ENTREVISTA A JAVIER DAULTE
El autor y director explica el sentido de La felicidad, una obra que define como “un melodrama contenido en un marco de terror”.
› Por Cecilia Hopkins
Podría decirse que es una comedia cibernética, pero Javier Daulte prefiere definir a su penúltima obra –la recientemente estrenada La felicidad– como “una comedia gótica, un melodrama contenido en un marco de terror”. Y todo aquel que se acerque al teatro Regina (Santa Fe 1235), sin dudas, le dará la razón. Ya estrenada en Barcelona con un elenco catalán bajo su propia dirección, el autor está convencido de que esta puesta es superior a aquélla. La obra bordea el género de ciencia ficción. De modo que, sin aceptar sus convenciones, no es posible dejarse ganar por la comicidad que la pieza propone. Ni comprender –porque nadie lo explica– qué hace en el living de una familia de clase media actual un robot (interpretado por Marcos Montes) dispuesto a ejecutar todas las tareas que le confíen. De todos modos, en La felicidad nada es demasiado razonable, en términos del viejo teatro realista: interpretada por Carlos Portaluppi y Marita Ballesteros, una pareja de padres obsesionada por la felicidad de su hija Rosa (a cargo de Gloria Carrá), acepta su plan de inmediato. Decide entonces raptar al joven de quien la niña acaba de enamorarse sin ser correspondida (Luciano Cáceres) para narcotizarlo, hacerle perder la memoria y crear una realidad ilusoria, con el objeto de volver a Rosa única e irreemplazable ante sus ojos.
Así, el tema de la nueva obra del exitoso autor de Criminal es la búsqueda del amor eterno o, más bien, la imposibilidad de conseguirlo, dado que ésta es una comedia sin final feliz: “En esta época de intergéneros todo es posible”, reflexiona Daulte en una entrevista con Página/12. “El humor es algo inevitable en mí –continúa– y, como quiero que la gente lo pase bien y creo mucho en el relato, estoy muy atento a la trama”, afirma el autor, que ya se encuentra en tren de encarar el estreno de su última obra, Cómo es posible que te quiera tanto, pieza que relaciona dos historias que, al igual que las anteriores Martha Stutz y Bésame mucho, fueron concebidas dentro del género policial.
“Empecé a escribir La felicidad a fines de 2005”, cuenta Daulte, dado por entonces a leer todo cuanto cayera en sus manos relacionado con el tema. Así fue que leyó El viaje de la felicidad, del catalán Edward Punset, de donde extrajo una reflexión: “Para preservarse, la especie humana necesita del hombre sólo 30 años de su vida –resume el autor y director –y, sin embargo, el hombre –como ningún otro ser vivo– excede el tiempo que la naturaleza precisa para preservarse. De manera que, en las sociedades donde existe el bienestar general, la mayor parte de la población tiene unos 40 años de vida ociosa. Entonces cabe la posibilidad de pensar en la felicidad... porque hay tiempo de intentar conseguirla”.
–¿Por qué pensó en escribir acerca de este tema?
–Preguntarme acerca de una posible felicidad me pareció un acto de provocación para conmigo mismo. Porque me parece que, en estos momentos, lo más provocativo para los demás es demostrar optimismo. Si uno se pusiera a hablar sobre la infelicidad, esto podría llevarle horas. En cambio, admitir que uno es feliz da pudor, pareciera que es algo que hay que ocultar. Creo que el hecho de admitir que uno es feliz podría causar hasta cólera.
–¿Por qué a Rosa le sale mal su experimento?
–Rosa tiene dominados a sus padres, es el timón de lo que ocurre en esa casa. Y todos están dispuestos a hacer cualquier cosa para que ella consiga el amor eterno, para que la víctima (Sergio) pueda corresponder a su amor. Hasta crean una nueva realidad. Pero la vida entendida como un diseño preconcebido para alcanzar todo lo que se anhela es una trampa. Se da la paradoja del deseo cumplido: cuando el deseo se cumple no hay más por qué vivir. Además, el deseo tiene que trascender en conceptos: se puede desear justicia, se puede desear amor, pero no a una persona y a cualquier precio, como Rosa. En Sueño de una noche de verano, de Shakespeare, los polvos mágicos que arroja Puck generan paradojas y confusiones. Y la vida sólo podrá continuar su curso restituyéndose el estado de las cosas. Pero hay una paradoja final en La felicidad que tiene que ver con el efecto de la ficción. Porque pareciera que, aunque uno fue víctima de un engaño, no se puede romper con lo que esta ficción creó en uno.
–¿Qué relación existe en la obra entre felicidad y ficción?
–El relato de la obra tiene que ver con la trampa, con la capacidad de generar ilusiones. La felicidad se produce cuando se cumple una buena puesta en escena. El propósito de seducir se cumple, incluso, en lugares pensados para que esto sea posible: nos enamoramos cuando estamos en el lugar preciso, con la música y la luz justas. Cuando esta familia arma este melodrama, Sergio se enamora pero es víctima de un engaño pero, aunque descubra este engaño, el efecto persiste. Creo que las personas somos muy sensibles a las ficciones, incluso vamos al teatro a verlas y pagamos para verlas. Estamos ávidos de ficciones, de ser testigos de otros mundos en este mismo mundo.
–¿Hay ficciones y ficciones?
–Es importante que la ficción sea eficaz en un sentido constructivo: tenemos que ser sus cómplices, conocer sus reglas, porque si no somos conscientes, seríamos sus víctimas y estaríamos en manos de algún psicópata. Como sucede con las ficciones que instalan las dictaduras cuando tratan de perpetuarse en el poder. Porque la perpetuidad se logra, frecuentemente, con el engaño. Es por eso que hay parejas que no sobreviven a la sinceridad. Por otra parte, hay una gran ficción en Occidente, que es la que construye la religión. El empobrecimiento material y emocional de una sociedad tiene como resultado el crecimiento del número de creyentes, en tanto que donde hay situaciones de bienestar hay tiempo y dinero para consumir las ficciones creadas mediante el arte, que remiten a un más acá y no a un más allá. Para las religiones, lo mejor siempre está por venir.
–En el texto escrito de la obra figuran varias citas antes de iniciarse algunos de los actos y escenas. ¿Podría comentar la frase de Theodor Adorno?
–Adorno dice que no se puede tener felicidad, sino estar dentro de ella. Es por eso que ninguna persona feliz puede saber que lo es: para ver la felicidad tendría que salir de ella. Por eso sólo se puede afirmar que se fue feliz. Cuando en la obra, la familia está preparando la ficción para engañar a Sergio, todos están felices, pero no lo saben. Adorno: Buscar la felicidad es un propósito vano en sí mismo.
–¿Y la cita referida al hombre nuevo y el hombre antiguo?
–Eso pertenece a El siglo, de Alain Badiou. El dice que el hombre nuevo es el producto de una ficción. Surge a través de un gran esfuerzo y por medios violentos. Es como el superhombre de Nietzsche, aquel que pasó todas las pruebas. Sergio ignora que está siendo engañado y, sin embargo, tiene el coraje de luchar hasta con un monstruo biocibernético, pasa todas las pruebas y construye nuevos valores a partir de su propia experiencia. En él, la ficción tiene consecuencias en la realidad. En cambio, el hombre antiguo sería, en términos de Nietzsche, “las moscas del mercado”, todos aquellos que creemos que no podemos vivir sin el microondas o el plasma.
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