EL PúBLICO EN PRIVADO: RETRATOS DEL CONSUMIDOR CULTURAL
Hace siete meses que no pasan su serie favorita, que recién volverá en 2008 debido al paro de guionistas: intentó con otras, vio episodios repetidos, recordó los buenos tiempos y sufre la pérdida.
› Por Julián Gorodischer
La ceremonia empezaba en la selección del dealer. Nicolás Artusi, periodista, buceaba entre los proveedores y a todos les encontraba un problema técnico: Moebius vendía las copias truchas de la serie “24” con fallas evidentes en el tempo de los subtítulos y tendencia a volver a cero, lo que –de pronto– deshacía el suspense. DVD FIRE le dio una vez una temporada completa, la tercera, sin el índice correspondiente en una pantalla de presentación: ese día en que prendió el reproductor odió profundamente a DVD FIRE por darle una partida fallada que comenzaba directamente en el capítulo uno sin darle opción a seleccionar idiomas y extras. Entonces, decidió que sólo se compraría originales, y para eso espació sus desayunos en Palermo y la adquisición de camperas y jeans.
Como “abstinente de ‘24’” (hoy que debido al paro de guionistas que duró hasta enero ya se cumplen siete meses y medio desde el día en que la serie de Kiefer Sutherland dejó de estar entre nosotros), se impuso no hacer la cuenta regresiva (que se estima para 2009, siendo la única serie de culto que no entregó al menos una minitemporada para aplacar a los más locos entre sus fans). Como virtuoso ejemplar de los de su clase, es autoanalítico y tendiente a elevar a su serie por sobre otras atribuyéndole profundidad y capacidad para reflejar los problemas de su época. Promueve que se la retire del entretenimiento de masas y se la incluya en el género de “la novela culta”, lo que nos tocaría en la era del predominio audiovisual.
“Despertaba en mí cierta tendencia a imaginar conspiraciones paranoicas, como espectador y también en la vida, como cuando preferí pensar en el humo que invade la ciudad como efecto resultante del meteorito caído en estos días. En ese sentido, ‘24’ fue lo más cercano a la suspensión de la incredulidad que me pasó en la televisión. Pero hay más cosas...”, dice Nicolás. El abstinente tiene un problema con la síntesis, se resiste a jerarquizar las cualidades de su serie, o nombrar un mérito entre tantos dejando afuera los otros 25 millones de motivos que deberían impulsar a seguirla cuando Fox la reponga, algún día. Entonces, sigue, y dice que “también era como meterse en el Salón Oval de la Casa Blanca y creerse que se participaba de la intimidad de un gabinete de ministros”. Si el lugar común indica que el abstinente de “24”, debido a la utilización del tiempo real y a la acción vertiginosa de su héroe, sería un “calmo” necesitado de una adrenalina artificial, el encuentro con Nicolás refuta la creencia errada cuando se define a sí mismo como “pura ansiedad”. Tan veloz y continuada es la acción del agente Bauer para detener una bomba de distintos tipos (en diferentes temporadas) que lograba amansar su espíritu con el efecto de un ansiolítico.
Nicolás hizo lo posible para reemplazarla. Buscó series más modernas entre los estrenos y nunca se movió con prejuicios. Cuando el canal Fox programó una versión latinoamericana del unitario Tiempo final, sobre el original de los hermanos Borensztein, le dio una oportunidad creyendo que habría citas continuas a “24”, dado que las dos transcurren en tiempo real, y se encontró con un refrito mal actuado del producto argentino. Con todas las series que intentaron hacerle olvidar a “24” sufrió el mismo proceso: un leve interés que entusiasmaba en los primeros minutos, la sensación de estar conectado con algo otra vez, pero notaba con resignación que era sólo en esos rasgos que le hacían acordar a “la otra”.
Intentó con Dexter, para ver si podía volver a entusiasmarse con un protagonista oscuro (Dexter es un potencial asesino serial entrenado como policía), pero siempre Jack Bauer terminaba siendo el más contradictorio de todos las variantes del rubro, el más complejo, expresando formas extremas de la lealtad (a los presidentes negros que lo tenían como protegé) y la crueldad (sobre todo en las escenas de tortura a enemigos musulmanes, o a su padre y su hermano) en una misma persona.
El abstinente de “24” miraba siempre en soledad, aún cuando estuviera compartiendo el living con otra gente. En eso, es la antítesis del fanático de “Lost” que promueve cenas, encuentros de amigos, citas colectivas especiales para ver, juntos, los inicios y los fines de temporada. Tal es la vibración personal que le provocaba al abstinente la cuenta regresiva que la ligaba a la meditación trascendental en “ese hacer desaparecer el mundo”, lo cual diluye el recuerdo de las compañías que pueda haber tenido el día que murió el presidente Palmer o el día que estalló la bomba nuclear sobre Los Angeles. Nicolás tiene, sí, un recuerdo como “espectador-acompañado” del día en que murió la primera mujer de Jack Bauer. “Se rompió un caño de la pared del baño y provocó una inundación en todo mi departamento: estaba el plomero”, menciona esa excepción a la regla.
Se desarrolló en él, con el paso del tiempo, una sensibilidad particular que algunos ligan al consumo de algunas drogas: se salió de la escala de lo real; se hipersensibilizó a la experiencia del mundo. Esa noche en que vio una mitad de la cuarta temporada completa en 24 horas corridas algo cambió en su sistema de conexiones neuronales –se divierte al pensar– porque ahora vive intensa y profundamente situaciones cotidianas a las que atribuye condición de “epopeya”. Colarse en el cine durante un Bafici, por ejemplo, es una acción que liga muy indirectamente al aprendizaje que le dejó la vez en que Jack Bauer se infiltró en el despacho del presidente corrupto Logan para desenmascararlo con “papeles”. Una caminata por las calles porteñas, en una de estas noches de tanto humo, lo transporta al día en que se liberó gas neurotóxico en pleno cuartel de la Unidad Antiterrorista (UAT). Un día, cuando se activó el sistema de alarmas que rige en su domicilio, que está plenamente justificado por la ola de asaltos en una calle difícil de un Almagro que define por error como Barrio Norte, activó su cronómetro y se convenció de que tenía cinco minutos para resolver, y que podría hacerlo sin ayuda. Detectar a una gatita distraída que apretó un botón equivocado no lo hizo sentir menos que Jack Bauer.
Su única concesión, por estos días, es haber erradicado el ringtone de la serie de su celular, que hacía sonar al aparato como el mismísimo de Jack Bauer. Lo cambió por un sonido básico de Nokia, hace poco, cuando sonaron tres teléfonos con la misma melodía de “24” en la misma sala de espera. Allí supo que, como abstinente de la serie, ya era masivo y que había perdido status. Desde entonces, prefiere vivir su pasión en silencio.
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