografía del entorno percibido como realidad. Los medios, especialmente la televisión, van creando una red densa que envuelve al individuo a través de nuevas extensiones tecnológicas y de la ocupación progresiva del tiempo social. El silencio, observaba Baudrillard, está expulsado de la televisión. Los medios producen y producen mensajes, huyen del silencio saturando. El silencio es el cortocircuito del sistema, el vacío, la ruptura del cordón umbilical, de la prótesis o extensiones mecánicas de nuestros sentidos. El silencio se vence con el ruido continuo. Desde la perspectiva baudrillardiana, los medios son los encargados de transmitir esa dosis estratégica de actualidad “ruidosa” desvinculada de la historia. Los medios actúan como interlocutores casi únicos, como los constructores de los escenarios más convenientes. La guerra del Golfo, transmitida en directo, subrayaba Baudrillard, era la imagen de una guerra que, tal como fue narrada, no existió en realidad.
Sobre Loft Story, la versión francesa de Gran Hermano, Baudrillard opinaba que sustituía la dimensión histórica e ideológica por la banalidad absoluta. “Heidegger decía que el precipicio del que el hombre no será redimido es la banalidad. Estamos en ella. Nuestro objeto de contemplación y de deseo es la banalidad cotidiana: nuestro objeto sexual no es el sexo o el voyeurismo pornográfico, sino la curiosidad y la penetración en el santuario de la banalidad.” Cuando se lo acusaba de pesimista, él respondía que no veía el mundo con los ojos de un analista ni de un sociólogo, sino de forma conceptual. “No soy pesimista, soy nihilista”, aclaraba. “Planteo un modelo de aquello en lo que virtualmente el sistema se está convirtiendo y al analizarlo me gusta llegar hasta el límite. Y el límite siempre está rozando la desesperación”. El sistema, en opinión de Baudrillard, es nihilista. “Ha aniquilado todo, hace funcionar la nada. Soy nihilista porque pienso que el intelectual debe impulsar este proceso hasta el fondo, acelerar la circulación de la nada”.
Hijo único de una familia de campesinos analfabetos, Baudrillard nació en Reims, Francia, el 27 de julio de 1929. “Mis padres estaban fuera de la cultura y mi emancipación fue a través de los libros”, confesaba el autor de El sistema de los objetos, Las estrategias fatales, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos, La guerra del Golfo no ha tenido lugar, La ilusión del fin. La huelga de los acontecimientos, De la seducción, América, El crimen perfecto y Cultura y simulacro, entre otros. Estudió filología germánica en La Sorbona de París y en 1966 presentó su tesis doctoral (Le sistème des objets) bajo la dirección de Henry Lefebvre, e inició su actividad docente en la Universidad París X, en Nanterre, donde tuvo un papel activo en los sucesos de Mayo del ’68.
El terrorismo, según Baudrillard, es una forma de ruptura consistente en inducir un exceso de realidad e intentar así que el sistema entre en crisis ante la quiebra ideológica de la estrategia virtual. “El derrumbe de las torres del World Trade Center es inimaginable, pero no basta para hacerlo real. Un suplemento de violencia no es suficiente para abrir la puerta de la realidad. Pues la realidad es un principio, y es este principio el que se ha perdido”, sostenía desde una óptica ciertamente controvertida. “El atentado correspondía a un desbordamiento del evento por encima de todos los modelos interpretativos; por el contrario esta guerra bestialmente militar y tecnológica (por Afganistán) corresponde a un desbordamiento del modelo sobre el evento, por ende a una apuesta fáctica y a un no-lugar. La guerra como prolongación de la ausencia de política por otros medios”, interpretaba Baudrillard, modificando la famosa cláusula de Clausewitz de que “la guerra es la política por otros medios”.
En su ensayo El espíritu del terrorismo, el pensador francés calificó a los ataques contra las torres gemelas como el “evento absoluto”. No se trataba de un choque de civilizaciones o de religiones, sino de la reacción “simbólica” a la continua expansión de un mundo basado únicamente en el intercambio comercial. Ni el espectro de Estados Unidos es el único lugar donde la globalización toma cuerpo ni el espectro del Islam es la corporización del terrorismo. Lo que constituye el 11 de septiembre como evento absoluto es que es el escenario donde la triunfante globalización combate contra sí misma y “las torres se caen por su propio peso”, afirmaba Baudrillard. “Se ha pretendido reducir el Islam a un asunto ideológico pero no tiene que ver con nada de eso. El Islam es la contrapartida más fuerte al sistema integrista de valores occidentales. Lo esencial es que hay que respetar la globalización y lo singular. El sistema occidental de valores humanistas universales es tan sólo una ilusión. Por eso somos tan víctimas como los otros”, señalaba el pensador.
En una de sus visitas a Buenos Aires, Baudrillard contó que después de haber escrito El complot del arte se puso en contra a todos los artistas, y que cuando publicó Olvidar a Foucault, se ganó el odio de buena parte de la intelectualidad francesa que, ironizando, proclamaba que había que “olvidar a Baudrillard”. En una conferencia en Londres, el escritor Mario Vargas Llosa se fue sin saludarlo y escribió un artículo sobre el pensador francés titulado “La hora de los charlatanes”. Más allá de las objeciones, que se le podrían hacer (por izquierda y derecha), para Baudrillard pensar era una forma de riesgo. “Me interesa descubrir las ambigüedades, los desequilibrios, toda esa parte maldita de la que hablaba Bataille. Mi pasión no es la de saber sino la de identificar la fragilidad de las cosas, la reversibilidad de la ilusión, las contradicciones de la existencia. Y la escritura y el lenguaje son una forma de jugar con eso, pero no la única”, decía. El tiempo, un “justiciero” siempre arbitrario, pero implacable, dirá si habrá que olvidar o no Baudrillard.
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