LA PRESENTACION DE “POESIA DIARIA”
Virginia Giannoni compiló las piezas que publica Página/12: “La poesía es tal vez la única manera de nombrar algo que no tiene nombre. Ese intento de buscarle palabras es maravilloso”, dijo en la presentación realizada en el C. C. de la Cooperación.
› Por Angel Berlanga
Unas ideas que crecen y diversifican sus formas: el martes se presentó, en el Centro Cultural de la Cooperación, Poesía diaria-Porque el silencio es mortal, un volumen que reúne 208 recordatorios de hombres y mujeres desaparecidos durante la última dictadura, algunas de las piezas que desde 1988 fueron publicándose, a pie de página, en este diario. Desde entonces, día a día, familiares y amigos de víctimas del terrorismo de Estado acercaron unas fotos y escribieron unos textos que los mantienen, evocan, extrañan, reclaman, cada uno con sus palabras, sus citas, sus singularidades. Cinco años atrás la diseñadora y escritora Virginia Giannoni tuvo una idea para esas ideas, un gesto para esos gestos: reunirlos. Y, luego, se propuso exhibirlos: eso hizo en 2003, en el Centro Cultural San Martín. Y, después, pensó en llevar la muestra a otras ciudades, Paraná, Mendoza, Medellín, San Diego, Toronto. Y también, creyó, para extender y ampliar, que sería bueno traducirlos a otras lenguas, y ponerlos en la página www.poesiadiaria.com.ar. Su cruce-encuentro con el músico y productor Gustavo Santaolalla, director de Editorial Retina, desembocó ahora en la publicación de este libro bilingüe, cuya vertiente en inglés está a cargo de la traductora Joan Lindgren.
Además de Giannoni y Santaolalla, participaron de la presentación León Gieco, Adolfo Pérez Esquivel y las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora Nora Cortiñas y Aída Sarti. “Creo que el diario no sería igual sin esas fotos”, dijo Gieco. “Siempre nos preguntamos, nos imaginamos, cómo habrán sido esas personas en sus casas, en sus vidas cotidianas, cómo serán las fotos atrás de esas fotos. Y estos textos, estas poesías de quienes los conocieron, nos acercan a estas personas. Así que celebro este libro y para mí es un honor estar hoy acá.” A su turno, Pérez Esquivel aludió a un tramo del prólogo que escribió para Poesía diaria, específicamente a un mensaje que le enviaron indígenas de Cauca, Colombia: “Hay que hacer caminar la palabra, las palabras sin acción son vacías”. “Lo que León y Gustavo hacen con las canciones, lo que otros hacemos con lo que escribimos y decimos, es justamente eso”, dijo. “Estos amigos colombianos también dicen que la palabra y la acción por fuera de la comunidad y la espiritualidad es la muerte. Y nosotros estamos aquí para celebrar la vida. Como todos aquellos que están en este libro.”
Junto a la escalera que va de planta baja al segundo subsuelo del Centro Cultural de la Cooperación están pegadas con engrudo centenares de hojas blancas, comunes, sobre las que se imprimieron, ampliados, los recordatorios: rostros, versos, fechas, señales de crímenes y ausencias. Nora Cortiñas destacó el criterio despojado de Giannoni, que las reproducciones no tengan marco ni ornamentos: “Porque así eran nuestros hijos, no querían mármoles ni bronces”, dijo. “Lo que me impacta de Virginia es que fue encontrándole la poesía a lo que nosotras escribimos en esos momentos en que intentamos, buscamos, rompemos hojitas, para escribir una frase”, agregó. “Uno pone lo que tiene, pero ella le prestó atención y fue encontrando la esencia; nosotras llevamos treinta años corriendo y corriendo, y a lo mejor no nos detenemos a buscar la poesía en esta lucha. Porque es tan duro y es tan con esperanza de que cada cosa vaya a tener una respuesta... A veces son palos en la rueda, a veces son logros, pero siempre buscando la verdad y la justicia.” “Nosotras, las madres, no somos felices”, dijo luego Aída Sarti, archivista. “Pero sí tenemos momentos felices. Y éste es uno. Porque hoy estamos reunidos por el amor, la pasión y el compromiso de Virginia y Gustavo, que en aras de la libertad y la justicia, la memoria y la dignidad hicieron posible este libro.”
Giannoni contó que fue encontrándose con varias personas que, como ella, recortaban los recordatorios y los pegaban en paredes, o los sostenían con imanes para mantenerlos presentes y a la vista, en el cotidiano. “Siempre me llamó mucho la atención la claridad de los familiares de no generar escritos que fueran privados, o que sólo circularan por ámbitos reconocidos de los derechos humanos, y que los publicaran en el diario”, dijo. “Me parece que encontrar cartas tan íntimas en un espacio público es por lo menos inquietante. Es un singular que es plural cuando uno lee: están escritos para el hijo, la hija, el familiar que perdieron, pero también para nosotros, para el lector. El que escribe sabe que va a leerlos gente que no necesariamente conoce su historia. Muchos de esos textos, además, son hermosos, y reconozco ahí a gente que no escribe, que probablemente haga listas para las compras o escriba cosas al pasar, y que ese día especial se propone algo. El uso de la poesía aparece tal vez como la única manera de nombrar algo que no tiene nombre. Ese intento de buscarle palabras, de agarrar aunque sea por un ratito eso que pasa, es maravilloso.”
El proyecto de Poesía diaria va extendiéndose: a partir de la muestra en Medellín, el grupo Madres de la Candelaria encontró una forma de expresión y comenzó a realizar sus propios recordatorios. En San Diego, Giannoni dio con la traductora irlandesa Joan Lindgren, que coordinó a un grupo para la versión en inglés de los textos. La idea es traducirlos a otras lenguas y, para eso, la página de Internet funciona como puerta y puente. Santaolalla señaló que se propone engrosar el libro en sucesivas ediciones: “Ojalá podamos seguir agregándole hojas en los próximos años”, dijo. “Para armar el rompecabezas de lo que es uno y su identidad es importante encontrar todas las piezas, no olvidarlas, y ponerlas en orden.” Las ganancias producidas por la venta del volumen serán para Madres Línea Fundadora.
“Yo pertenezco a esa generación y desde muy chiquito encontré en la música un refugio, un medio para expresar mis sentimientos, lo que veía que pasaba a mi alrededor”, dijo Santaolalla. “Crecí en un lugar y en una realidad llena de injusticias. A partir de crecer como artista y persona busqué, soñé y trabajé a mi manera por un mundo mejor. En paralelo había otros y otras que, quizá de manera más altruista, menos narcisista, no sólo soñaban con un mundo mejor, sino que también estaban determinados a hacerlo. Siempre tuve un tremendo respeto y admiración por ellos, y un profundo agradecimiento por esa entrega, amor, pasión, por haberles hecho frente a esos enfermos psicópatas que nos decían qué teníamos que pensar y hacer, cómo nos teníamos que comportar. Finalmente dieron su vida por eso, por un ideal, y por un compromiso del cual se hicieron cargo.”
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