Dom 03.05.2015
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FERIA DEL LIBRO › ENTREVISTA AL IRLANDES JOHN BANVILLE, QUE SE PRESENTA HOY

“Vivimos en estado de pérdida, de penar por lo que perdimos”

El notable escritor, conocido también como Benjamin Black, protagonizará hoy un encuentro imperdible en el predio de La Rural. Aquí habla de sus pasiones, del curioso estilo literario que lo asocia a la poesía, del humor en la literatura y de Borges.

› Por Silvina Friera

“El primer sorbo de vino es el mejor del día.” John Banville saborea el vino blanco recién servido y la expresión severa de su cara se ablanda, como si los músculos le dieran la bienvenida al alcohol del mediodía. “El poeta que escribe en prosa”, considerado uno de los mejores estilistas de la lengua inglesa, se presenta hoy a las 18.30 en la Feria del Libro. El premiado escritor irlandés despliega una obra narrativa en la que convive la versión policial y más comercial, de la mano del seudónimo Benjamin Black, con el narrador comprometido con las posibilidades expresivas del lenguaje. “A esta altura de mi vida es un mito personal cómo empecé a escribir”, cuenta Banville a Página/12. “Mi hermana y mi hermano se disputan quién me dio Dublineses, de James Joyce. Tenía 12 o 13 años y me fascinó descubrir que la literatura podría ser sobre la vida y no algo del Lejano Oeste; podía ser la vida tal cual la conocía, aunque lo que estaba leyendo fuera de otra época. Inmediatamente escribí imitando a Joyce, textos que por cierto eran muy malos y que tiré a la basura”, revela el autor de El libro de las pruebas (1989), El intocable (1997), Eclipse (2000) y El Mar –novela por la que recibió el Man Booker Prize–, entre otros títulos.

–Antigua Luz es de esas novelas en que la prosa es un deleite incesante. ¿Cómo trabaja la escritura para generar la sensación de que es un tipo de escritor que si no escribe poesía evidentemente ama mucho la poesía?

–A mí también me gusta mucho esa novela. John McGahern hizo una distinción muy importante entre el verso, la prosa y la poesía. La poesía se puede dar en el verso o en la prosa. Yo trato de incluir tanta poesía en mi prosa como puedo. Esto les resulta raro a algunas personas que creen que la prosa tiene que ser transparente y sin muchas vueltas. Si no les gusta jugar con la prosa, que lean a otro escritor. Y muchos lo hacen: leen a otro (risas). Mi único objetivo cuando escribo es encontrar una forma de expresar lo que uno siente al estar vivo en cada frase. Cuando alguien lee una de mis novelas, está completamente inmerso en el libro. No importa tanto la historia en sí, sino que cada lector se sienta adentro. A veces me dicen: “sus novelas no tienen trama”. Y yo me pregunto: ¿La vida tiene trama?

–Alexander Cleave, el protagonista de Antigua Luz y de Eclipse, es actor. ¿Por qué le interesa el mundo del teatro, de la actuación, de las máscaras?

–Yo soy un actor y también trabajo con máscaras. Y tú también. Así es como vivimos la vida: actuamos. Muchas personas me dicen que es trágico vivir todo el tiempo actuando y para mí es maravilloso. No tengo un único yo, tengo muchas versiones que represento todos los días. Esto es lo que hace que la vida sea realmente fascinante. Los actores son muy inseguros, pero lo que ellos hacen es mostrar esa inseguridad que preferimos ocultar. Nosotros tratamos de simular que somos maduros, que crecimos, que tratamos los problemas cotidianos de manera adulta. Hace una semana estaba en un auto en Dublín, esperando a una persona, y vi a una mujer joven que estaba buscando el número de una casa e inmediatamente pensé que tenía una entrevista de trabajo. Cuando encontró el número que buscaba, que era una oficina, se puso rígida, cambió su personalidad porque iba a entrar, se puso en el personaje que estaba por interpretar. Escribo ficción no porque los seres humanos seamos tan interesantes en sí mismos, sino por los papeles que interpretamos todo el tiempo.

“El Capullo está en Flor. El Barro es Marrón. Me siento tan bien como una Pulga. Todo puede ir mal”, se lee en el epígrafe de Antigua Luz. La frase es atribuida a Catherine “Cass” Cleave, la hija muerta del actor. “Ese texto es de mi propia hija. Un día lo estaba escribiendo en la escuela, me pareció genial y se lo robé”, confiesa Banville (Wexford, Irlanda, 1945). Como Benjamin Black publicó El lémur (2009), El secreto de Christine (2007), El otro nombre de Laura (2008) y La rubia de los ojos negros (2014), donde revivió al mítico detective Philip Marlowe, creado por Raymond Chandler, entre otros títulos.

