CORINA FIORILLO, DIRECTORA DE LO QUE QUEDó (HISTORIAS DE POSGUERRA)
En la puesta, Fiorillo reflexiona sobre el sufrimiento que puede infligirse desde el poder. “El problema es que nos acostumbramos a convivir con eso, pensamos incluso que es normal.”
› Por Hilda Cabrera
“Se habla de poder, violencia y guerra como si fueran abstracciones y no como realidades que influyen en las historias de todos los días, en las pequeñas historias de la gente común”: la directora Corina Fiorillo plantea una resistencia teatral a las palabras vaciadas de contenido, subrayando la devastación que produce en cada individuo el poder autoritario. Y lo patentiza en Lo que quedó (historias de posguerra), obra que se ofrece en el Teatro del Pueblo los sábados a las 23, basada en dos monólogos creados por Patricia Suárez para la actriz Susana Di Gerónimo y el actor Alejo Mango y en una breve pieza de Adriana Tursi. Ysolda muerta de hambre, de Suárez, refiere la humillación de una mujer que en época del Tercer Reich aceptó comida de los alemanes y Sal y ceniza muestra a un emigrado polaco judío, sobreviviente de un campo de concentración nazi, que descubre en Argentina, y entre los espectadores de su show de magia, a un oficial nazi con poder para marcar a quienes debían morir en las cámaras de gas. Los huéspedes, de Tursi, apunta al ritual (o juego) de dos ex sirvientes del mariscal de la Alemania nazi Hermann Goering y su familia decididos a imitar a sus patrones.
“Ellos no pueden afrontar el horror del que fueron parte”, sostiene Fiorillo, en diálogo con Página/12. Se sabe que Goering se suicidó, que prefirió ingerir cianuro antes de morir en la horca, y, sin embargo, esos sirvientes se comportan “como si nada hubiera pasado, jugando a ser los amos en una especie de representación”. Otra cara de lo que pueden las superestructuras en el terreno de lo privado. Situaciones en las que, según opina la directora, “podríamos haber estado nosotros y no hubiéramos podido afrontar”. De ahí que estos personajes, como los creados por Suárez, no lleven el rótulo de héroes, sino el de víctimas.
–¿Cuál fue el punto de partida de este montaje?
–Pensé en el sufrimiento que se inflige a una persona y a una sociedad desde un lugar de poder como el nazismo, que es el que tratamos en Lo que quedó..., pero que se padece en cualquier otra época y circunstancia, como no-sotros durante la última dictadura militar. Estos hechos me tocan profundamente, y es mi interés reflexionar y mostrar la destrucción que produce en los seres comunes.
–¿Qué es “lo que quedó”, básicamente? ¿Dolor, rencor?
–Y también ignorancia sobre lo que ha sucedido.
–¿Util a los manipuladores?
–Todos sabemos que quienes detentan poder no dejan de hacer representaciones de la imagen que desean transmitir. El problema es que nos acostumbramos a convivir con ese manejo y pensamos incluso que es normal. Nos termina pareciendo natural que esa gente represente su show. No nos damos cuenta de que esa aceptación nos bifurca. Sucede entonces que, desde lo individual, tenemos una postura crítica sobre un hecho determinado, pero cuando funcionamos como parte integrante de la sociedad carecemos de pensamiento crítico y actuamos, lamentablemente, en contra de nuestra opinión personal. Esto pasa en muchos países, no solamente en Argentina. Por eso cada tanto nos asombramos ante el resultado de las elecciones. Creemos que la sociedad en conjunto va a votar como si estuviera integrada por seres pensantes, y no es así. En esos casos el ser individual se bifurca del colectivo.
–¿La consecuencia es la apatía?
–Lo relaciono con la idea del acostumbramiento y de la creencia de que eso desgraciado que pueda ocurrir sólo le sucederá a los otros. Justamente, el poder se encarga de demostrar que es así, que determinados hechos sólo afectan a algunos.
–¿Para captar al resto?
–El tema es no olvidar que nos afecta a todos, como queremos dar a entender con Lo que quedó... La locura de una guerra, como cualquier otra destrucción, está en los sufrimientos que genera. En los sufrimientos que padece el personaje de Ysolda, por ejemplo, la mujer que actuó como lo hizo porque tenía hambre y porque debía salvar a su hijo. Por eso en esta puesta busqué a una actriz fabulosa, Susana Di Gerónimo, para que su Ysolda fuera lo más parecido a cualquiera de nosotras, a cualquier mujer que pasa hambre y recibe comida de quien no debiera. Este personaje, que por ese comportamiento padece enormes vejaciones, nos da idea de lo delicado que es el límite entre lo que se debe y lo que no se debe hacer cuando está en juego la supervivencia. Entre los mismos soldados reclutados por el nazismo, ¿cuántos eran realmente nazis?
–O que por su juventud ni se lo planteaban. Hubo escritores y artistas famosos que confesaron haber pertenecido a las juventudes hitleristas...
–Ese es uno de los interrogantes que plantea el monólogo Sal y ceniza. Qué sucede con aquella persona que no tuvo la valentía que han tenido otros de enfrentarse a algo superior a sus fuerzas o aquella otra que abre los ojos a la realidad cuando ya pasó lo más terrible. Sobre esto no se reflexiona.
–¿Es más cómodo el engaño?
–Siempre se nos está queriendo vender alguna mentira. El engaño constante es un tema fundamental en Los huéspedes, pero yo me pregunto, ¿qué sucederá cuando caigan las máscaras?
–¿Se comprará otra?
–Ese es otro dilema, porque cuando la “representación” pasa a ser tan natural como el aire que respiramos, y el horror un elemento más de lo cotidiano, perdemos la noción del engaño y no sabemos qué hacer con eso que quedó, que sin duda debe ser reconstruido entre todos, porque es nuestra historia. El personaje mago de Sal y ceniza (Alejo Mango) que durante su show descubre entre los espectadores al oficial nazi que condenaba a los prisioneros a la cámara de gas no es una situación inédita en la Argentina. ¿Acaso no se ha descubierto en la calle o un bar a gente que cometió crímenes horrorosos?
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