Dom 30.12.2007
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ENTREVISTA A JOSE NUN, SECRETARIO DE CULTURA DE LA NACION

“Todo dinero destinado a la cultura está bien invertido”

Es el primer secretario de Cultura que continúa en dos gestiones de gobierno distintas, “algo muy positivo porque con la continuidad se consiguen cambios”. Nun habla largo y tendido sobre los planes para esta nueva etapa, y no evita temas espinosos como el conflicto del Cervantes.

› Por Silvina Friera

En el corto plazo, la opción más fácil y efectista –que no es lo mismo que efectiva– hubiera sido especular con el armado de una agenda de conciertos masivos, tan gratos al sensible paladar porteño, y aprovechar los beneficios, algo así como sumar puntaje en su flamante DNI de funcionario público. Cero riesgos, costos mínimos, ganancias altísimas. Pero cuando llegó a la función pública, hace tres años, José Nun optó por el camino más complejo del largo plazo: diseñar políticas federales que redujeran la brecha cultural. “Sería absurdo invertir más en la Capital, salvo en términos de lucimiento político personal”, plantea Nun. No es una provocación ni una chicana del sociólogo y politólogo, que continuará al frente de la Secretaría de Cultura de la Nación durante la administración de Cristina Fernández (ver aparte). El prefiere batallar con los proyectos de largo aliento –como la Casa del Bicentenario, que empezaría a funcionar en julio del próximo año– antes que el brillo fugaz de las políticas mediáticas. “A veces recibimos a sorprendidos cronistas que preguntan qué estamos haciendo. Entonces tenemos que mostrarles que dedicamos las cuatro quintas partes de nuestro presupuesto a trabajar en todo el territorio nacional.” Con aproximadamente 108 millones de pesos anuales, el presupuesto del área cultural de la nación durante 2007 fue tres veces menor al de la Ciudad.

En la entrevista con Página/12, Nun traza un balance de su gestión al frente de la secretaría en el que garantiza la continuidad de la mayoría de los programas implementados, presenta al equipo que lo acompañará y enumera los proyectos para 2008: la inauguración de la Casa del Bicentenario, dirigida por Liliana Piñeiro, la puesta en marcha de un estudio nacional sobre lo que sabe la gente acerca del Bicentenario, el II Congreso Argentino de Cultura, los preparativos para la participación de la Argentina como país invitado de honor en la Feria del Libro de Francfort en 2010, la restauración, modernización y digitalización de los veinticinco museos que dependen del área, entre otros. Y dice que, como mínimo, necesitará 216 millones de pesos, el doble de lo que gastó este año.

–¿Cuáles serían las principales líneas de trabajo en esta etapa?

–La mayoría de los cuarenta programas que implementamos en los últimos tres años continuarán: Café cultura Nación, Libros y casas, Argentina de punta a punta, La música de todos. Buena parte de nuestro trabajo va a estar dedicado a continuar, mejorar y ampliar estos programas. Paralelamente tenemos el proyecto de la Casa del Bicentenario, que fue el único que no se pudo concretar durante este año, por razones presupuestarias. La Casa del Bicentenario, de 2800 metros cuadrados (en Riobamba entre Paraguay y Marcelo T. de Alvear) es un obra en la que tenemos puestas muchas esperanzas y certezas porque fue pensada como un espacio de recuperación de la memoria histórica de los argentinos, como una historia viva particularmente de los últimos cien años de nuestro país, historia viva que se escapa entre los dedos por las discontinuidades abrumadoras que ha tenido nuestra historia. El solo hecho de que cada cinco, seis o diez años hubiera gobiernos que se postularan a sí mismos como fundacionales estaría dando la pauta de esta discontinuidad a la que me refiero y que otros países no han sufrido, como Brasil o Chile. Pero en nuestra situación es muy difícil, particularmente para los jóvenes, tener la idea de una nación que se desarrolla en el tiempo, y que con sus más y sus menos hizo aportes significativos que hoy tenemos que reponer.

–Desde que asumió, subraya la importancia del Bicentenario. ¿Logró instalar el tema en la agenda cultural?

