Dom 08.06.2008
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MUSICA › EL CLUB DE TOBI PRESENTA SU NUEVO DISCO, MARIMBONDO

“Allá no estamos tan futbolizados”

El cuarteto de cuerdas uruguayo reformula desprejuiciadamente los géneros y descree del enfoque marketinero que la industria le da al “cello rock”. “No existe conservatorio europeo que te enseñe a tocar rocanrol de acá con estos instrumentos”, dicen.

El Club de Tobi es una banda atípica. Para empezar, vienen de esa excepción llamada Uruguay, donde han conseguido una popularidad insólita para un cuarteto de cuerdas. Si se suma el hecho de que se consideran un grupo “esquizofrénico-rocanroloide-tecnotrópico-infantodemencial”, la cosa va todavía más allá. Y si se escuchan en vivo las versiones de temas folklóricos, de Los Beatles, de Charly o de los Redondos que suelen intercalar con composiciones propias, su escape a los rótulos se confirma completamente. Los porteños podrán comprobarlo el 26 de este mes en el teatro IFT (Boulogne Sur Mer 549, Capital). Ahí se presentará Marimbondo, un nuevo disco grabado en vivo que ya anduvo sacudiendo escenarios del interior (ver recuadro). Palpitando la previa y con un mate porongo de por medio, los de Montevideo aprovechan para contar un poco de qué se trata lo que hacen.

“Ya llevamos ocho años con la misma formación, por lo que hemos desarrollado un lenguaje medio raro que aparece en todos los discos”, explica el violonchelista Bruno Masci ante la consulta por el título de esta tercera placa. Marimbondo significa “avispa” en portugués, aunque para la jerga tobística tiene muchas otras acepciones. “Hay marimbondo, por ejemplo, cuando ‘hay gato encerrado’. ¿Y cuál sería el gato encerrado en estas doce canciones? Humm... mensajes subliminales que no podemos revelar”, se ríe Mario Gulla, uno de los violinistas. Cerca, Fernando Luzardo –encargado de la viola– confiesa que para él ese nombre remite al chelo con alas y patitas que está en la tapa del disco. “Es un ser que me llegó en una pesadilla”, cuenta, con aire de poeta maldito. El otro hombre de los violines, Fernando Rosa, le tira un misil: “Sí, durante un sueño originado por la ingesta de locro”. Gastadas, bromas internas y discusiones sobre música merodearán toda la charla. Señal de que, aunque salen a escena con los elementos de un cuarteto de cámara clásico, los orientales cocinan un arte movedizo, que se hace planteos y va al frente.

El Club... empezó a transitar las calles montevideanas a fines de 1996. Eso fue antes del surgimiento de lo que la maquinaria de la publicidad llamó “cello rock”, movida que combina instrumentos de cuerdas con algunas corrientes contemporáneas. Por entonces no había muchos referentes locales y lo que iba brotando en el ámbito internacional –grupos en la onda de Apocalyptica o Rasputina– tenía más que ver con nichos de mercado que con una búsqueda estética. “Nosotros no nos identificamos con eso. De hecho, arrancamos antes de Apocalyptica, que tal vez sean los más conocidos. Lo que pasa es que sufrimos, como dice Charly, ‘el karma de vivir al Sur’”, subraya Fernando Rosa. Asimismo, los cuatro aclaran que les molesta el reciclaje forzado que hacen las grandes compañías, vía “Bossa’n’Lennon”, “acústicos de Kiss” u otros engendros. “Es una cuestión marketinera que puede causar estragos. A veces nos ha tocado llegar a un lugar y que alguien haya puesto en los afiches ‘El Club de Tobi. Homenaje clásico a Los Redonditos de Ricota’. Si pasa eso ya nos preparamos para tener todo el recital a cinco tipos en primera fila que desde el principio te gritan ‘¡Jijiji flaco!’, ‘¡tocá Jijiji!’”, se queja Gulla, medio en broma y medio en serio.

A esta altura, el estilo que ha desarrollado cada uno de los miembros no deja de llamar la atención. Como señala Masci, “el camino por el que optamos es muy regional y personal, incluso técnicamente. No existe conservatorio europeo que te enseñe a tocar rocanrol de acá con estos instrumentos. Lo tenés que ir estudiando solo, incluso tenés que ir aprendiendo de nuevo a usar el cuerpo, un poco por fuera de lo que te enseñó la academia”. Todos coinciden en que la veta autodidacta es la que más les rinde, “y esa forma de aproximarnos al instrumento es uno de los rasgos que nos convierte en artistas populares”, resalta el chelista.

Así es como en las presentaciones la viola y el chelo abundan en pizzicatos, mientras los violines suelen sufrir los rigores de la púa guitarrera. Para Rosa, no obstante, el ingrediente clave de la alquimia no está en la apropiación de tal o cual recurso sino en la búsqueda de lo nuevo. “Nos gusta sorprender. Cuando las personas nos ven junto a un tipo con un bandoneón, generalmente piensan que se viene un tango. Y por ahí nosotros te salimos con una de Marley”, señala. El repertorio es desinhibido, y recorre creaciones de ellos, versiones de temas en inglés y algunos clásicos de popes locales. Las voces no cobran protagonismo, salvo en algún recitado. Clásica, rock, tango... ¿Cómo mantener tenso el cable que une polos tan distantes? Los cuatro muchachos –ninguno pasa los treinta y cinco– guardan algunos trucos de picardía rioplatense, a lo que suman un canibalismo cultural abrasilerado y la intuición que les da haber estado tocando juntos tanto tiempo. “Hay que tener en cuenta –comenta Luzardo– que allá no estamos tan futbolizados como los argentinos. No se te van a enojar porque tocás clásico y ‘Masacre en el puticlub’ la misma noche.” Parece que del otro lado del charco la mezcolanza es más alegre que acá. “Un uruguayo te escucha en la misma tarde a Joao Gilberto y a Spinetta. En cambio, a los brasileños el Flaco les cuesta, y a los argentinos lo brasileño les resulta medio inaccesible”, describe a su turno Masci, que prefiere ser más gráfico con la ayuda de Zitarrosa: “Fuimos un balcón al frente / de un inquilinato en ruinas / el de América latina / frustrada en malos amores / cultivando algunas flores / entre Brasil y Argentina”.

Al lado del termo vacío ha quedado un violín, y la pregunta que se impone es si habiendo vivido como artistas callejeros nunca les quisieron robar la herramienta de trabajo. “No, directamente nos dedicamos a dejar objetos en cualquier lado”, se tienta de a poco Gulla, y al final estallan las carcajadas. Hace poco uno de los integrantes olvidó su instrumento en una plaza del país hermano. “Se armó una movida mediática increíble, como si estuviésemos por tocar en el teatro más importante del mundo –recuerda el despistado–. Pasaron semanas y la gente nos seguía por la calle sólo para agarrarnos el hombro, mirarnos con cara de preocupación y preguntarnos si lo habíamos recuperado.” Finalmente el aparejo apareció intacto. ¿Quién se anima a hacer acá la misma prueba?

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