SERIES › NETFLIX ESTRENA LA NUEVA TEMPORADA DE HOUSE OF CARDS
La historia de ambición, violencia y cinismo de un político estadounidense dispuesto a todo va por su segundo año. Las claves de un producto que, a partir de Netflix, está reformando las pautas de la industria audiovisual.
› Por Federico Lisica
El viernes pasado, Netflix estrenó íntegramente la segunda temporada de House of Cards (compuesta por 13 episodios) y algunos días antes se informó que habrá un tercer año sobre la historia de Frank Underwood (Kevin Spacey). El más maquiavélico de los personajes de la ficción actual, un villano con una oratoria endemoniada, un cínico enceguecido por el poder, un político psicópata (aunque la entrega vuelve a estos términos casi sinónimos). El coordinador de la mayoría de la Cámara de Representantes que alguna vez se definió como un “plomero”: “Hago que las cosas se muevan en un Congreso movido por la mezquindad y la flojera”, dijo en una de sus tantas reflexiones que rompen la cuarta pared con el espectador. El protagonista, en definitiva, está dispuesto a todo con tal de ascender en Washington.
El motor inicial en la serie fue negarle a Underwood el puesto de secretario de Estado. Grueso error del presidente electo, Garrett Walker (Michael Gill), que desató toda la perversión del diputado con sus tejes y manejes, operaciones, filtraciones a la prensa y hasta el poder de decidir quién vive y quién no. Su esposa (Robin Wright), la acompañante ideal para las fotos, no se le queda atrás. Claire está a cargo de una dudosa ONG medio-ambiental (fachada para empresas contaminantes) y no tiene tapujos en dejar a la gente sin trabajo. A la noche, estas dos aves de rapiña se encuentran en su casa a compartir secretitos y cigarrillos, mientras deciden el próximo paso. ¿Cuál es el techo y el límite moral de los Underwood? En cada escena, la ficción da la respuesta: ninguno.
Paradójicamente, las fechas y horarios del modelo clásico de tevé no juegan su partido con este producto. Se trata del mojón desde el que Netflix empieza a competirle sin miedo a la industria del cine y también de la tevé, con sus nuevos modos de distribución y consumo (más que en lo referido a la producción y calidad). La composición es digna de uno de sus productores, y director de varios capítulos, David Fincher (Pecados Capitales, Zodíaco, La Red Social), la calma latente de la cámara, grandes encuadres y la oscuridad como referencia en la fotografía.
La respuesta de la crítica y los premios también movieron el avispero. HOC fue la primera “serie web” que ha logrado nominaciones y premios en entregas como los Emmy y los Globo de Oro. Estos cambios también afectan al periodismo de espectáculos: ante cada mención sobre la historia, o bien el espectador ya la sabe o no desea saber absolutamente nada al respecto.
Teniendo en cuenta que, en la primera escena del primer episodio, el protagonista le partía el pescuezo a un perro malherido (dice no soportar “los dolores innecesarios”), es fácil hacerse una idea de qué clase de persona es Underwood. Alguien que irá por el jackpot, algo más grande que el cargo al que antes aspiraba. Esas son las líneas de la nueva temporada. Con un trabajo más relevante, con los trapitos sucios imposibles de ocultar, pero con más autoridad para hacer lo que se le antoje.
El programa tiene todos los componentes para ser uno de los tantos cultos televisivos de la actualidad, aunque yendo al plato en sí, en su preparación y entrega final, más que renovación lo que hay es un auténtico clásico del menú bien conocido por el comensal: un buen bife con ensalada. Y la carne es la interpretación de Spacey. El actor ya supo encarnar criminales inolvidables en Pecados capitales y Los sospechosos de siempre. Aunque este portarretrato, quizá, se acerque más a su estafador de casinos en la mediocre 21 Blackjack, junto con el encanto que le dio a Bobby Darin en Under the Sea. No bailará ni cantará como en la biopic del crooner pero... ¡cómo se mueve en esa cocina sucia que es la política según HOC!
“Todo el mundo, políticos de verdad y espectadores del programa, coinciden en una cosa: que es muy efectivo en lo que hace”, definió a su Frankenstein el actor en entrevista con el diario chileno La Tercera.
El debate, más bien remanido y vago, sobre la verosimilitud y cercanía con la realidad, no se hizo esperar. Hasta el propio Barack Obama le puso pimienta, declarando que “ojalá las cosas fueran tan despiadadamente eficientes” como en la serie. Mejor sería analizar la cuestión al revés (la realidad como escenificación), al recordar cuando se divulgó la foto del ajusticiamiento de Osama bin Laden, con Obama y Hillary Clinton como testigos privilegiados. Algo de eso hay en la escalada bestial de Underwood (apellido que podría traducirse como “debajo del bosque”), el público es el único confidente del personaje; le habla directamente mirándolo a los ojos, frío, calculador, y con un humor negro canchero. Spacey dijo que detrás de la lente piensa en su “mejor amigo”. Sus recitados tampoco son novedad. Ya lo hizo Ian McKellen en Ricardo III, película basada en la obra de Shakespeare que el propio Spacey interpretó durante casi un año en teatro. A veces sin decir nada, un levantamiento de cejas basta para darse cuenta de lo que va a cometer. HOC tiene el mérito, entonces, de ofrecer el lugar común de la política como rosca y lobby permanente a cargo de sujetos desalmados, en un paquete con moño y a nombre del espectador. En uno de los primeros episodios, el cabildero de una compañía le reclamaba por unos contratos con la Argentina; y en uno de los últimos él le decía a un manifestante apresado: “A nadie le importás, dejá que la policía te lleve a casa”. Y ésta es la faceta más humana de Underwood. Es cierto, también, que el periodismo de investigación no aparece como una profesión noble, se mueve por egos y usa las mismas armas de chantaje que el equipo de Underwood (notable Michael Kelly como su asistente).
“Estoy a un latido de corazón de la presidencia sin que nadie haya votado por mí. La democracia está realmente sobrevalorada”, musitó Underwood, en su juramento como vicepresidente, con su mano sobre la Biblia. Y desde el libro santo nacía la mirada del espectador. Hasta ahora, todas le han salido bien al político que divide el mundo entre los que son “cazadores o cazados”. Habrá que esperar a ver si él termina escapando como Keyser Söze, muerto pero feliz por haber culminado su obra como en Pecados capitales, o bailando y cantando como en Under the Sea al transformarse en el hombre más poderoso del mundo libre. No parece haber otra salida para Frank Underwood.
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