–Creo que todavía no, y eso inspira un segundo proyecto que ya hemos puesto en marcha. Hacer un estudio nacional acerca de qué sabe o qué piensa la gente sobre el Bicentenario. Los argentinos sufrimos un problema grave: tantos años de desconexión y descoyuntamiento del país, de daño tan fuerte al lazo social –es fácil decirlo, de muchos sectores salen reflexiones como éstas– hicieron que sea difícil asumir las consecuencias. Una de las consecuencias más importantes es que se han diversificado y heterogeneizado los códigos, los modos de significación de aquello de lo cual se habla. De manera que no se tiene ninguna garantía a priori de que cuando se habla del Bicentenario, el interlocutor, si es una persona familiarizada con los temas culturales, entienda de lo que se está hablando. Nosotros hicimos una prueba piloto con el tema del origen de la Argentina. Los hallazgos fueron sorprendentes y sistemáticos.

–Por ejemplo...

–No recuerdo ahora la atribución por provincia, pero se hizo en varias ciudades, Tucumán, Córdoba, Rosario. En algunos lugares el origen de la Argentina es el descubrimiento de América; en otros es el 25 de mayo de 1810, en otros la inmigración de fines del siglo XIX. Hacer este estudio es de una importancia fundamental y es uno de los aportes que nos hemos propuesto realizar a la sombra del Bicentenario. Este trabajo de campo en todo el país permitirá discutir una cantidad de temas cruciales, como el origen de la Argentina, la identidad nacional, el propio Bicentenario, pero también el sentido que se le atribuye a la desigualdad social, que no es el mismo en Formosa que en la Capital, y es bueno que nos enteremos cómo es percibido un asunto tan importante como el de la desigualdad social, la pobreza o la libertad de prensa en distintos lugares del país.

–¿Qué pasó con la brecha cultural durante estos años? ¿Se achicó, por ejemplo, el abismo que hay entre Formosa y la Capital?

–Es imposible achicar esta brecha cultural sin cuantiosísimos recursos. En un sentido diría que la hemos achicado en la medida de nuestras posibilidades porque nunca había ocurrido que las principales personalidades de la cultura estuvieran recorriendo el territorio nacional, como viene sucediendo con los Café cultura Nación. Achicamos la brecha, pero es como sacar agua con un balde, cuando habría que extraerla con tanques muy sofisticados. El programa Libros y casas es una forma también de reducir la brecha cultural. Este mes estamos terminando de entregar 50 mil bibliotecas en todo el país. El jueves la presidenta entregó viviendas populares con bibliotecas en La Cava. Pero el programa no se queda sólo en la entrega de libros. Tenemos un equipo de promoción de la lectura que al mes comienza a actuar en los lugares donde la gente recibió bibliotecas, enseñan a usarla, despiertan el interés por la lectura y hacen un seguimiento. La costumbre particular del área metropolitana es percibir que cultura es lo que se hace en la ciudad. A veces recibimos a sorprendidos cronistas que preguntan qué estamos haciendo. Entonces tenemos que mostrarles que dedicamos las cuatro quintas partes de nuestro presupuesto a trabajar en todo el territorio nacional.

–¿Y qué pasa con la inversión en la Ciudad?

–Comparativamente, donde menos invertimos es en la Capital porque el presupuesto de Cultura de la ciudad triplica al presupuesto que tenemos para toda la nación. Sería absurdo invertir más en la capital, salvo en términos de lucimiento político personal. El rendimiento para un funcionario es más alto si desarrolla actividades gratuitas en la Capital, que si hace esfuerzos para llevar a personalidades de la cultura a cien ciudades distintas de todo el país. Esto no trae oropeles, pero sí incide sobre la gente. Es una concepción distinta de cuál es el trabajo cultural profundo que requiere la Argentina. Si estuviéramos en otra situación histórica, social y económica, probablemente este enfoque tendría menos significación de la que le atribuyo.

–¿Cuál fue el presupuesto ejecutado durante este año?

