A CUARENTA AÑOS DEL MAYO FRANCES, SU PRESENCIA CULTURAL EN LA ARGENTINA
En medio de debates y conferencias, el pintor y matemático Maurice Matieu y la historiadora Danielle Tartakowsky sostienen que la mejor herencia de aquellos años es la “pulsión antiautoritaria”.
› Por Silvina Friera
Días rabiosos, de furia, de protestas y barricadas, de sueños que quedaron en el desván de la historia. Año de efervescencia revolucionaria, en el ’68 por primera vez los jóvenes asumían, en diversas ciudades del mundo, el papel de sujetos de cambio social que cuestionaban formas cristalizadas del autoritarismo en todos los ámbitos: el familiar, social y político. La ola de desconfianza estaba dirigida contra el capitalismo, la sociedad de consumo, la democracia burguesa y, claro, también contra Estados Unidos y la guerra de Vietnam. Casi todas las manifestaciones comenzaron en las universidades. La chispa se encendió en París, en Nanterre, el 20 de marzo, cuando los estudiantes se movilizaron contra la prohibición de que los hombres entraran en los dormitorios de las mujeres. El movimiento creció y se expandió poco a poco, el efecto contagio llegó a la Sorbona y a las calles del Barrio Latino, que pronto se transformó en un campo de batalla entre manifestantes y policías. Los trabajadores se aliaron y una huelga general sorpresa desembocó en la gran manifestación del 13 de mayo. Sintetizar esos sucesos, que lanzaron a más de diez millones de franceses a las calles, y que llevaron a De Gaulle a disolver la Asamblea Nacional y a anticipar las elecciones parlamentarias, no parece tan útil como preguntarse sobre la herencia que dejó este acontecimiento cuya significación y trascendencia sigue siendo imprecisas.
A cuarenta años del Mayo Francés, la Embajada de Francia en Argentina, El Centro Franco-Argentino de la UBA, el Centro Cultural Rojas, el teatro San Martín y la Alianza Francesa de Buenos Aires organizaron una serie de debates, conferencias y proyecciones, que se están realizando en la Feria del Libro y en varias instituciones (ver aparte).
El pintor y matemático Maurice Matieu y la historiadora Danielle Tartakowsky coinciden, hablando con Página/12, en que analizar hoy el Mayo Francés parece una cuestión imposible. “Si estás hablando de alguien que tuvo 20 años, el problema es que confunde las impresiones de la edad con el evento, pero lo que se presta a mayor confusión es que para no hablar de Mayo del ’68, hablamos de Daniel Cohn Bendit (uno de los líderes universitarios)”, opina Matieu. “Heredamos los problemas para encauzar las protestas. Un ejemplo es que en las manifestaciones contra la guerra de Irak, hubo un millón de personas en Londres, un millón en Berlín, en Francfurt, Amsterdam, Madrid, Barcelona y París, y esas docenas de millones de personas volvieron a sus casas al día siguiente sin ninguna posibilidad de organización y de darle coherencia a lo que querían ver realizado: la paz”, compara el pintor y matemático, profesor de la Universidad de París VII elegido por los estudiantes como presidente del comité de huelga en mayo del ’68.
Tartakowsky, especialista en historia social y cultural de la vida política francesa en el siglo XX y autora de Las manifestaciones en las calles, en Francia, 1918-1968, plantea que el Mayo Francés es un acontecimiento contradictorio desde el punto de vista de la herencia. “El problema es que nos interesamos en mayo del ’68 cada diez años. Y como nos interesamos en circunstancias conmemorativas, el enfoque siempre se centra en el corto plazo, pero para mí es imposible pensar los sentidos en el corto plazo. Lo que me parece más complejo es que mayo del ’68 no para de producir efectos y cada uno de esos efectos transforma los sentidos.” Entre esos efectos, Tartakowsky subraya que en el orden político, “en junio del ’68 tuvimos el sentimiento de que el principal efecto fue beneficiar al régimen de De Gaulle”. Un año después, en 1969, “sentíamos que mayo del ’68 terminó con el gaullismo”. En este racconto, la historiadora recuerda que con la modernización llevada a cabo por el presidente Valéry Giscard d’Estaing a través de una serie de leyes sociales, la mayoría de edad legal pasó de los 21 a los 18 años; también destaca la legalización del aborto, propuesta por Simone Veil. “Se puede sostener que mayo del ‘68 fue el principio de una serie de revoluciones culturales importantes. Pero en el décimo aniversario, Regis Debray dijo que fue una trampa de la historia porque creó las condiciones favorables para el liberalismo, y desde entonces es totalmente imposible dar una respuesta única a la cuestión de la herencia”, señala la historiadora francesa.
