ENTREVISTA CON LA ANTROPOLOGA “ARGENMEX” ANA GONZALEZ
En la Feria del Libro de Antropología e Historia, González señaló que “siempre se utilizaron métodos genocidas” en el país.
› Por Silvina Friera
Desde Mexico D. F.
“¿Verdad que el tránsito está fluido?”, le pregunta la antropóloga argentina Ana González, con esa leve tonada mexicana que conserva después de haber vivido más de cuatro años de su exilio, entre diciembre de 1979 y febrero de 1984, en México. El taxista ni se mosquea ante el atascamiento en el Paseo de la Reforma. El hombre, acaso rindiendo culto a algún dios de la calma, confirma que no es nada, y parece más preocupado por los dos huracanes, el Henriette y el Félix, que ya llegaron a la costa del país. Orgullosa “argenmex” –así se definen los argentinos exiliados en México–, González comenzó a estudiar Antropología en la Universidad Veracruzana y terminó la carrera cuando regresó a la Argentina. En el hotel de la Zona Rosa donde se hospeda buena parte de los invitados argentinos, la antropóloga pide un jugo de papaya mientras repasa su experiencia en el campo de la antropología, especialmente en torno del genocidio y etnocidio, temas que desarrolló ayer en la conferencia magistral que dio en la Feria del Libro de Antropología e Historia. “Si analizamos nuestra historia desde la constitución del Estado –le dice a Página/12–, veremos que hubo distintas etapas en las que se utilizaron métodos genocidas.”
El inventario es abrumador. González, directora nacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, recuerda que los indios onas fueron exterminados en menos de cincuenta años. “El objetivo era apropiarse de sus tierras”, explica la antropóloga. “Para que se pueda justificar este tipo de prácticas genocidas, los victimarios tienen que plantear que el grupo es una degeneración de la raza, que son salvajes, asesinos o delincuentes, que es un poco lo que se dijo respecto de los onas. Y también fue la argumentación que usó Roca en su Campaña al Desierto, cuyo objetivo fue cambiar las relaciones con los pueblos mapuches, tehuelches y pampas, apoderarse de sus tierras, sojuzgarlos y utilizarlos como peones de campo. No estamos hablando de hace 500 años, sino de la historia reciente. Cuando terminó lo que se llamó la Conquista del Desierto de la parte patagónica, se prosiguió con El Gran Chaco, y ahí también se ejercieron acciones de carácter genocida, que no destruyeron físicamente a los grupos indígenas porque lo que se buscaba era reducirlos a mano de obra barata o casi semiesclava.”
Antes de recibirse de antropóloga, González trabajó como enfermera rural en México, en diversas comunidades campesinas e indígenas. También participó de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico en Guatemala, como coordinadora de una de las oficinas de campo y formó parte del equipo que redactó el informe Guatemala: memoria del silencio, redactado en febrero de 1999. ¿Cuál sería la diferencia entre el concepto de genocidio y etnocidio? González advierte que el etnocidio no implica la destrucción física de grupos sociales e indígenas, sino la destrucción de su cultura e identidad. “Tanto en el caso del Chaco como en el de la Patagonia se dieron prácticas sociales genocidas, que fueron de la mano con prácticas etnocidas. Son procesos distintos que convergen”, aclara la antropóloga. “En esta etapa de la historia argentina donde hay una profusión muy grande de trabajos sobre la memoria, los pueblos originarios se fueron fortaleciendo, y pudimos conectar la historia del genocidio de los ’70 con la historia de un Estado que desde su constitución utilizaba métodos tremendamente represivos para evitar cambios evolutivos y en paz hacia una mayor democracia.”
–Algunos juristas han planteado que la apropiación de menores durante la dictadura era un caso exclusivo de la Argentina ¿Es así?
–No, la apropiación de niños ha sido una constante en muchos genocidios. En Guatemala fue aún más sistemático que en el caso argentino. Los niños se apropian con un sentido de botín de guerra. Cuando uno busca perpetuarse a través de su descendencia, lo que pretende es que esa descendencia tenga una cultura, una identidad, que mantenga una continuidad. Pero cuando los represores se apropian de la descendencia de sus enemigos, lo que buscan es triunfar sobre el enemigo, hasta sobre su descendencia. En el caso de Guatemala hubo muchísimos niños apropiados, pero lo que hicieron fue montar un enorme negocio de adopción internacional donde cualquier abogado podía hacer un acta de adopción. Los guatemaltecos ya llevan más de 1200 niños recuperados. Los que adoptaron eran europeos o norteamericanos, con lo cual el choque cultural fue mayor. Si en la Argentina recuperar un chico puede ser traumático porque el joven puede admirar a su apropiador, en el caso de los niños guatemaltecos hay un choque cultural enorme, porque una mujer de 30 años que vive en Suecia y habla en sueco de repente se encuentra con una madre que habla en un idioma indígena. En el caso de los militares guatemaltecos no querían apropiarse de niños indígenas y entonces los vendieron, ofreciéndolos en adopción.
–¿Por qué se pudieron restituir tantos chicos en el caso de Guatemala?
–Porque hubo apropiaciones masivas. A partir del trabajo de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico comienza a salir a la luz la cuestión de las apropiaciones de niños, un tema que estaba muy oculto. Muchas organizaciones de derechos humanos guatemaltecas empezaron a hacer un trabajo sistemático, rastreando las casas de adopción internacionales. Y por ejemplo, descubrieron que 25 niños que habían sido secuestrados en la masacre de Río Negro habían sido adoptados en Suecia. Y la mayoría de los que adoptaron no tenía idea de la historia que había detrás de esos chicos.
–¿Se podría aplicar el concepto de apropiación en los genocidios a distintos grupos indígenas?
–Generalmente se habla de los cautivos y de las cautivas, que se apropiaban los mapuches, pero no se habla que hubo apropiación de niños por parte del ejército argentino en la frontera. Un caso paradigmático fue el de Mariano Rosas, que era hijo de Painé, un cacique de La Pampa, que fue secuestrado a los 8 años, lo hicieron trabajar de sirviente con el nombre de Mariano Rosas, pero a los 15 años se escapó y regresó a su tribu. Este tipo de apropiaciones de niños ya tenía amplios antecedentes.
–Pero para la historia oficial, no sería una apropiación, sino una acción “civilizadora”...
–Para los militares de la dictadura, las apropiaciones eran un acto de civilización de un niño que si hubiera quedado con su familia, habría sido un subversivo. Apropiarse de los niños era una manera de “civilizarlos” bajo el concepto occidental y cristiano y de suprimirles su identidad. El gran trabajo de las Abuelas es el haber demostrado que es impostergable el derecho a la restitución de la identidad.
–¿El gran déficit argentino sigue siendo la cuestión de la identidad?
–Creo que hubo un intento de instalar, en distintas etapas de la historia argentina, una identidad que era falsa; una identidad europeizante que negaba las vertientes inmigratorias de nuestro país, como las árabes, musulmanas, judías, indígenas. Se buscó plasmar un modelo de identidad que resultaba artificial respecto a lo que nosotros éramos. Las identidades no son fijas, se construyen, se transforman históricamente. Los argentinos somos una mezcla de distintas vertientes con sus respectivas identidades, pero el problema es que nos cuesta asumir esa identidad diversa.
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