“NOCHE DE LIBRERIAS”
El encuentro ganó las librerías y cafés de la mítica avenida... y la calle, donde unos mullidos sillones invitaban a la tertulia intelectual.
› Por Silvina Friera
En la puerta del café La Paz, en la esquina de Corrientes y Montevideo, el oso rubio, grandote y con gestos de milico malhumorado ante tanta euforia de la gente que se acumulaba en la entrada, no dejaba pasar a nadie. “Está mi marido, me espera”, le pedía una señora, pero el hombre, programado para pedir acreditaciones de prensa o invitaciones, y lejos de sensibilizarse por cuestiones tan vitales como el desencuentro de una pareja, impedía sistemáticamente el ingreso de la gente. Los más curiosos se acomodaban cerca de las ventanas y trataban de espiar lo que sucedía dentro de ese mítico bar en donde se inauguró Noche de librerías, organizada por la Subsecretaría de Industrias Culturales. Gente sentada, tomando un cafecito, una cervecita bien fría, gente parada. “Durante los ’90 parecía que la calle Corrientes iba a desaparecer bajo la ola de la pizza con champán”, ironizó la escritora Alicia Dujovne Ortiz. El historiador Felipe Pigna, justo al lado del jefe de Gobierno, Jorge Telerman, aprovechó la oportunidad para aclarar: “Aspiro a vivir en un país en el que uno pueda acompañar un acto cultural tan importante como éste sin que sea utilizado para la campaña electoral”. Ante el murmullo de los presentes, el autor de Los mitos de la historia argentina confesó que Corrientes tiene un sentido pedagógico en su vida. “Leí y aprendí mucho, y también vi desaparecer a mucha gente.” Telerman, contestándole a Pigna, bromeó: “No se me ocurriría darle el mal consejo de que me votara”. Risas, nuevos murmullos y un remate del gobernador de Buenos Aires para concluir la chicana del historiador. “No estoy acá para adueñarme de algo que no tiene dueño”, agregó.
Telerman recordó al mozo de La Paz, Federico, que atendía a quienes se sentaban en el sector desde donde hablaba el jefe de Gobierno. “Mi generación no iba de la cama al living, sino del café a la librería”, comparó. Las generaciones que caminaban por Corrientes se paseaban de los cafés, a las librerías, de éstas a los cafés, y cuando el cansancio obligaba a hacer una escala, antes de seguir husmeando, se sentaban a descansar en los mullidos sofás blancos ubicados en el medio de la calle. Tribus lectoras invadían la librería Hernández –para pasar había que armarse de paciencia y esperar a que la gente circulara o emplear la estrategia del empujón y meterse de prepo–, neohippies despatarrados sobre los sofás tocaban la guitarra y cantaban, los zancudos repartían textos y bailaban y la típica chabona rockera, con un grupo de amigas, decía en voz alta, provocando: “La pendejada no lee más libros”. María Sol, del stand de Librería de Mujeres, tiene una remera con la inscripción “Mujeres sublimes” y varios nombres: Edith Piaf, Clara Campoamor, Juana Manso, Sor Juana Inés de la Cruz y Rosa Luxemburgo, entre otras. Al final de esa liga femenina se lee “y yo”. María Sol le comentó a Página/12 que la gente no conocía la librería o no sabía que seguía funcionando. “Nos preguntan si son sólo libros para mujeres, y les contestamos que son libros escritos por mujeres, pero que pueden leer también los hombres”, explicó María Sol.
Subsuelo de la librería Hernández. “No hay más capacidad”, avisó uno de los encargados de la librería. Y el que avisa no es traidor, pero a la gente no le importaba. El homenaje a Rodolfo Walsh, a 30 años de su muerte, justificaba estar de pie, tirado en el suelo y, claro, aguantar el sofocón húmedo, pegajoso y caluroso de un ambiente cerrado y sin aire. “El policial dejó una marca muy profunda en la literatura de Walsh”, aseguró Eduardo Jozami, autor de la biografía intelectual y política Rodolfo Walsh. La palabra y la acción. Jozami observó que en 1972, en lo que definió como “la última etapa de la militancia política” del escritor, en un reportaje en el diario La Opinión, Walsh se reprochaba haber abandonado el testimonio después de la publicación de Operación Masacre. “Mis cuentos fueron celebrados, pero son menos valiosos que los textos de no ficción”, recordó Jozami lo que planteaba, por entonces, el escritor. “La relación entre literatura y militancia no la resolvió de la noche a la mañana; vivió una tensión muy fuerte entre ambas demandas”, opinó el biógrafo del autor de Esa mujer. “Como la crítica empezó a pedirle que escribiera una novela, Jorge Alvarez le pagó por anticipado mientras el escritor dirigía el periódico de la CGT de los Argentinos”, señaló Jozami. “Pero para Walsh la novela era una forma perimida, en momentos en que García Márquez escribía Cien años de soledad y se producía el boom de la literatura latinoamericana”, añadió. “No podemos negar al militante político, pero tampoco podemos subestimar al escritor.”
En la puerta de la librería Losada, la gente seguía el debate sobre “el incómodo lugar del libro en los medios gráficos”, la crónica periodística y otras yerbas. Fabián Casas, parafraseando una cita de Chejov sobre la felicidad, dijo: “El periodismo no existe, lo que existe es el deseo de ir hacia él”. El autor de Ocio (recientemente reeditada por Santiago Arcos) reconoció que “cuando se piensa como escritor, eso le impide escribir”. No ahorró críticas hacia el IV Congreso Internacional de la Lengua Española, que terminó ayer en Cartagena de Indias (Colombia). “El lenguaje es algo vivo, está sucediendo en muchos lugares, en las calles, en los bares, en todas partes. No se lo puede dominar ni catalogar”, subrayó el escritor. “Las matas de pasto crecen porque sí en las paredes sin que alguien las cuide”, continuó. “Me gustaría que el periodismo y la literatura tuvieran ese espíritu. No estoy de acuerdo con las clasificaciones de nuevo periodismo o no ficción; prefiero la cosa mestiza.” Una señora, encantadísima con lo que acababa de escuchar, exclamó: “¡Qué concepto extraordinario!”. Para Casas, los escritores que hablan en contra de la revista Ñ lo hacen porque no publican comentarios de sus libros. “No hay que ser llorón; hay que escribir y punto, o juntarse con gente y desarrollar los medios para decir lo que quieras.” El periodista Maximiliano Tomas precisó que hay un boom de la crónica sobre la pobreza. “No sé en qué momento esa sobreabundancia se vuelve difícil de manejar”, confesó. “Los cronistas vemos con ojos de exploradores miserables esos mundos y el crear conciencia ya no alcanza.”
En el stand de la editorial Eloísa Cartonera, la gente curioseaba las coloridas y artesanales tapas de cartón de los libros. “Armame un (César) Aira y un (Mario) Bellatin”, pedía María, una de las encargadas del stand. Sí, ahí los libros salían como panchos, uno por 5 pesos o 3 por 10. La noche terminaba con el recital de Me Darás Mil Hijos y cientos de personas yendo de la cama al living de la calle Corrientes.
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