SERIES › MARCO POLO, OTRA OFERTA DEL MENú NETFLIX
La plataforma web dispuso días atrás la primera temporada íntegra de una ficción histórica sobre el legendario viajero. Con un reparto global y una puesta en escena de alto impacto, la serie es la propuesta más clásica y grandilocuente hasta el momento.
› Por Federico Lisica
De todas las producciones originales que Netflix (Orange is the New Black, House of Cards, Hemlock Grove, Lilyhammer, entre otras) entregó hasta el momento, la de Marco Polo se destaca por su clasicismo. Los diez episodios de esta realización concebida por John Fusco (guionista de Hidalgo y Demasiado jóvenes para morir), y que cuenta con el soporte de un peso pesado como The Weinstein Company, están dispuestos en la plataforma On Demand desde el pasado 12 de diciembre. Aquí no hay mezcla de géneros, novedades narrativas o ánimos de ruptura desde lo visual. Se trata de una propuesta que trata de ganar con el peso de la grandilocuencia, el exotismo y cierta estructura que recuerda a viejos telefilms. La historia es la del mercader veneciano del siglo XIII, aunque se marquen paralelismos como si Polo fuese un conquistador símil Alejandro Magno. El contexto es el Imperio Mongol que quiere hacerse del último bastión chino: la ciudad amurallada de Xiangyang.
En el comienzo, a modo de teaser, se muestra a un grupo de harapientos que llega hasta un pueblo asiático con todos sus habitantes empalados. Entre esos nómadas está Marco Polo, junto a su padre y tío, tres mercaderes que quieren hacerse de favores en la Ruta de la Seda. Finalmente serán escoltados hasta la corte de Kublai Kan (nieto de Gengis, que es mencionado en el primer episodio en más de una ocasión) y el joven Marco será dejado allí por su progenitor a modo de pago. Ese será el verdadero inicio de una ficción que tiene la honestidad de ser fiel a su propuesta elefantiásica. Con intrigas familiares, rivalidades, codicia, algunos pasajes sanguinarios y una corte mongol muy brit en su modos. Poseedor de una gran sensibilidad, inteligencia y espíritu aventurero, “el latino” prontamente se convertirá en el consejero del “dueño del mundo”, al decir del propio jefe mongol.
Entre los puntos altos se destaca su fotografía de grandes panorámicas, obra de la dupla de directores conformada por Joachim Rønning y Espen Sandberg (realizadores de Kon-Tiki y de la próxima Piratas del Caribe: Dead Men Tell no Tales). También deben mencionarse las actuaciones, principalmente la de Benedict Wong, que da en la talla de la enormidad de Kan y genera su buena dinámica con el protagonista (a cargo del italiano Lorenzo Richelmy).
Por varios pasajes, la ficción se asemeja a la etiqueta genérica de la world music, con intérpretes de todos los confines del planeta y retratos cómodos en su exotismo. El guión no ofrece grandes sorpresas, como tampoco grietas visibles. Es un orgulloso Marco Polo for export. El componente erótico supera al de otras ficciones históricas recientes como The Tudors o Los Borgia, aunque no va mucho más allá de la vara que impuso Game of Thrones para el público adulto. En definitiva, en todo el relato se impone el filtro del formato histórico y una majestuosidad que le gana al dinamismo. Excepto en el gran montaje en paralelo del final, donde tres historias se conjugan con una serpiente asesinada.
“¿Sexo, drogas y serpientes?”, le preguntó un periodista a la dupla protagónica. Richelmy y Wong recogieron el guante y explicaron que esa mezcla funciona en la serie porque tiene algo de fantasía y no se sabe demasiado sobre la Mongolia medieval. “Es sobre sexo, poder y política en el siglo XIII, la Ruta de Seda en medio del mayor imperio de su tiempo”, simplificó Wong.
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