SERIES › GAME OF THRONES, SPARTACUS Y VIKINGOS
Dramas históricos y tramas fantásticas que resuelven los conflictos de poder a pura sangre. Las nuevas temporadas de las series de HBO, Nat Geo y FX demuestran que el gusto por la guerra está lejos de tener su batalla final.
› Por Federico Lisica
Una vez le preguntaron a Lemmy Kilmister –líder de la banda heavy Motörhead– acerca de su fanatismo por temáticas relacionadas con la guerra: “Es el mayor pasatiempo en el mundo, el más popular. Todos parecen tenerlo. A mí, particularmente, me gustan las guerras más grandes porque muestran la mayor podredumbre del hombre”. Por estos días no le faltó razón al músico, ya que entre el miércoles pasado y ayer –y esto no fue ninguna casualidad– se estrenaron, por la tevé paga, las nuevas temporadas de tres ficciones cuyo eje es el poder en su versión más violenta. Vale decir que tanto Game of Thrones como Vikingos y Spartacus sonarían genial con “March or Die” de la banda de Kilmister (de hecho, en YouTube hay versiones sui generis de la apertura de GoT con canciones de la agrupación inglesa). Las tres series suceden en tiempos antiquísimos o inventados. El verismo no es lo esencial y, contrario a lo que podría suponerse, tampoco el componente épico. Ese lugar lo ocupan los complots y las perversiones, que acaban con cuerpos desmembrados como resolución favorita de los conflictos.
“Cuídense los que están en primera fila porque la sangre los puede manchar”, dijeron en la presentación de GoT del primer episodio de la cuarta temporada y que ayer tuvo su estreno por HBO (cada uno de sus diez capítulos irá los domingos a las 22). La producción original de esta señal es su gran apuesta de 2014, evidencia de ello fue que el primer episodio tuvo emisión simultánea en varias partes del globo. Como si se tratara de uno de los secretos y planes maquinados por los integrantes de las dinastías del Poniente (donde transcurre la trama), en la proyección para la prensa se cuidó que ningún presente tomara capturas de la pantalla. Recaudo que se tuvo por el furor que despierta GoT y el más mundano componente de la piratería y la difusión digital. A esta altura ya se sabe casi todo sobre la adaptación de la saga literaria escrita por George R.R. Martin, de los 6 millones de dólares gastados por episodio y en particular de las comparaciones –ineficaces aunque certeras para el novato– con la obra de J.R.R. Tolkien. Ok. Hay tierras lejanas en tiempo y lugar, dragones, unos pocos roles fantásticos (los White Walkers, los Wargs) y el look élfico de una de las casas que aspira al trono (los Targaryen). Si en El Señor de los Anillos y El Hobbit (versión Peter Jackson) los personajes repiten hasta el hartazgo la palabra “honor”, en GoT es el susurro de “venganza”. Memorizar los personajes, hilar las historias secundarias y pronunciar sus nombres puede ser una tarea titánica. Lo central son las traiciones que se preparan a puertas cerradas, como si de un culebrón mexicano se tratase. Dato no menor: ninguna casta hace demasiado por ocultar a las ovejas negras con su afición por las prostitutas, el incesto o perversiones que incluyen sexo y torturas. En especial los Baratheon, los Lannister y los Martell, cuyas diferencias de estirpe –y hasta raciales– pueden ser interpretadas como pequeñas críticas a las sociedades en estamentos. Los odios inoculados por cada generación aguardan el orgasmo de la vendetta.
En el primer episodio de la nueva temporada, cabe decir, hubo que esperar bastante para ver sangre. Salvo ese brazo mutilado por unos salvajes y un pleito más bien pequeño, la gran pelea llegó sobre el final en una taberna. El resto fue movilización de tropas hacia una batalla contra los que gobiernan, junto a los preparativos para la boda del rey Joffrey Baratheon. Mención de oro para el actor que encarna al púber y tiránico soberano (Jack Gleeson) que aparece a la cabeza en las encuestas sobre los personajes más insoportables, no sólo de esta serie sino de la historia de la pantalla chica. Con justa razón, al comienzo del episodio, alguien lanza: “Siempre quieren matar al rey”. La tirria entre linajes es el verdadero motor de la saga y, como en toda buena familia, también se da entre hermanos, tíos e hijos. “¿Qué cosa nueva se puede contar sobre lo épico?”, preguntaron en la proyección a la que asistió Página/12 con la certeza de que GoT le dio una retorcida vuelta de tuerca al asunto.
En el mismo día y horario que GoT, ayer Nat Geo estrenó la segunda temporada de Vikingos (domingos a las 22). La serie lleva el sello de Michael Hirst (The Tudors) y se centra en Ragnar Lothbrok (Travis Fimmel), un guerrero y agricultor con alma de viajero. Su deseo de zarpar es contrario al del jefe (interpretado por Gabriel Byrne), que prefiere seguir saqueando tierras conocidas. Esta producción es original de History Channel y dice estar basada en documentos históricos para revelar aspectos desconocidos del pueblo señalado como saqueador y bárbaro. Tampoco faltan paneos a cuervos, decapitaciones en primer plano y tronos pesados en escena, lo cual llevó a varios internautas a compararla ya no con Tolkien sino con la ficción que pasaban ayer por otro canal. La idea de su creador es hacer siete temporadas sobre lo que hizo el linaje de Lothbrok.
La última temporada de Spartacus. La guerra de los condenados (miércoles a las 22 por FX), por su parte, se diferencia de las otras más en la época del Viejo Continente que en la propuesta del género. Mucho sexo y peleas con hojas filosas. Y en el medio, la historia del esclavo rebelde (Liam McIntyre) que quiere doblegar a todo el Imperio Romano. Lemmy de Motörhead, feliz.
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