–Tomando en cuenta las tareas específicas de la secretaría, es decir dejando afuera a organismos autárquicos como la Conabip, Biblioteca Nacional, Incaa, gastamos alrededor de 108 millones de pesos. Por supuesto que estamos pidiendo más para 2008 y creo que vamos a lograr un incremento importante. A esos 108 millones se les suma el hecho de que creamos un departamento de Recaudación de Fondos privados, y nos han apoyado bancos y otras empresas que hacen aportes para los programas de la secretaría.

–¿Cuánto necesita para el 2008?

–Como mínimo el doble, 216 millones de pesos, por varias razones importantes. Una es que en el 2010 somos el país invitado de honor en la Feria del Libro de Francfort, la más importante del mundo. Cuando arreglamos nuestra participación, pregunté cuánto era lo mínimo que se podía calcular de inversión. Me comentaron que era imposible pensar en una participación honorable que no implicara una inversión de 3 millones de euros. A esto hay que sumarle la Casa del Bicentenario y el previsible pedido de distintas provincias para que las ayudemos a crear sus propias casas. El próximo año, en agosto, se realizará el II Congreso Argentino de Cultura en Tucumán, que supone también un gasto de financiamiento. La carpeta de ideas y proyectos es enorme. Si tuviéramos 200 o 250 millones de pesos, tampoco nos alcanzaría. Hay que tener en cuenta que por ley dependen de la secretaría veinticinco museos que necesitan una fuerte inversión para ser modernizados y digitalizados. Todo este trabajo lo vamos realizando en la medida de nuestros recursos, y si estos recursos fueran el doble o el triple, estas restauraciones colocarían a la Argentina en el lugar que se merece en la conservación de su patrimonio. En definitiva, todo dinero destinado a cultura está muy bien invertido.

–Respecto de la desconexión como problema de la Argentina, es la primera vez que un secretario de Cultura de la Nación continúa en dos gestiones de gobierno distintas. ¿Cómo analizaría esta continuidad?

–Desde el punto de vista de la gestión, es extraordinariamente positivo por la cantidad de programas que implementamos y que tienen implícita en su propia concepción la continuidad para lograr cambios. La comparación que se me ocurre es con la educación formal. Hay que permanecer en la escuela para lograr concretar las bases de una educación. Esto no hubiera sido posible si durante la primera gestión no hubiéramos formado equipos y no se hubieran cometido errores de los que aprendimos. En términos personales, implica un sacrificio importante que no estaría dispuesto a hacer si no estuviera convencido de que puede dar frutos realmente significativos. Para mí, sería mucho más cómodo volver a mis funciones de docente e investigador sin tener que lidiar con las tareas cotidianas de la secretaría.

–¿De qué errores aprendió? ¿Se refiere al conflicto con los trabajadores del Teatro Cervantes?

–El origen del conflicto fue ajeno a nosotros. Cuando asumí, dije que me parecía una barbaridad que tanto los técnicos del Cervantes como del resto de los organismos estables estuvieran asignados con la categoría de empleados administrativos y no como técnicos. Y dije también que era una barbaridad que Cavallo les hubiera retirado su carrera a los miembros de todos los organismos estables en 1992. Cuando anuncié que les iba a restablecer la carrera, las negociaciones con los técnicos se volvieron muy duras porque pertenecían a un sector gremial que pedía cada vez más. Lo que implicaba que el sector gremial enfrentado a los técnicos exigiera compensar las demandas. Esto llevó a una lucha interna gremial en la que nosotros terminamos siendo en parte mediadores, aunque percibidos por la opinión pública como si fuéramos los actores. Finalmente logramos una paritaria especial, que se les restituyera la carrera a los organismos estables y se les reconociera el carácter específico a los técnicos. Mi error fue desconocer, por falta de experiencia en la gestión pública, el peso inercial muy fuerte que tienen las burocracias, y pensar que una medida justa se abre camino muy rápido. Estos son aprendizajes de la función pública: nunca prometas algo a corto plazo si no lo podés asegurar. Si tengo que reconocer un error, fue mi falta de familiaridad con la gestión pública.

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