FERIA DEL LIBRO › ROSA MONTERO PRESENTO EL PESO DEL CORAZON, SU ULTIMA NOVELA
La segunda entrega protagonizada por la detective Bruna Husky es un híbrido en el que los géneros, desde la ciencia ficción hasta el policial, conviven naturalmente. “Es el peso amargo de la vida que todos acarreamos”, dice sobre el sentido de la historia.
› Por Silvina Friera
“Todos vamos a morir. Lo que hacemos para soportarlo es olvidarlo.” Bruna Husky, la memorable detective replicante –guiño y homenaje a Philip K. Dick–, vuelve a la acción. Ella sabe que es como un tigre atrapado en la cárcel de la finitud: sólo vivirá diez años. A la condena de saber que le queda poco más de tres años de vida, se suma una curiosa “maternidad” forzada por las circunstancias, cuando intenta hacerse cargo de Gabi, una niña huérfana de diez años. La excusa del regreso es un nuevo caso, a priori sencillo, que se volverá más complejo, una trama en que el mundo entero de esa nación universal llamada Estados Unidos de la Tierra (EUT), en ese 2109 tan próximo a este presente, parece volverse cada vez más radiactivo y corrupto. El peso del corazón (Seix Barral), segunda novela protagonizada por Bruna Husky, que Rosa Montero presentó ayer en la Feria del Libro, es un descomunal híbrido en el que los géneros –la ciencia ficción, el policial o la metaliteratura– conviven, como si crearan una constelación bellamente anómala que incluye una especie de pequeño tratado sobre la importancia que tiene el miedo en la creación artística. Lo postula uno de los personajes, Pablo Nopal, el memorista de la androide: “Siempre he pensado que uno se hace escritor desde la pérdida. Del dolor de perder nace la obra. Sobre todo si esa pérdida ha sido en la niñez”.
El arte es una herida hecha luz que explora las zonas de sombras, esa penumbra o caverna humana que se desea olvidar o no se quiere mirar de frente porque lastima. Como un personaje que cauteriza las heridas, los miedos y las aflicciones de la escritora, Bruna emergió en Lágrimas en la lluvia (2011) quizá para exorcizar una pérdida inesperada: la muerte de su pareja, Pablo Lizcano en 2009, a quien dedicó esa novela. “Cuando escribí Lágrimas... lo hice para regalarme un mundo. Me apetecía tener un mundo al que poder volver. Este regreso me sorprendió con una fuerza y una demanda increíbles porque verdaderamente Bruna Husky es el personaje que más me gusta de todos los que he hecho. Además es un alter ego, la siento muy cerca. Un alter ego con todas las máscaras que un personaje tiene porque no soy una androide. Me ha sorprendido la potencia con que me ha pedido volver. Esta novela es muy personal, me gusta más que Lágrimas... porque se ha abierto en la trama, que es como una cebolla, se ha hecho más política, más actual, más internacional, una trama más intensa y aventurera y al mismo tiempo en lo existencial se ha ahondado. Esta novela es muy personal; hay algo muy íntimo que se cuenta”, subraya Montero a Página/12 con la chispa de una sonrisa bailando en sus ojos de niña intrépida.
El título de esta nueva entrega protagonizada por Bruna Husky viene de un epígrafe de Macbeth, de William Shakespeare: “¿No puedes curar una mente enferma, arrancar de su memoria una pena arraigada, borrar las angustias grabadas en el cerebro y, con algún dulce antídoto de olvido, limpiar el pecho oprimido de las materias peligrosas que pesan sobre el corazón?”. De pronto Rosa se pone de pie como si tuviera un resorte que la expulsa de la silla; son los ojos hambrientos que titilan en el mismo instante en que el mozo del bar del hotel pasa con una bandeja cargada de medialunas. Y vuelve sobre esa frase de Shakespeare. “La novela habla del peso de la vida, el dolor de la vida, de las necesidades no cumplidas, de los sueños no cumplidos, de todo lo que no te perdonas, de todo lo que no eres, de lo que hubieras deseado ser, de todo lo que odias en ti misma; es el peso amargo de la vida que todos acarreamos, algunos más que otros”.
–¿Por qué trabaja la ciencia ficción volviéndola más híbrida con el policial y otros géneros?
–Mis libros siempre son un poco escurridizos, no se centran en algo muy concreto, lo cual me parece perfecto porque la vida es escurridiza y la novela intenta ser el retrato de cómo el escritor ve la vida. Para mí la vida es vibrátil, el mundo no es algo firme. Esta novela es en parte ciencia ficción, es también un thriller existencial –que ya de por sí es un thriller un poco raro–, es una novela política; hay una novela fantástica, sobre todo en la zona de Labari, hay una novela de metaficción con lo del cuento que se repite y hay una novela de amor. Hay un engranaje de recursos que es lo maravillo de escribir en el siglo XXI porque tenemos todas las posibilidades. Si fuéramos escritores del siglo XIX, estaríamos restringidos por un tipo de novela. Pero después del modernismo, después del nouveau roman, después de todos los experimentos que se han hecho, podemos hacer lo que queramos con la literatura. Eso es maravilloso; utilizas los géneros, los trasciendes, los mezclas, haces libros híbridos, haces autoficción, puedes hacer lo que quieras y eso te permite trascender los géneros y utilizarlos de una manera simplemente expresiva, no como una cajita que te limita. Yo no siento que estoy haciendo novela de género. El peso del corazón es exactamente igual que todas las otras novelas que he escrito: yo he puesto la misma ambición expresiva, la misma ambición emocional, la misma ambición literaria. Y hablo de los mismos temas. Siempre tengo las mismas obsesiones e intento hablar de lo mismo para explicármelo mejor, porque en realidad no escribo para enseñar nada, escribo para aprender. En cada nueva novela intento encontrar una nueva vía de explicarme esos temas de una forma más precisa, más profunda y más bella, si puedo.
–¿Qué aprendió al escribir El peso del corazón?
–Es muy difícil de definir porque la novela es vida que te alimenta. He sido más consciente de esa dicotomía que tengo efectivamente ante el hecho de querer ser amada y el miedo a perder la libertad en lo sentimental. He descubierto más complejidades emocionales y sentimentales.
–Hacia el final, hay una carcajada de Bruna que aligera el peso de su corazón. Es una carcajada que los lectores pueden escuchar y que se vuelve necesaria, ¿no?
–Sí, hay un alivio. Lo que pasa es que son como conquistas. Te diré que me he dado cuenta hace un año de que siempre repito un tipo de estructura. Y no se han dado cuenta ningún académico ni crítico. La vida no es lineal, tú vas aprendiendo y desaprendes. Con La ridícula idea de no volver a verte, que ya lleva dos años en la calle, vienen lectores o periodistas que me citan frases de la novela y de repente las escucho y me parecen frases sabias y me pregunto por qué no las aplico en mi vida, por qué no soy capaz de vivir de acuerdo con esas frases (risas). Mis libros son mucho mejores que yo, son más inteligentes en todos los sentidos. Es algo que sentimos los escritores, que hacemos un esfuerzo por poner lo mejor de nosotros mismos.
–¿Pero para escribir no hay que sacar también lo peor?
–Claro, lo mejor y lo peor; la diferencia está en que mis libros son más inteligentes y más visionarios que yo. Pero volviendo a la estructura que replico desde hace treinta y seis años, me he dado cuenta de que todas mis novelas parten de un personaje muy marginal, que puede ser hombre o mujer, muy enfadado con la vida, que no se conoce a sí mismo, que no se acepta; además son totalmente misántropos y solitarios.
–Irse al futuro, al 2109 en El peso del corazón y en Lágrimas en la lluvia, ¿le sirve para iluminar mejor el presente?
–Sí. La ciencia ficción es una herramienta poderosísima para hablar de la condición humana. Te permite inventar grandes cuentos.
–El temor de ciertos lectores podría ser que alguien lea la novela y se le ocurra, por ejemplo, privatizar el aire...
–En los años ’80 hubo un pequeño partido de ultraliberales en Estados Unidos que tenía el proyecto de privatizar el aire. Pero de todas maneras, cariño mío, es lo que pasa. Ahora mismo, ¿dónde ponemos las industrias contaminantes? Pues en los países pobres, que ya tienen el aire envenenado.
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