LOS 85 AÑOS DE JOSE SARAMAGO
El escritor portugués evoca la “inmensa emoción” que le produjo la reciente visita al Parque de la Memoria, en Buenos Aires, y se muestra sorprendido por el interés despertado en Europa por su propio pasado. Hasta le descubrieron una novela perdida.
› Por Juan Cruz *
desde Madrid
A los 85 años, cumplidos el 16 de noviembre, a José Saramago le han descubierto otra vida. A él se le había olvidado, pero su mujer, Pilar del Río, la encontró en un montón de maletas que él había arrinconado, como un recuerdo cerrado, en su casa de Lisboa. Hasta ahora. El próximo viernes, en la Fundación César Manrique de Lanzarote, se podrá ver el contenido de esa vida desconocida del autor de El hombre duplicado. Ayer, en el Auditorio del Centro Cultural Conde Duque, en Madrid, recibió un homenaje al que el Premio Nobel asistió después de una convalecencia provocada por una gripe que incubó en Argentina y que estos días se le manifestó en Madrid. Ese homenaje se repetirá próximamente en Lisboa.
Volvió de Argentina la semana pasada. Lo que vio allí, en homenaje a los desaparecidos, le produjo “una inmensa emoción”. Más de un kilómetro de nombres y nombres de los desaparecidos, esculpidos en piedra. “No hay nada más. Sobriedad de la piedra. Ese color oscuro.” En ese parque lloró en silencio. “No vale la pena que lleves flores, simplemente mira. Cada una de esas piedras y cada nombre escrito en ellas es algo que se ha perdido para ser evocado. Junto al mar. Con una sobriedad intensa. Allí, donde está este Parque de la Memoria, fue descubierto el cuerpo de un chico de 14 años que había sido empalado. Ahora va a haber allí una escultura que va a representarlo; cuando sube la marea, la figura desaparece... Y luego vuelve, como una resurrección.”
Afectado aún por esa visión, Saramago afronta una semana en la que él mismo está asistiendo al reencuentro con quien fue. A los 85 años lo espera otro Saramago. “Y es curioso que ese hombre de mi juventud venga cuando cumplo 85 años”, explica. “Una edad a la que se llega con suerte... a veces las vidas largas significan soledad”, agrega. Pero en su caso, “con salud suficiente para estar haciendo cosas”, esa edad llega con una novela en camino (El viaje del elefante) y con una actividad que no cesa.
Esa vida desconocida sorprendió a Saramago “porque revela que en esos tiempos en que siempre pensé que no había hecho nada escribí como un verdadero loco”. La Fundación César Manrique muestra, bajo la dirección de Fernando Gómez Aguilera, “cantidad de papeles, cuentos, una novela no terminada... Han descubierto una vida mía que estaba soterrada y de la que yo no me acordaba”. La novela recuperada es Tierra del pecado; Saramago la dejó inconclusa, “y dejarla inacabada era una forma de autocrítica; pensé que no valía la pena y la dejé ahí, arrinconada. Fue una especie de acto de humildad. Yo pensaba: no puedo seguir escribiendo libros si yo mismo sé que no vale la pena hacerlos. Pero seguí escribiendo, vaya que sí seguí. Lo que ellos han encontrado es algo asombroso. No sé cuándo escribí todo eso; yo pensaba que después de Tierra del pecado me había detenido, y lo cierto es que continué y continué. Ahora se ve que el pasado que tengo no es el pasado que creí haber tenido”.
Eran textos de un chico de 19 años, que venía de una familia analfabeta. Saramago no les ve “tanta calidad”, pero sí la fuerza que ya en ese momento le hacía decir con toda tranquilidad “yo quiero ser un escritor”. Una convicción que acabó por convertirse en una especie de compromiso: “Estaba aquí para escribir, ésa era mi vocación. Lo tenía tan claro que escribía y ahí está esa novela incompleta”. No la leyó, no ha leído ninguno de esos papeles. “Me los enseñaron Pilar y Fernando, pero los dejo para verlos como los verá cualquiera, en la Fundación”, comenta. Pilar los encontró, dice ella, “en cajas que habían estado viajando por distintas mudanzas, desde su primer matrimonio. Cuando terminó su segundo matrimonio se quedaron en una buhardilla. Y en el tercero, que es nuestro caso, vinieron a Lanzarote, donde vivimos desde 1993. Pero eran cajas que jamás se habían revisado”.
–¿Y no tuvo curiosidad por saber qué había dentro?
–No.
–¿Por qué?
–Si yo no tuve curiosidad, ¿cómo voy a saber por qué no tenía curiosidad?
Saramago no espera encontrar allí “maravillas”. Son, dice, “divertimentos de un chico de 18 o 19 años, sin estudios académicos, sin universidad. Salvo las lecturas de las bibliotecas, yo no sabía nada más”. Pero había, desde entonces, dice él, “un hilo rojo” que se ha mantenido desde entonces en toda su obra. “Ese hilo rojo sería para mí un sentido de responsabilidad con respecto a la escritura. Escribiendo mejor o peor, yo sabía cuál era mi tarea. Sin ninguna reserva, era un escritor.” Escritor, ¿eso qué es? “Una manera de entender el mundo, una forma de asistir a un universo que entonces empezaba a manifestarse con una serie de cambios que requerían de mi coherencia de pensamiento y de acción. Y ahí he estado, uniendo esas convicciones con mi experiencia, aprendiendo con las equivocaciones.”
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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