SECRETOS Y POLEMICA DETRAS DEL BEST SELLER HISTORIAS DE DIVAN
El psicoanalista Gabriel Rolón, que no sale del primer puesto de los rankings desde hace ocho meses, revela la fórmula que lo llevó a agotar ocho ediciones y responde a las críticas a su obra que todavía se escuchan entre muchos psicólogos.
› Por Julián Gorodischer
El consultorio es pequeño, pero su coqueto diván es una irresistible invención de algún laboratorio de diseño, con descanso para nuca y cintura: dan ganas de tirarse a asociar libremente. No se ven libros, ni siquiera un ejemplar de Historias de diván, que no baja del tope de las listas de best sellers desde hace ocho meses, y que lleva vendidos 110 mil ejemplares. ¿Cómo se construye un best seller, objeto de deseo y disenso, de compra masiva y de desdén? No hay, encimados o prolijamente alineados en un estante, esos típicos manuales de Freud que decoran muchos otros consultorios porteños. Gabriel Rolón no permite que se lo interprete desde la decoración; no es de esos que dejan abierto el libro sobre el escritorio generando la sospecha de que ese gesto pretendidamente espontáneo está armado. ¿Quién es Rolón? Llevó al tope de las ventas algunos fragmentos de sesiones; se ganó el exilio de la patria psi; generó una polémica todavía caliente en los pasillos de la Facultad de Psicología, que enfrenta sobre el tema a algunos titulares de sus cátedras. Y sigue sumando almas en pena a una lista de espera que no se termina de abrir.
Fábulas
Su libro –argumentan sus críticos– expone las curas como fábulas, reduce el tratamiento a una charla informal y viola el pacto tácito de la discreción entre paciente y analista, aun tapando nombres propios, edades y ocupaciones. Rolón admite que “el talento de una persona no está sujeto a comisión. Yo no sé si puedo olfatear el gusto popular, pero supe que a la gente yo le llegaba. Por lo que dicen los números yo vendí más que Shakespeare. Y no te quepa duda de que Shakespeare escribe mejor que yo”.
–¿Por qué no desnudó la intimidad del analista, como correlato de la vida expuesta del paciente?
–Al paciente lo puedo disfrazar, y si le hago decir al analista Rolón que tiene un hijo, el hijo es uno. Yo elegí pacientes que sabía que no iban a ver alterado su tratamiento; uno no puede hacer esto con cualquier paciente, ni con una histérica grave que diga Ay, quiere escribir sobre mí ni con alguien que piense Qué mal estoy que quiere hacerlo.
–¿Hubo reclamos posteriores de los pacientes narrados?
–Sabían que al menos dos mil, cuatro mil ejemplares se iban a vender (va por los 110 mil ejemplares). Yo pedí autorización lisa y llana. Los casos están tan bien cubiertos que si cualquiera dijera acá me expuso, podría tratarse de una historia de ficción.
Como Bucay
¿Es Rolón como Jorge Bucay? Una revista semanal lo puso en su portada y dijo que sí, que eran muy parecidos, que no hay que escarbar mucho para darse cuenta de que comparten un método de exposición a través de “cuentitos”, una facilidad para bajar la abstracción teórica a casos. A veces son sólo tramas con vaga inspiración libre en conceptos de la Gestalt o el psicoanálisis. Pero Rolón se enoja cuando lo comparan, sobre todo porque dice que él trabajó bastante para que se recuerde su nombre propio, y no le gusta ver su foto con otro epígrafe. El dice respetar al autor de Shimriti, que reconoció su plagio a algunas páginas de la filósofa Mónica Cavallé. Teme, eso sí, lo que considera un asedio mediático que suele rodear al psicólogo célebre; se imagina la catástrofe de taparse un inodoro de su consultorio sobre Larrea, y más si eso implicara una clausura; ya habría alguien comentando que lo encontraron “con una menor de edad”. ¿Es la acusación mediática el destino del psicólogo mediático? Concede menos notas, trata de no alimentar debates; toma precauciones.
–En este momento me da mucho miedo. Los medios son un lugar peligroso. Cuando más visible sos más presa fácil sos, y lo que hay es un poco descarnado. Trato de sostenerme en lo que digo, de no agredir a nadie, de no opinar sobre personas de carne y hueso, de llevarme bien con todo el mundo. Pero uno nunca está a salvo del mal comentario.
