SERIES › SE ACERCA EL FINAL EN MAD MEN, UNA SERIE DIFERENTE
La producción de HBO está promediando su última temporada. Además de su exquisito retrato de época, su protagonista se despide como lo que siempre fue: un exquisito eternauta, que ahora debe lidiar con los inocultables signos de la decadencia.
› Por Federico Lisica
“Estoy viviendo mis días como si no hubiese mañana, porque no lo hay”, aseguró alguna vez Don Draper, el personaje principal de Mad Men (HBO, lunes a las 21, más horarios rotativos). Y esa frase, lanzada por el creativo publicitario como un cross sobre el mentón, resuena más fuerte que nunca. Justamente porque la ficción de Matthew Weiner está promediando su séptima y última temporada, titulada con cierta pompa –y poder de síntesis– “El final de una era”.
Lo cierto es que en esta época Draper (interpretado por Jon Hamm en dosis perfectas de cancherismo, nocividad y control) está desorientado. Busca viejos amoríos para descubrir que han muerto, empieza a tener alguno que otro achaque de salud y su puesto en la agencia Sterling Cooper & Partners está en riesgo.
¿Pero a qué era se refieren en el título? Porque los protagonistas de este drama siempre parecieron vivir en otro tiempo. Su cosmogonía estuvo más cerca de la guerra de Corea que la de Vietnam. De hecho aquel primer conflicto bélico sirvió para que Draper moldeara su personalidad y nombre. Ese fue –es– uno de los grandes méritos de la producción original de HBO, los hombres (y, ejem, mujeres) nunca estuvieron en la órbita de la época que les tocó en suerte. Divisaron la llegada del hombre a la Luna como un mal viaje de LSD y con los ’70 el declive se advierte aún peor. La última temporada de Mad Men, en cierta manera, se codea con Vicio propio, la reciente película de Paul Thomas Anderson basada en la novela de Thomas Pynchon, donde se revisita el movimiento contracultural de Los Angeles. Acá la resaca, a nivel visual, no es tan extrema. Todavía sus personajes surfean la espuma de las grandes marcas y las luces de Nueva York. Draper es un eternauta dentro del diseño del consumismo moderno y eso no se lo podrán quitar tan fácilmente.
Serie singular, que fue más allá del límite del culto pero nunca un éxito a grandísima escala, Mad Men resultó, por otra parte, una mimada en las premiaciones de la industria audiovisual. La crítica se desvivió en elogios por los guiones, las actuaciones y, claro está, por su diseño retro y estilizada vivencia de una de las décadas más movilizantes del siglo pasado, lo cual llevó a intentos similares como Pan Am, The Playboy Club, The Hour. Las primeras dos fueron levantadas a poco de comenzar, mientras que la última (de la BBC y sobre ¡un noticiero de la BBC!) no llegó a pasar las dos temporadas. Contrariamente a lo que se puede pensar, y más allá de su “nostalgia chic”, lo notable de Mad Men es lo sugerido, lo imposible de afirmar por los corsets de época o, para utilizar un término más adecuado al mundillo publicitario, lo subliminal. En esa línea están los personajes femeninos, principalmente el de Peggy Olson (Elisabeth Moss), una auténtica tiburona con aspecto de delfín, quien se hace valer entre esos machos que visten sacos tweed, adictos a la nicotina y al whisky mañanero.
“Mad Men nos otorga no sólo la posibilidad de disfrutar de esos coches fantásticos, ropas perfectas, casas decoradas con buen gusto, tipos facheros, hermosas mujeres y canciones imborrables. A su vez nos permite percibir cómo se equivocaron nuestros padres según los estándares gentiles de hoy en día”, escribió Thomas Frank en su análisis de la serie en Harpers Magazine. Antes del estreno de esta ficción, este intelectual había escrito La Conquista de lo Cool (editado al castellano por Alpha Decay), libro donde afirma que las banderas levantadas por la contracultura en los ‘60 fueron cooptadas por los Don Draper de carne y hueso. Durante un largo tiempo, Frank se negó a ver Mad Men. “Me haría muy infeliz. ¿Cómo te sentirías si hacés un ensayo y después aparece un programa centrado en esa época, que toca los mismos temas que vos, y nunca te consultaron?”, le dijo en una entrevista con Página/12 publicada en el suplemento NO. Hasta que lo hizo con un maratón de setenta episodios. “De cara al desastre incomprensible, los espectadores elegimos soñar con un paraíso capitalista perdido en el que los individuos son algo valiente y rentable. Mientras lo hicimos, el capitalismo verdadero se estuvo derritiendo sólida y familiarmente en el aire –como lo hace en la secuencia de títulos de Mad Men– hasta caer en un abismo de recuerdos dudosos y desesperados”, escribió, como si fuera en uno de esos cross verbales de Don Draper.
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