Vie 28.03.2008
espectaculos

EL PRIMER ENCUENTRO DE CRITICA Y MEDIOS DE COMUNICACION

Para pensar el periodismo cultural

El encuentro que se lleva a cabo hasta el domingo en el Centro de Experimentación del Teatro Colón invita a un intercambio jugoso, seguramente no exento de polémicas, entre escritores, periodistas y editores.

› Por Silvina Friera

En momentos donde las aguas están demasiado quietas, un puñado de editores de medios de comunicación, escritores y críticos promete agitarlas con intercambios y discusiones sobre el rol y el estado actual de la crítica en la literatura hispanoamericana. El Primer Encuentro de Crítica y Medios de Comunicación, curado por el escritor Rodolfo Fogwill, comenzó ayer en el Centro de Experimentación del Teatro Colón (Tucumán 1171) y se prolongará hasta el domingo (ver aparte). Participarán Constantino Bértolo, director general del sello editorial español Caballo de Troya; los escritores Elvio Gandolfo, Silvio Mattoni y Osvaldo Aguirre; el chileno Alejandro Zambra, el editor uruguayo Laszlo Erdelyi y críticos como el español Ignacio Eche-varría y la cubana Zaida Capote, Sylvia Saítta, Alejandra Laera, Nora Catelli y Eduardo Antín-Quintín, entre otros. Erdelyi, editor de El País Cultural de Monte-video, señala a Página/12 que el pensamiento crítico tiene el espacio que admite cada empresa periodística en particular. “Nadie nos dice cómo hacer el suplemento cultural ni hay indicaciones sobre qué se debe publicar y qué no. Nos dejan hacer. El pensamiento crítico, en consecuencia, fluye, y el lector lo percibe.”

Erdelyi dice que el crítico debe buscar la excelencia en lo que produce, rompiendo con la mediocridad. “Ser crítico es pensar que siempre se puede escribir mejor. El que sale beneficiado es el lector, que percibe si el periodista trabajó lo suficiente para llegar al fondo del asunto.” El poeta, traductor y crítico cordobés Silvio Mattoni afirma que la crítica literaria en los diarios quizás ha perdido valor en los últimos años, aunque no haya perdido espacio. “En este momento, una reseña en un suplemento parece no tener ninguna autoridad para recomendar un libro o siquiera describir su contenido. Esa falta de valor real, que para mí significa valor literario, unida a la escasa remuneración y al poco espacio para desarrollar verdaderas lecturas de las obras, me llevaron a abandonar la crítica periodística, al menos de un modo constante y regular”, admite Mattoni.

Docente de Literatura Argentina en la Universidad de Buenos Aires e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicet), Alejandra Laera observa que los tiempos del espectáculo exigen un tipo de visibilidad que resulta constitutiva de la figura actual de escritor. “Esa figura es ahora, más que nunca, fundamental a la hora de producir un valor diferencial que potencia la circulación de los propios textos. El periodismo trabaja mucho con las figuras de escritor, incluso más que con la producción literaria de los escritores, y de hecho contribuye a delinearlas”, subraya Laera. “Hay una zona común entre lo que consagra la academia y el periodismo, pero también hay una fuerte discrepancia en torno de cómo se consagran escritores u obras contemporáneas, particularmente cómo y por qué consagrar ‘lo nuevo’”, precisa la autora de El tiempo vacío de la ficción. Las novelas argentinas de Eduardo Gutiérrez y Eugenio Cambaceres. “Para el periodismo, lo nuevo parece ser un valor en sí mismo y muchas veces se superpone confusamente a la novedad, que marca los ritmos de la prensa”, explica la docente e investigadora. “A la creencia de algunos periodistas culturales en la posibilidad de intervención en el mercado o de orientarlo desde un medio masivo, por ejemplo captando lo nuevo, le corresponde la convicción de ciertos académicos en que es necesario negarlo sin vueltas, oponiéndolo a lo que se llama literatura. Aunque el periodismo no parece querer admitirlo, la academia ha acertado, en el mediano plazo, en sus más recientes consagraciones.”

Ignacio Echevarría, licenciado en Filología hispánica y ex editor de Tusquets, sugiere que la clave de la cuestión está en el término suplementos culturales, “que refleja el arrinconamiento y la neutralización de la cultura misma, a la que se asigna un papel eminentemente suplementario”. El ex crítico de Babelia, de El país de España, plantea que la crítica ha perdido buena parte de su sentido y motivaciones. “Hace ya mucho que el lugar del crítico lo viene ocupando el periodista cultural y que las reseñas van siendo sustituidas por solapas, escaparates, listas de libros más vendidos y otras fórmulas más o menos promocionales, con la consiguiente rebaja del lenguaje empleado. La escasa calidad de las reseñas que solemos leer en los suplementos es consecuencia del menoscabo de la crítica en genera.”

Echevarría asegura que el rol de la crítica debería ser el de siempre: “Contribuir al fortalecimiento y a la ampliación de una comunidad de lectores resueltos a emplear sus lecturas no sólo como instrumento de esparcimiento, sino también de resistencia a la lectura que de ellos mismos –de los propios lectores– prescriben las consignas de la industria cultural y de la ideología dominante”. La crítica literaria, según sostiene Echevarría, constituye una política de la recepción. “Desprivatiza la experiencia de la lectura reflexionando públicamente sobre los textos para incentivar o disuadir su circulación, para evaluar no tanto su valor estético como su interés en cuanto herramientas de resignificación cultural y social”, aclara el crítico. A casi cuatro años de su polémica salida de Babelia, después de publicar la crítica de El hijo del acordeonista, de Bernardo Atxaga, considerada por las autoridades del diario como “un arma de destrucción masiva”, Echevarría reflexiona sobre aquel incidente. “Como en tantas ocasiones, la verdadera explicación viene dada, antes que nada, por la estupidez y por la incompetencia de un puñado de directivos desorientados que compitieron entre sí en su celo por anticiparse a la voz de su amo, en este caso el todopoderoso grupo de comunicación Prisa, al que más bien convenía contar con una voz crítica como la mía, que proveía al suplemento en cuestión de una cierta cuota de credibilidad y una falsa pátina de independencia”, analiza el crítico.

“Todo aquel desdichado asunto no puede explicarse mediante ninguna teoría conspirativa ni fue consecuencia de ningún designio empresarial, por mucho que en el fondo topemos, una vez más, con la tendencia global a la neutralización de la crítica que alientan los intereses comerciales y la tácita prohibición de que la crítica –y en general la cultura– se salga del cerco en el que permanece aislada, aseptizada, liofilizada y homogeneizada”, agrega Echevarría. “Retrospectivamente, pienso que hubo mucho de fatiga, por mi parte, de seguir cumpliendo el papel que ejercía, en un aislamiento cada vez más acusado; un deseo de ampliar el campo de batalla, que chocó inevitablemente con el imparable estrechamiento del mismo. Hubo, además, el deseo de aprovechar las circunstancias para promover un cierto escándalo, aun a sabiendas de que no hay escándalo posible.”

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