El presidente francés Nicolas Sarkozy, durante su campaña presidencial, utilizó al Mayo Francés de chivo expiatorio cuando afirmó que ese acontecimiento fue el responsable de todos los males que atraviesan la sociedad francesa. “Mayo del ’68 nos impuso el relativismo moral e intelectual. Los herederos impusieron la idea de que todo vale, de que no hay ninguna diferencia entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso, entre lo bello y lo feo”, dijo Sarkozy. Matieu advierte que en el mundo político francés, la derecha ha regresado con mucha fuerza. “Sarkozy recupera el valor de las ideas petainistas, con ganas de vengarse de las conquistas sociales ganadas”. Tartakowsky agrega que Sarkozy tiene una relación muy “posmoderna” con la historia. “Siempre saca los elementos de contexto para realizar golpes de efecto que funcionan peor que bien porque Francia es un país que guarda una relación muy especial con la historia. El ataque de Sarkozy produjo una respuesta sobre el campo intelectual, por ejemplo el libro de Alan Badiou, ¿Sarkozy es el nombre de qué?, pero no hubo respuestas de parte de los actores sociales que son los herederos de mayo del ’68”, subraya la historiadora.
Complejo y menudo asunto para los franceses mirarse en el espejo de esa revuelta sorprendente, aunque previsible como los fenómenos meteorológicos. “Hubo una serie de cambios concretos, ‘una crisis de dominación de la autoridad cercana’ en las relaciones interpersonales. Vivimos en una sociedad que cambió, y mayo del ’68 está en el origen de esos cambios –explica Tartakowsky–. Ahora que hay muchas movilizaciones estudiantiles, hay que decir que ningún gobierno pudo cuestionar el ingreso libre e irrestricto en las universidades, y en este sentido mayo del ’68 marca un antes y un después”. Hubo una sensación inexorable de derrota, de amargura, para muchos de los que militaron en esos movimientos estudiantiles en los que se mezclaban las raíces libertarias y varias vertientes del marxismo cuando De Gaulle ganó con el 60 por ciento las elecciones de junio. Para muchos analistas fue el declive del influjo marxista, sobre todo del Partido Comunista sobre la población francesa y especialmente entre los jóvenes, según sostiene el filósofo Edgar Morin.
“Uno no puede tener un sabor amargo si le gusta la vida y no es materialista”, ironiza Matieu. “De Gaulle ganó las elecciones aparentemente, pero se distribuyeron las cartas dentro de la derecha entre Pompidou y Giscard, y Pompidou al día siguiente de la elección anunció desde Ginebra su candidatura a presidente de la República”, relativiza el pintor y matemático. “En sus memorias, Christian Fouchet, ministro de De Gaulle, escribió que en la noche del 30 de mayo había un ‘hombre triste’ y un ‘hombre feliz’ –recuerda Tartakowsky–. El hombre feliz era Pompidou y el hombre triste, De Gaulle, que sabía que era el fin de su estrella. Claro que nosotros no sabíamos todo eso en ese momento.” El filósofo Gilles Deleuze publicó un artículo en 1984 en Les Nouevelles Littéraires en el que afirmaba que lo que había fracasado en mayo del ’68 no era la revuelta sino la sociedad europea en su incapacidad para hacerse cargo de la “nueva subjetividad” que la revuelta expresaba. Quizá la mejor herencia de aquellos años, coinciden Matieu y Tartakowsky, sea la pulsión antiautoritaria, pero lo cierto es que esa efervescencia revolucionaria de la primavera francesa dejó en el aire muchas preguntas incómodas y conflictivas.
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