OPINION
› Por Julián Gorodischer
Se recuerdan días mejores para Mariana de Melo, la que decía ser la novia de Ronaldinho y no presentaba pruebas: su rebeldía era sostener discurso inverosímil y controversial (un romance con el astro del Barcelona, Ronaldinho, sin presencia física) y negar la evidencia con ¡una altura! que la inhibía de pasar al bando de los mediáticos impresentables: la llorona (así se titula el tema que cantaba) siempre se manifestó en reacción a la pregunta torturadora de los tiranos que le querían arrancar el dato de la performance sexual; nunca lo suyo fue una coartada. Mariana de Melo solía patinar en las noches de Marcelo Tinelli o se sentaba a recibir trompadas como preguntas en las tardes del eterno panel intercambiable: se la supo ver un poco más viva que la colgada de Karina Jelinek, no tan zarpada en el racconto amatorio y la exhibición de lolas como Luciana Salazar. Mariana introduce una particularidad a lo que el sistema de estrellas catódicas dicta: lleva el manual de estilo de las vedettes televisivas más a fondo, tan a fondo como debería reclamarle al tipo en la cama para estar a la moda y figurar en un videíto casero viral, pura infección en mentes púberes, subido al sitio YouTube (mientras no se avive el inspector).
Mariana de Melo es una de las caras nuevas, y la competencia a esta altura ya es mucha. Cada vez debió llevar más lejos los clichés que su profesión impone a las que se quieren destacar: si lo que rinde es un origen humilde, ella reveló un comienzo como mucama en Posadas, Misiones. Si hacía falta un romance para ascender a meritoria en el tribunal popular-televisivo que se da cita en lo de Jorge Rial, ella aseguró ser portadora de un chat a ciegas con la superestrella internacional. Más, siempre más, como si un apuntador se lo soplara al oído (a través de esos audífonos tan raros que les ponen ahora en los magazines), para verla inflarse en la gigantografía de la puerta del teatro de revista sub Corrientes, un poco más alto en la marquesina de la Ciudad Feliz. Ese apuntador imaginario podría haberla acompañado en el auto en que chocaron con la cosechadora que iba a 20 por hora. No habían tenido tiempo para dormir: viaje a La Pampa, presentación de quince minutos y de vuelta a la ruta para ahorrarse el hotel. En ese plan está la prosperidad y a la vez el karma del ídolo rutero: alta rentabilidad al mayor riesgo.
Ahora el cambio de estatuto es notorio: en terapia intensiva dejó de ser la otra (la amante del capo futbolero) para convertirse en la única. En estado desesperante, sigue la huella del “ídolo rutero”, muerto o al borde de la muerte, ido o revivido, eso no importa cuando lo que está en juego es el ascenso a santa patrona de las rutas, como Gilda, Rodrigo o Walter Olmos, como la propia De Melo, que cumple con los requisitos: venir bien de abajo, de la villa, del potrero (como le gustaba a Rodrigo, siempre proclive a encajar en la tradición futbolera que extrema la idolatría a un sueño mucho más grande). No son casos aislados; los ídolos ruteros subordinan al momento del accidente la posesión de algún talento, una afinación, al menos una prueba tangible (en el caso de Mariana) de un romance con el astro futbolero a su martirio reciente. Por estos días se inicia el lamento por la accidentada joven, se proclama el inicio de la liturgia mortuoria (aun estando viva) que le atribuye pura positividad: la mártir sólo estaba en posesión de sentimientos nobles, entrega total a la profesión, devoción genuina por las tablas. Y la religión pagana y masiva, que peregrina a los santuarios ruteros y promueve la edición de nuevos discos de homenaje, podrá sacar a la venta el doble de luxe de “La llorona”, su tema, y luego una nueva tanda con covers de homenaje a cargo de rockeros célebres. Luego, si pasa lo que se espera que pase, si todo sigue evolucionando hacia la situación desesperante, estarán en venta las salidas especiales de Navidad y Reyes al santuario de la Virgen Llorona; por la tele se verán los últimos informes sobre su pasado de vedette y patinadora sobre hielo de un verano. Se conseguirá en Luján la primera foto en colores pastel de La Llorona con corona de espinas. Y alguien acreditará el primer milagro.
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