CINE ONLINE › EL DOCUMENTAL CHUCK NORRIS VS. COMMUNISM POR LA SEñAL NETFLIX
Para la rumana Ilinca Calugareanu, realizadora de este film sobre las exhibiciones clandestinas en la Rumania de Ceausescu, “las películas de acción aportaban colores cuando no había ningún color y mostraron acción en un momento en el que todo estaba estancado e inmóvil”.
› Por Javier Aguirre
Hay olor a mitin clandestino. Llegan en silencio señoras, muchachotes, un matrimonio canoso, hasta algún adolescente que fuerza su mejor mueca de tipo maduro. El departamento, en un monoblock de Bucarest que recuerda los de Lugano, ya está atestado. Los últimos en llegar se sientan en el piso, en el apoyabrazos del sofá, o se quedan parados. El gobierno no está mirando. Lo prohibido está a punto de empezar. Alguien pone play en la videocasetera y los conspiradores todavía desconocen si esta noche les tocará ver una de Chuck Norris o una de Rambo. Para el caso es lo mismo: el documental Chuck Norris vs. Communism (disponible ahora en Netflix) sostiene que, en la Rumania pro-soviética de los 80, hasta el más pochoclero y propagandista cine de acción de Hollywood era consumido, en secreto, como si fuera una bocanada de aire libre y capitalista para quienes vivían del lado despintado de la cortina de hierro. La investigación de la realizadora rumana Ilinca Calugareanu no sólo abarca a quienes, en los últimos chifletes de la Guerra Fría, participaban de esas exhibiciones ocultas de videos hollywoodenses, sino también a algunos de los responsables de meterlos de contrabando en el país. E incluye a un personaje maravilloso pero real: la mujer que se ocupaba de hacer los caserísimos doblajes al idioma rumano, cuyas traducciones clandestinas, con mucho de autocensura, aportan al documental momentos de gran hilaridad, como cuando los espectadores recuerdan que todos los “shit”, “fuck you”, “asshole” y “son of a bitch” espetados por los siempre malhablados héroes de acción se traducían al rumano, invariablemente, como “maldición”. Ilinca Calugareanu, directora de Chuck Norris vs. Communism, habló vía Skype con Página/12 sobre el plan de evasión que resultaba el cine de entretenimiento durante los últimos y más asfixiantes años de los 22 en los que el tirano Nicolae Ceausescu gobernó Rumania.
–Sí, esas proyecciones grupales de VHS, organizadas en departamentos, eran uno de los pocos, si no el único, escape de la realidad gris y opresiva de la Rumania comunista de los 80. En las ciudades grandes pero también en los pequeños pueblos, donde unas pocas personas tenían videocaseteras y la gente se agrupaba en torno de estos privilegiados cada vez que podía. Por ejemplo, dos de los entrevistados, que son sacerdotes, contaron historias de proyecciones organizadas para pueblos enteros, en las que hasta se exhibían películas religiosas como Jesus of Nazareth, en cintas ingresadas en el país por contrabando.
–Eran muchas las películas que circulaban en ese período, en ese circuito de distribución clandestino. No había una curaduría, un criterio de selección acerca de qué películas traer desde Occidente. El contrabandista llenaba su coche con cualquier videocasete que cayera en sus manos, pero rápidamente se dio cuenta de que, como ocurre en la actualidad, las películas más populares eran las de acción. Había títulos como Erase una vez en América, Taxi Driver, El Padrino, Ultimo tango en París o Nueve semanas y media, por ejemplo, así como también algunas películas que eran críticas directas a regímenes totalitarios, como 1984, Brazil o Atrapado sin salida. Creo que lo que me atrajo de esta historia es que habla sobre el poder del cine, del poder de todas las películas, más allá de las categorías que se les adjudique o de las críticas que se les haga. La gente ve y consume películas de muchas maneras y se lleva, de ellas, cosas que tal vez los realizadores no tenían la intención. Las películas de acción aportaban colores cuando no había ningún color en Rumania y mostraron acción en un momento en el que todo lo que nos rodeaba estaba estancado e inmóvil.
–Qué bueno que se haya notado ese elemento visual… Al filmar las escenas de época, usamos elementos, aparatos y vestuario propio de las películas de VHS que eran populares en Rumania en los años 80, así que tal vez todo eso ayuda a dar cierta impresión de espionaje. Irina es increíble, pasamos muchos días y noches filmando juntas. Fue muy valiente en hacer lo que hizo en los 80, y es muy modesta al respecto. Ella influyó en la manera en que hoy se hacen los doblajes. Hoy en día, es una crítica de cine, su pasión por el cine no ha disminuido en absoluto. Tiene un programa de radio en Rumania y aparece con frecuencia en televisión. Creo que es un ícono para muchos rumanos. Las personas tienen un fuerte vínculo emocional con su voz, una voz que les recuerda a las películas y a algunos, pocos, momentos agradables de los 80. Mientras rodábamos el documental, su voz era siempre reconocida, es una heroína de culto.
–Desde el principio supe que quería centrarme en quienes veían las películas y en quienes estaban involucrados en la producción de las copias de VHS en Rumania. Los héroes de acción eran meros personajes de ficción que iluminaron la imaginación de la gente y sentí que debían seguir siendo solamente eso.
–El entretenimiento, el cine, la música tienen un poder suave pero muy eficaz y los regímenes totalitarios son conscientes de ello. En el caso de Rumania, no estoy segura sobre cuán claro tenían Ceaucescu y su gobierno la importancia que estos videocasetes tendrían en el cambio de visión del mundo de las personas. Creo que simplemente prohibieron cualquier cosa que tuviera alguna conexión con Occidente y, bajo esa óptica, las cintas VHS se convirtieron en un problema. A quienes veían esas películas se les abría una ventana a Occidente que les proporcionaba aire fresco. Este documental habla del increíble poder que tiene el cine para mostrarnos mundos nuevos y diferentes formas de ser. El cine nos afecta, nos cambia y hasta nos hace actuar.
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