Polémica
Ocho meses después de la publicación de Historias de diván, el libro sigue avivando fuegos, incluso entre docentes de la Facultad de Psicología de la UBA, que expresaron posiciones contrapuestas desde las páginas de la revista El otro (ver aparte). “La venta de 40 mil ejemplares (hoy 110 mil) abre preguntas antes que cerrarlas. Incluso en algunos casos pone sobre el tapete una cuestión que pareciera estar fuera de época como antigüedad: el uso del diván”, concedió el psicoanalista Horacio Manfredi. Para su colega Mirta González, en cambio, “el autor presenta la práctica como de tiempos fácilmente maniobrables, de angustias regulables a gusto, de neutralidades y abstinencias que pueden obviarse cada vez que la ocasión lo amerite”.
–No abundan en estas páginas las pasiones oscuras, los mundos tortuosos...
–¿Qué me contás del chico que está dando vueltas en el coche con el pene para afuera esperando para mostrarlo en una esquina? –dice Rolón–. ¿Qué te parece una mujer que piensa que hay que morirse joven porque la vejez es algo terrible y a evitar? ¿No te parece oscuro? Creo que estás siendo injusto...
No lo dice a modo de reproche, ni como pedido para que eso no figure en la nota ni como descalificación personal al cronista. Parece especialmente sensible a todas las críticas. Simplemente, lo dice; le sale. Antes recordó el momento en que su esposa leyó unas primeras páginas y le comentó que ése no era el tono ni apto para el público ni para especialistas; que se tenía que decidir por dejar de dar excusas o jugarse por más profundidad. Provocó el abandono temporario de la tarea.
–¿Qué me decís de la chica que fue abusada y ni siquiera puede verlo como un abuso? –sigue–. ¿O de la mujer que vive torturada porque no puede plantear su homosexualidad? ¿No te parece oscuro? Yo creo que a vos te pasó algo que tuvo un referente en la gente pero al revés. Me dicen que mis casos terminan bien. Tengo una paciente que se muere, un tipo que se queda con la duda de si es o no es gay, una paciente cuyo máximo logro es reventarle un florero a la tumba de su madre. ¿Dónde terminan bien? ¿Quién termina bien?
Histriónico
Se puede imaginar otro Historias de diván, tal vez una segunda parte que saldrá cerca de noviembre, donde la propuesta no esté revestida de esa asimetría que implica el acto de espiar sin mostrarse. Allí el personaje Rolón abriría su imaginario, iluminaría su propio rol de analista. Espiar tendría su propia ética, basada en la igualdad de condiciones para las dos partes de esa conversación transcripta. Eso cambiaría las reglas de este juego; perdería la reminiscencia de la cámara oculta, que sigue aún después de que Rolón vuelve a advertir que cambió los nombres, dio a leer la escena a los pacientes y se quedó con sus autorizaciones. Sabe que lo que pasó y el ‘in situ’ son invaluables herramientas de mercadeo que ninguna editorial estaría dispuesta a resignar a cambio de historias ciento por ciento noveladas.
Mostrarse no sería un problema para Rolón. Pero su nombre no podría camuflarse, como el de los pacientes, y simplemente se daría una inclinación de la balanza para el otro lado: otra asimetría. No quiere involucrar a su familia, insiste. Por eso, otra vez estará en primer plano la vida de los otros. Si respeta el formato de la primera parte, los temas estarán por encima de los casos; cada historia disparará un referente para narrar “el duelo”, “la separación”, “la homosexualidad”.
El no estará en primer plano, porque no es la intención generar un Vulnerables por escrito –dice– ni ser “ese psicoanalista torturado por fantasmas”, con un hijo obeso (como el de Jorge Marrale). Para darse el permiso de cantar un tango o ser parodiado en público existen sus participaciones en el programa de Alejandro Dolina, o en el de Elizabeth Vernaci en la FM Rock & Pop. “A mí me gusta el histrionismo –dice–. Yo soy psicólogo porque no tuve la pinta ni la voz para ser Luis Miguel. Ay..., no uses eso como título”.
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