–Sus personajes suelen atravesar grandes pérdidas, desde la muerte de una hija al abandono de una mujer. La idea parece ser que la vida es un naufragio en el que se van perdiendo cosas, ¿no? ¿Le interesa especialmente la pérdida como tema?

–Todos atravesamos pérdidas, incluso cuando tenemos tres o cuatro años y descubrimos que nuestras madres son seres independientes de nosotros. Vivimos en estado de pérdida y de penar por lo que perdimos; es parte de la vida. Hay un poema maravilloso de Elizabeth Bi- shop, “El arte de perder”: “El arte de perder no es difícil de aprender, pierde algo todos los días y piérdelo rápido”. Ahora me viene a la mente lo que dicen algunos novelistas ingleses: el mejor regalo que un padre le puede dar a un hijo es morir joven. Yo no soy muy generoso con mis hijos porque sigo vivo (risas).

–Tiene mucho sentido del humor, mucha ironía...

–Si no nos riéramos, nos moriríamos definitivamente. Conozco muchas personas que no tienen sentido del humor y para mí son como discapacitados que les falta algo. Imagínese lo que sería vivir en este mundo absurdo sin sentido del humor.

–¿De qué cosas se ríe?

–Yo me río de todo. No creo que haya nada de lo que no pueda reírme. Entiendo que hay gente que siente que reírse de todo es muy destructivo.

–Al menos el Joyce leído a través de las traducciones no parece un escritor que apelara al humor, ¿no?

–Joyce es uno de los escritores más divertidos que he leído. (Samuel) Beckett también. El Ulises es un libro muy divertido. No sé si en las traducciones se habrá podido reproducir ese humor que para mí es fundamental. Joyce es un gran humorista a expensas del mundo.

–A propósito de las pérdidas, ¿qué pierde un escritor?

–Tenía un amigo que solía llamarme para decirme: “John, mi vida es un desastre, me pasaron un montón de cosas, ¿qué hago?” Y yo le preguntaba por qué me llamaba a mí. “Sos escritor de novelas, sabés lo que hay que hacer”, me decía. Le está preguntando a la persona equivocada: yo escribo sobre estas cosas, pero no sé lo que hay que hacer. Yo sé menos de la vida que otras personas porque me paso el día sentado en una habitación, escribiendo. Hay un famoso microrrelato de (Ernest) Hemingway que tiene sólo seis palabras: “For sale: baby shoes, never worn” (“Vendo zapatos de bebé, sin usar”). Alguien una vez pidió a un grupo de escritores que escribieran también sus microrrelatos. Y yo escribí: “Debería haber vivido más y escrito menos”. La madre de Gustave Flaubert, por ejemplo, escribió en una carta: “Mi hijo ha desperdiciado su vida con su obsesión por las palabras”. Los escritores perdemos la vida por la literatura.

–Hay un cuestionamiento a la Irlanda católica contra la que pelea desde la ficción, ¿no?

–La mayoría de los libros de Benjamin Black tratan sobre la Irlanda católica en la que yo crecí. A Banville no le interesa tanto ese tema. No soy un comentador social ni un moralista. A los artistas no les importa nada más que terminar su obra de arte. Y si dicen otra cosa son mentirosos (risas).

–¿Leyó a Borges?

–Sí, fue un gran descubrimiento, lo leí cuando tenía 18 o 20 años. Borges me presentó una forma completamente nueva de hacer literatura. Lo extraño es que creo que no voy a escribir más novelas con una narración y con una trama. Mi próximo libro va a ser parecido al estilo de escritura de Borges. Era un maravilloso escritor que tenía muchísimo estilo. Desde que llegué a Buenos Aires, me imagino lo que podría haber sido cruzarme con Borges.

–¿Le hubiera gustado hablar con Borges?

–Sí, claro. Borges estuvo en Dublín en 1982; lo fue a buscar al aeropuerto un amigo mío y lo llevó al hotel a las once de la mañana. Volvió a las siete de la tarde y lo encontró sentado, tal cual lo había dejado. Y le preguntó: ¿Por qué no hizo nada? Borges le dijo: “estoy como ciego en esta ciudad, no conozco nada y no sé qué hacer”. Siempre le reproché a mi amigo que no me hayan llamado para acompañarlo a Borges. Quizá el tema de mi próxima historia sea lo que nunca pudo ser: mi tarde con Borges.

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