CINE ONLINE › CUTIE AND THE BOXER, DOCUMENTAL DE ZACHARY HEINZERLING
Variante pugilística del action painting inventado por Jackson Pollock, la técnica llamada boxing painting es la que dio fama a Ushio Shinohara, octogenario artista plástico japonés, de quien se ocupa este film. De él y de su sumisa compañera Noriko.
› Por Horacio Bernades
Vestido con un par de shorts y nada más, el hombre pequeño, de cabello blanco y físico enjuto, se calza los guantes de boxeo, los hunde en un tacho de pintura, los saca chorreando y en dos minutos y medio llena la tela de manchas, a trompada limpia. Variante pugilística del action painting inventado por Jackson Pollock, la técnica necesariamente llamada boxing painting es la que dio fama a Ushio Shinohara, octogenario artista plástico japonés. Finalizado su nuevo cuadro, Shinohara posa como boxeador triunfante en su estudio de Nueva York, ante la cámara de fotos de su esposa Nori- ko. De más está decir que Cutie and the Boxer, documental que desde el propio título alude a la relación entre ambos, jamás se estrenará en Argentina. Ni saldrá en DVD, ni nada. Sí se consigue online, como tantas otras películas imposibles de ver por otros medios, y vale no desperdiciar la oportunidad de verla.
“El dueño reclama el alquiler”, le avisa durante el almuerzo Nori- ko a Ushio, a quien llama Gyu-chan (algo así como “Querido Torito”). “Ah. ¿Cuánto es?” “Mil doscientos dólares.” “Ah.” Nacido en Tokio en 1932, la obra de Ushio Shinohara se ha expuesto abundantemente en los museos más importantes del mundo. Incluyendo el MoMA, el Guggenheim y el Pompidou. Pero tiene un problema: no vende. “Me voy a Tokio, a ver si vendo alguna escultura”, le anuncia a Noriko, mientras intenta meter un par de ¡esculturas! en su valija de mano. Unas escenas más tarde vuelve a casa con 3 mil dólares (equivalentes a menos de tres meses de alquiler), pidiéndole a Nori- ko que les sienta el olor. Noriko lo hace y luego los guarda resignadamente. “Debí haberme casado con un tipo de plata”, piensa Noriko en voz alta, en algún otro momento de Cutie and the Boxer.
“La gente normal tiene que sostener a los genios”, justifica Shinohara. “Yo no soy su asistente”, aclara Noriko, pero luego se queda sin palabras. Hijo de un poeta y una pintora, la inventividad de Shinohara (o su condición de artista-showman) llevó a multiplicar neologismos para definir su arte. En 1960 creó en Japón un movimiento pictórico al que llamó Neodadá, que según cuentan habría representado una influencia para el mismísimo Andy Warhol. Su trabajo con materiales de descarte –semejante al de Antonio Berni para la misma época– movió a hablar de junk art. Paradójicamente más original parece haber sido su invento del imitation art, consistente, como su nombre lo indica, en la copia lisa y llana de cuadros previos. El “Coca-Cola Plan” del artista pop Robert Rauschenberg, por ejemplo.
En Cutie and the Boxer se ve a Shinohara recogiendo cartones en Nueva York, ya en los años ’70, para usarlos como material de una de sus gigantescas “motocicletas”, otra de sus creaciones más reconocidas. Caso menos extremo que el de Federico Peralta Ramos, que una vez cortó a serrucho uno de sus cuadros para hacerlo entrar en una exposición, en el documental filmado por el estadounidense Zachary Heinzerling se ve a un asistente desarmar la moto para rearmarla después, ya dentro de la galería. “No le pongamos a la muestra ninguno de esos títulos pretenciosos, como ‘Zen something’...”, ruega el octogenario Shinohara a un curador nipón. Saca una revista de historietas, señala un cuadrito y elige como nombre “¡Roarr!” Cuando le entregan el catálogo y ve que le pusieron “El amor es un ¡Roarr!”, le pregunta a Noriko de dónde salió ese título. “Se lo puse yo”, dice ella y Gyu-chan no le puede objetar nada, porque la exposición también es de ella.
Por eso la película no se llama The Boxer, sino Cutie and the Boxer: porque no es sobre él, sino sobre los dos. Sucede que Noriko también es artista plástica y en el momento del rodaje está por exponer por primera vez, junto con quien es su marido desde hace 40 años. “Cuando llegué a Nueva York tenía 19 años y lo conocí a él, que tenía 40”, cuenta Noriko. “Me enamoré y nos casamos. El siempre fue una influencia sobre mí, yo me sentía una artista inferior a su lado. Recién ahora siento que estoy haciendo mi propio arte.” Noriko trabaja en una serie de tintas en blanco y negro, que a diferencia de la obra de su marido son de estilo figurativo, narrativo, muy próximo al de las historietas. De hecho, tienen globitos. La protagonista de la serie se llama Cutie (“rica”, en el sentido de “linda”) y es una evidente trasposición de ella misma. Trasposición o proyección: Cutie sufre a su marido Bullie (“Torito”), que como Ushio hasta un tiempo atrás, es alcohólico. Con la diferencia de que Cutie, cada tanto, le clava un puñal a Bullie. O se la ve a horcajadas sobre él, látigo en mano. “Yo no logré domarlo”, reconoce Noriko.
El documental de Heinzerling incluye abundantes fragmentos de películas caseras filmados por ¿quién? En casi todos esos fragmentos se los ve a los dos. Incluyendo reuniones con amigos en las que, totalmente pasado de sake (o lo que fuera), Shinohara baila desnudo, con una botella a modo de pene gigante. O sufre tremendo ataque de furia y llanto, por lo mal que le va. “El arte es un demonio que te arrastra”, dice en off. “Te tirás a vos mismo, para ser un artista”. Narrado desde el punto de vista de la más sometida que sumisa Noriko, el documental de Heinzerling funciona como fábula ejemplar sobre la condición subalterna de las artistas casadas con otros artistas. Y sobre la posibilidad de revertirla, por muy japonés que se sea. De modo casi simbólico, Nori-ko agiganta sus tintas para la exposición, convirtiéndolas en murales. “Yo te hago de asistente gratis, te hago de traductora gratis, te cocino gratis”, le dice al “patrón” una concientizada Noriko. “Pagale a alguien, si tenés plata.”
En el transcurso de Cutie and the Boxer asoma una segunda víctima, que parece tener menor capacidad de reacción ante esta versión nipona del padre-padrone. Es Alex, hijo de ambos, que tarda como media película en aparecer y cuando lo hace, lo hace totalmente alcoholizado. “Me siento enormemente culpable de haber permitido que mi hijo se criara junto a un padre alcohólico”, dice Noriko, quien a lo largo de las épocas luce siempre la misma expresión apenada. Alex, a quien se nota incómodo ante cámara, la lleva en un momento a su estudio (la casa de los Shinohara es un edificio de cuatro pisos) para mostrarle sus cuadros, aun más expresionistas y de colores más furiosos que los de su padre. “Están muy bien, muy bien”, reconoce algo perpleja una Noriko que por lo visto recién en ese momento se entera de que su hijo también pintaba.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux