EL CIERRE DEL CICLO DE ESCRITORES EN LA BIBLIOTECA NACIONAL
José Pablo Feinmann cerró el riquísimo programa de charlas con un análisis del racismo, la xenofobia y la intolerancia representado en textos clave de la literatura argentina.
› Por A. B.
“En nuestra literatura vamos a ver que el otro es inasimilable, es el otro infinito, el antagónico y el distinto absoluto”, planteó José Pablo Feinmann en la Biblioteca Nacional, a modo de anuncio de su paseo por una serie de textos fundantes de la literatura argentina en los que laten el racismo, la violencia, la discriminación y el odio a esas “especies inferiores” tan necesarias para reforzar la sensación de pertenecer al círculo de los iluminados elegidos. Indios, negros, gauchos, gringos, cabecitas: los bárbaros desde la óptica de la civilización. Sarmiento, claro, el Facundo: “Sobre esta razón occidental –explicó Feinmann–, la civilización que Sarmiento dice que tenemos que traer a nuestra patria, Walter Benjamin señaló que ‘está cuestionada por el ángel de la historia que mira hacia atrás y lo único que ve es un paisaje en ruinas’”. En su inventario, recordó el filósofo, están las guerras mundiales, Hiroshima, los campos nazis de exterminio.
“Lo grande de Sarmiento –siguió Feinmann– es que está lleno de contradicciones: es un gran escritor y es un asesino. Muy pocos pueden jactarse de eso. No creo que los escritores que pasaron por este ciclo hayan matado gente; Sarmiento sí: gobernó, escribió, mató, hizo todo. Era un verdadero titán.” Luego refirió el beneplácito del sanjuanino en su libro El Chacho ante la aplicación de la “guerra de policías” en el asesinato de Peñaloza, cuya cabeza fue colocada para escarmiento en la punta de una pica. “La figura del otro absoluto es aquel a quien yo mato”, dijo Feinmann. “Para matarlo, le quito su condición humana. Pilar Calveiro cita, en Poder y desaparición, una frase de Ramón Camps: ‘Nosotros no matamos personas, matamos subversivos’.” En ese sentido, las últimas líneas del texto de Sarmiento son un buen ejemplo de la supresión del carácter humano del enemigo: “Estas biografías de los caudillos de la montonera –escribió– figurarán en nuestra historia como los megaterios y gliptodontes que Bravard desenterró del terreno pampeano: monstruos inexplicables, pero reales”.
El narrador y filósofo fue el último conferencista de “La literatura argentina por escritores argentinos”, una serie que comenzó en junio de 2006 y terminó el martes en la sala Borges de la Biblioteca, por donde pasaron veinticuatro autores entre poetas, dramaturgos y narradores. Sylvia Iparraguirre, coordinadora general e ideóloga del ciclo, recordó frases, definiciones y/o anécdotas de Roberto Fontanarrosa, Ricardo Piglia, Griselda Gambaro, Alan Pauls, Héctor Tizón y Diana Bellessi, algunos de los protagonistas de los encuentros. “Hemos asistido al verdadero poder de la palabra”, dijo la escritora, y destacó “la maravillosa y enriquecedora diversidad de géneros, estéticas e ideas” desplegadas por los participantes. Diego Videla, a cargo del Programa Cultural del Banco Galicia –que solventó el ciclo–, señaló que las conferencias serán reunidas en un libro, y Horacio González, director de la Biblioteca, resaltó que “la confianza de que los escritores puedan expresarse de la forma en que lo indican sus conciencias creativas muestra que hay algo en la literatura que nos redime, nos reencuentra y nos repone de una forma generosa en la actualidad”.
Con frondosos y lúcidos enlaces con los grandes filósofos que abordaron el tema, Feinmann siguió su recorrido por la Vida del Chacho de José Hernández, para quien “el otro” son “los salvajes unitarios” que “están de fiesta”. Peñaloza, escribe Hernández, ha sido degollado y su sangre clama venganza. “Esta es también una dialéctica en nuestra historia”, señaló Feinmann. “Cuando la venganza se realiza, se derrama otra sangre. Y esta sangre también pide venganza. Hay ahí una especie de espiral que pareciera no detenerse nunca; quizá la historia del hombre sea efectivamente derramar sangre y faenarse los unos a los otros. No tenemos más que ver los diarios todos los días. Yo ya no tengo muchas esperanzas de que el mundo cambie en este sentido; cuando escribí La sangre derramada tenía ciertas ilusiones de que podía elaborarse una utopía sobre una historia que redujera sus márgenes de violencia. Pero en ese momento no me atrevía a hacer un diagnóstico o una definición; hoy estoy más cerca de eso y creo que la violencia forma parte de la condición humana: esto lo vio muy bien Freud en El malestar en la cultura.”
“El otro es uno de los grandes temas de El matadero de Esteban Echeverría –prosiguió Feinmann–, un cuento literariamente formidable que intenta demostrar que la gente del matadero no se diferencia de las bestias; el unitario elegante que pertenece a la civilización y porta los valores de la cultura es degollado por bestias a las que hay que matar.” El escritor leyó luego tramos muy xenófobos de Amalia de José Mármol y de Juvenilia de Miguel Cané, y volvió a José Hernández, esta vez para refrescar los versos del Martín Fierro de tono peyorativo para los aborígenes y los inmigrantes. “Hernández era más lúcido que la burguesía de Buenos Aires y no quería que el gaucho fuera ‘el otro’”, explicó Feinmann. “Le interesaba que fuera aceptado por la civilización, porque era mano de obra especializada y barata. Sus odios profundos eran los indios y los gringos.”
“La civilización ha combatido a la barbarie con la barbarie; le ha temido siempre, y tanto que jamás la ha podido integrar”, concluyó el filósofo. “Este momento es particularmente trágico, porque antes la chusma ultramarina se rebelaba con el anarco-sindicalismo, había un encuadramiento racional de la protesta. Hoy no hay industrias, ni compañerismo de clase, ni capacidad organizativa de lo que fue la clase obrera. Hoy hay furia, hambre, bronca, y una violencia latente que no creo que sea muy fácil eliminar. Si algo no se hace en este país, los countries van a pasarla mal; la ciudad culta, opulenta y llena de luces va a encontrar presencias cada vez más temibles. En suma, el capitalismo, desde 1492 –eso que Marx llamó la acumulación original–, sigue chorreando lodo y sangre, y no es un sistema capaz de integrar a los que expulsa. En consecuencia, es la guerra. ¿Cómo podría evitarse en nuestro país? Con una política eficazmente distributiva de educación e integración de aquellos a quienes se ha expulsado de la dignidad de la sociedad de los hombres.”
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