ENTREVISTA A RAY LORIGA
El autor madrileño reúne en Días aún más extraños sus artículos periodísticos.
› Por Javier Rodríguez Marcos *
Desde Madrid
Falsa alarma. En su nuevo libro, Días aún más extraños (El Aleph), que reúne dos cuentos y casi una veintena de artículos publicados en El País, Ray Loriga (Madrid, 1967) recoge también una carta en la que confiesa que ha perdido el interés por escribir ficciones. La cosa suena a despedida, pero el propio novelista le quita importancia: “El derrumbe del escritor es casi un género literario. Ahí están, sin compararme con ellos, Rilke, Fitzgerald o el propio Vila-Matas, que escribe todo el tiempo sobre no escribir”. Loriga, no obstante, reconoce que la carta surgió en una etapa de crisis, aunque al momento matiza: “Como decía Churchill, una crisis es un 50 por ciento un desastre y un 50 por ciento una oportunidad. En el fondo siempre he estado huyendo del escritor que era”. Con todo, la desconfianza no nació hacia el hecho de escribir, sino hacia la necesidad de mantener viva una trama que ni él mismo se creía. Eso lo llevó, añade, a “ese camino beckettiano de ir escribiendo hacia atrás, que es suicida, sobre todo si no eres Beckett. Tienes que salir por algún lado”. ¿Por dónde salió él? “Estoy escribiendo una novela”. Falsa alarma, dijimos.
El autor de libros como Lo peor de todo o Héroes, que marcaron a una generación de lectores en los años ’90, permanece, además, alejado de las columnas de opinión, un género de cuyo dominio dan testimonio artículos recogidos en este libro como Después del dolor –en torno del 11-M– o Robert Frank contra Robert Frank –en torno del fotógrafo estadounidense–-. El no las tiene todas consigo: “El escritor se ha convertido en un solucionador de todo: de la política, la moral, las relaciones amorosas. Se ha perdido lo que Cheever llamaba la vergüenza de escribir”.
Guionista para Almodóvar y Carlos Saura y director de películas como La pistola de mi hermano, Loriga no cree que la desconfianza de la literatura tenga nada que ver con su dedicación al cine. “El cine –reflexiona– es mucho más esclavo que la literatura, está más atado al planteamiento, nudo y desenlace. Anda todavía en la fase de pintar crucifijos y reyes. Igual que la fotografía salvó a la pintura de esa obligación, el cine ha salvado a la literatura”. De hecho, el escritor compagina ahora la escritura de su nueva novela con un guión que dirigirá él mismo. Pero no da demasiadas pistas: “¿Qué se puede saber? Que no es de monjas y no pasa en el siglo XVI. En serio, es un thriller, una película de acción. A mi manera”. En Días aún más extraños, Loriga distingue entre el cine y las películas, aunque aclara que eso no quiere decir que cine sean sólo las películas turcas o iraníes: “Para mí cine es Michael Mann haciendo Colateral con Tom Cruise. O Hitchcock, que era un director comercial”. Se refiere, más bien, a nuestra manera de mirarlo: “Hoy el tejido cultural del cine es más pobre que hace veinte años”, explica. “Debería no serlo porque el DVD te permite tener una filmoteca en casa, pero la mayoría del público no decodifica cierto tipo de películas. A un chaval de 18 años le pones una película de Rohmer y pensaría, no ya que no le gusta, sino que está mal hecha. Estamos expuestos a más imágenes que nunca, pero las decodificamos cada día peor”. Y no cree que el acceso a la tecnología se traduzca necesariamente en mejores películas: “Pensar que el cine se abre a todo el mundo porque las cámaras son más baratas es como pensar que la literatura se abre al mundo porque los bolígrafos son baratos. Para hacer una película hace falta formación, intuición, talento y esfuerzo. Lo de siempre”.
Junto a la literatura y el cine, el tercer protagonista del libro es el fútbol: “En las etapas de depresión sólo me salva el fútbol. Saber que hay partido me asegura un rato de interés por el mundo. Cuando no me puedo dormir hago alineaciones”. Aunque es un madridista declarado, la mirada de Loriga va más allá del Bernabeu. “A las 7 de la mañana –apunta– un Racing de Avellaneda-San Lorenzo de Almagro en la tele me parece el plan ideal para no dormirme”. Compra todos los periódicos deportivos, incluidos los extranjeros, y ve todos los partidos que se le cruzan. Y concluye: “Me estoy convirtiendo en un psicópata del fútbol”.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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