OTRA EDICIóN EXITOSA DEL FESTIVAL DE USHUAIA
Las cifras de asistencia al encuentro y la pasión que ganó al confín austral demuestran la potencia y calidad del encuentro, que cerró la Filarmónica de Ushuaia.
› Por Diego Fischerman
Desde Ushuaia
La ciudad tiene un poco más de cincuenta mil habitantes. Y por el Festival de Ushuaia pasaron, a lo largo de dos semanas y veinte conciertos, 22.500. La proporción es sorprendente, aun si se da por sobreentendido que muchos de los oyentes fueron a varios de los conciertos. Y es que si algo distingue a este festival de música clásica es el grado de inserción en la comunidad y la posibilidad real de incidir en sus hábitos culturales, más allá de los propios conciertos. Que las actividades incluyan clases magistrales por parte de muchos de los instrumentistas que llegan a la ciudad durante la duración del festival es un dato a tener en cuenta. Hace cuatro años, cuando se realizó el primero, se incluyó una serie de clases para violinistas, y había un sólo estudiante. Hoy son más de sesenta quienes tocan ese instrumento en Ushuaia.
Los tres últimos conciertos tuvieron asistencias de más de mil personas y en dos de ellos la protagonista fue la Filarmónica de Ushuaia, que dirige el programador del festival, Jorge Uliarte. El jueves el solista fue el argentino radicado en Londres Alberto Portughgeis, quien tocó el Concierto Nº 3 de Beethoven, y la orquesta interpretó la Obertura de La flauta mágica de Wolfgang Amadeus Mozart y la última sinfonía, la Nº 9, de Franz Schubert. El sábado, la obra de fondo fue la Sinfonía Nº 7 de Antonin Dvorak y, luego de una apertura con la Obertura Egmont de Beethoven, el pianista Goran Filipec interpretó el Concierto Nº 1 de Piotr Tchaikovsky. El viernes había sido el turno de los cantantes Omar Carrión y Andrea Maragno, quienes interpretaron canciones, arias y dúos acompañados al piano por Katja Borissova. Y tal vez la imagen que mejor condensó los encantos del festival haya sido la que los sorprendidos asistentes pudieron observar al comienzo del primero de estos conciertos. En el ventanal de la izquierda del auditorio del Hotel Las Hayas, que está construido sobre la ladera de un cerro, se veía desde lo alto la ciudad sobre el canal de Beagle. Y en el ventanal del frente, justo detrás de la orquesta y del director que acababa de acomodarse en el podio, un zorro escalaba la ladera para acomodarse recostado contra un árbol y quedarse mirando, él también, el espectáculo de la sala iluminada y los músicos tocando sus instrumentos.
Con auspicios de distintos gobiernos, entre ellos el de Austria y los de las alcaldías de Berlín y Salzburgo, además, claro, de los de Tierra del Fuego y de la intendencia de Ushuaia, el festival debe su existencia a la concurrencia de varios hoteles de la ciudad. Como Las Hayas, que presta su auditorio y cuyos propietarios llegaron a construir otro, Los Acebos, a unos pocos cientos de metros y especialmente para este evento, con el fin de poder alojar a todos los músicos, y el decano Albatros, en el centro histórico de la ciudad, que albergó, por ejemplo, a la compañía de la Opera de Cámara del Colón. Que una de las chocolaterías de la ciudad venda una orquesta de chocolate con director incluido y con chocolatosas letras rezando “Ushuaia es sonido” es otra prueba, en todo caso, de la manera en que los habitantes toman el asunto.
La Filarmónica de Ushuaia, que en los hechos se convirtió, por lo menos en esta cuarta edición, en la orquesta oficial del festival, está conformada por las cuerdas de la Sinfónica de Sofía, a quienes se suman los jefes de fila de la Sinfónica de Berlín y vientos de varias orquestas argentinas, entre ellas la Filarmónica de Buenos Aires y la Sinfónica Nacional. Es una orquesta joven, sumamente homogénea y lo suficientemente dúctil como para acoplarse a solistas de características expresivas muy distintas. En ese sentido, fue ejemplar el concierto junto a Filipec, un joven de virtuosismo sorprendente que jerarquizó los fuegos artificiales por sobre la expresión y que, a pesar de sus velocísimos tempi, fue seguido por orquesta y director. Curiosamente, el mejor momento del pianista fue en el bis, un introspectivo y bellísimo Momento musical Nº 5 de Sergei Rachmaninov. En el concierto del viernes, Carrión había brillado en escena, con la complicidad de la pianista, componiendo con singular compromiso los personajes de las arias elegidas, y con picos como los de la conmovedora aria de la zarzuela La del Soto del Parral, de Soutullo y Vert, y la fresca bufonada de El barbero de Sevilla, de Rossini.
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