SERIES › EL PRóXIMO MIéRCOLES ARRANCA MOZART IN THE JUNGLE
La comedia dramática presenta a un excéntrico director de orquesta dispuesto a todo con tal de reformar la Sinfónica de Nueva York. Con claras referencias pop, el personaje de Gael García Bernal está inspirado libremente en Gustavo Dudamel.
› Por Federico Lisica
Con Mozart in the Jungle (estrena FOX Life el próximo miércoles a las 22) el lema “vino, mujeres y música” retorna con su estoico sentido de mutación. La más famosa de todas sus ramificaciones fue, claro está, el “sexo, drogas y rock & roll” acuñado por Ian Dury, concepto que, en este caso, trueca el último término por el género de la música clásica. Los diez capítulos de media hora de duración se basaron libremente en el libro de la concertista Blair Tindall, Mozart in the Jungle: Sex, Drugs, and Classical Music. Y bastantes de esos componentes están enraizados en el personaje de Gael García Bernal, un hedonista director llamado Rodrigo De Souza.
Si el alter ego de Tindall en esta historia es Hailey Rutledge (Lola Kirke), una oboísta que tendrá su chance para ingresar en la prestigiosa Sinfónica de Nueva York, la inspiración para el personaje del actor mexicano fue otra muy clara: Gustavo Dudamel (director de la Orquesta Simón Bolívar y de la Filarmónica de Los Angeles). No sólo se trata del pelo enrulado, también están los orígenes latinoamericanos, junto al viento renovador que el venezolano nacido en 1981 supuso en la escena de la música internacional. Lo más parecido a una figura pop desde un terruño que hace gala de sus tradiciones. Aquí se ven los aplausos con los arcos de los violines y los discursos de ocasión, pero también cómo los músicos utilizan un metrónomo para darles caladas a sus porros. Lo esencial de Mozart in the Jungle es su apuesta desacartonada sobre el deber ser y lo que no se percibe desde la butaca.
La serie, concebida originalmente para la plataforma web de Amazon Studios, le pone más pimienta al asunto con el protagonista llevando a su orquesta a tocar en las calles más sucias de Manhattan, usar una rosa como batuta y quebrar cada una de las pautas que se le imponen. Su actitud de estrella se codea con la de un guitarrista de Hair Metal desatado en un camerino. Claro que este depredador sexual en vez de groupies rompe corazones y bombachas entre las propias concertistas que están bajo su ala. “Los músicos clásicos respiran y se tiran pedos como la gente común, pero sobre el escenario se comportan de manera bastante formal”, le dijo el actor a la Rolling Stone estadounidense sobre las dualidades que lo sedujeron de la propuesta. Lejos de la simple parodia, el exotismo o el trazo grueso, el encanto de su rol tiene bastante que ver con la simpleza con la que García Bernal ejecuta el papel. Incluso al vestir ponchos, tomar mate, comer arepas y hasta dejar volar en un ensayo a su guacamayo. De Souza está un poco menos pasado de rosca que Hank Moody en Californication porque todavía no se ha desencantado con su profesión, como le sucedía al personaje de David Duchovny con la escritura. Todo lo contrario. El maestro exuda música hasta cuando tiene sexo. Tópico fundamental en la trama. Otra integrante de la orquesta clasifica la performance de sus amantes en función del instrumento que toquen. “Los percusionistas te golpean como en una porno, los violinistas se van rápido como en un pizzicato”, explica.
De Souza viene a reemplazar en el puesto a Thomas Pembridge (Malcolm McDowell), el viejo amargado que detesta los modos del nuevo chico en la ciudad. Mientras que la presidenta de la Comisión de la Filarmónica (Bernadette Peters) busca explotar su carisma para salvarla del desastre financiero en el que se encuentra. “Oye el cabello”, es el lema de una campaña de marketing que muestra a De Souza con sus pelos voladores. La única capaz de domar a la bestia podría ser la nueva ejecutante del oboe. Según la actriz, su personaje es el medio para que los espectadores comprendan el ambiente con sus luchas de egos, tensiones, las dificultades económicas que atraviesan los músicos, definiciones de lo que es ser artista, de los tapujos, del arribismo social, y a su vez el vehículo para interpretar piezas compuestas hace dos siglos. “Es una interesante intersección entre el mundo real y el de la música clásica”, señaló.
En su país fue muy bien recibida, por allí se apuntó que se asimila a los tapetes corales que Robert Altman confeccionaba a conciencia para dejar fluir las actuaciones. En lo anormal de situaciones comunes, y los wannabe que luchan con estilo –o no tanto– por no quedar fuera del candelero, se nota el toque de sus creadores Jason Schwartzman y Roman Coppola (usuales colaboradores de Wes Anderson como actores y guionistas). El mismo equipo que no tuvo tanta suerte con films de corte retro (CQ, A Glimpse Inside the Mind of Charles Swan III) llevan el sentido de pertenencia intacto, y el gusto por ambiente prefabricados, aunque esta vez dejaron que la dirección quedase en manos de Paul Weitz (Un Gran Chico, American Pie). “Estamos literal y metafóricamente tirando abajo la cortina de una orquesta y mirando lo que pasa allí detrás. Nuestra cámara se mueve entre ellos. Se ve cómo una oboísta tiene que tallar la caña de su lengüeta, los aspectos centrales y los banales, estos tipos están con sus trajes y cuando se los sacan se ponen sus equipos de gimnasia, está lo alto y lo bajo”, sentenció Coppola.
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