Lun 09.06.2008
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MUSICA › KRZYSZTOF PENDERECKI DIRIGIRá A LA ORQUESTA DE VILNIUS

Expresividad y refinamiento

El notable compositor y director polaco se presentará hoy y mañana en el teatro Coliseo, dentro del ciclo del Mozarteum Argentino. En el programa incluyó, además de su Sinfonietta, obras de Shostakovich y Dvorak.

› Por Diego Fischerman

Entre 1959 y 1961 Krzysztof Penderecki escribió una de sus obras más famosas. El Treno para las víctimas de Hiroshima, con una orquesta de 52 cuerdas, era una composición experimental y originalísima, que usaba a los instrumentos como nunca se lo había hecho antes y que hacía sonar a la orquesta de cuerdas como no lo había hecho jamás. Pero, también, tenía una carga expresiva paralizante. Esa composición abstracta, inspirada en relación por los trabajos que el propio compositor había realizado en el campo de la música electrónica, quizá por el título pero, también, con lo que sucedía con el sonido, poseía una clase de romanticismo absolutamente diferente al del pasado pero igualmente potente hasta el límite de la experimentación, por un lado, y de la expresividad, por el otro.

Penderecki, que nunca se había considerado del todo dentro de la vanguardia, sus usos y costumbres, fue para ellas, durante unos diez años, un referente inevitable. Obras como su primer Cuarteto de cuerdas (utilizado como banda de sonido en la película El exorcista), De naturis sonora (usada por Kubrick para el film El resplandor) y una ópera como Los demonios de Loudun –que incluía bajo eléctrico en la orquesta– se convirtieron en clásicos de la nueva música. Pero después, renegó de ese lenguaje y se entregó a un idioma heredero de Mahler y Shostakovich. En ocasión de su visita anterior a Buenos Aires, cuando vino para presenciar el estreno de su ópera Ubú Rey y dirigir a la Filarmónica de Buenos Aires, explicó a PáginaI12 su punto de vista con claridad notable: “Sucede que obras como el Treno... fueron imitadas hasta el cansancio. Y yo mismo podía imitarlas, una y otra vez”. Ahora, Penderecki está de nuevo en esta ciudad para dirigir, hoy y mañana a las 20.30, en el Coliseo (M. T. De Alvear 1125) y para el ciclo del Mozarteum Argentino, a la Orquesta de la localidad lituana de Vilnius. En el programa incluirá su Sinfonietta per archi, la Sinfonía de cámara Opus 110b de Dmitri Shostakovich y la Serenata para cuerdas de Antonin Dvorak.

La Sinfonietta es la versión orquestal del Trío, escrito en 1991, y fue estrenada en 1992 en Varsovia. La obra trabaja, a la manera de un concerto grosso barroco a partir de la oposición entre el tutti y los solos. Algo del tono general remite a Bartók y el último movimiento, donde el ritmo es motor, tiene ciertos rasgos satíricos que lo acercan a Shostakovich. La Sinfonía de cámara de Shostakovich, por su parte, también es una transcripción, en este caso de su Cuarteto para cuerdas No. 8, una de las obras más densas y relevantes de su producción. Más allá del hecho de que el propio autor consideró a esta obra autobiográfica, y de interpretaciones que vieron en ella la denuncia contra el fascismo en algunos casos y la resistencia a Stalin en otros, su ropaje orquestal no atenta contra el profundo imtimismo y, en algún sentido, acentúa sus rasgos de dramatismo sinfónico.

La Serenata para cuerdas de Dvorak, en tanto, fue compuesta en 1875 y allí las pasiones transcurren dentro del molde de la máxima elegancia. Penderecki desarrolló, en los últimos treinta años, una carrera de director y, obviamente, sus elecciones de repertorio indican afinidades: lo expresivo en Shostakovich; el refinamiento melódico en Dvorak. Ambas cosas le interesan más, en todo caso, que una cierta idea de modernidad que, para él, se agotó hace rato. “En los últimos treinta años se vivió una obsesión, un trauma alrededor de las vanguardias”, explica. “Lo mejor ocurrió en los finales de la década de 1950 y comienzos de la siguiente. Pero luego se terminó. Llegaron los más jóvenes, y para ellos ése ya era el camino de sus mayores. La vanguardia, es decir una clase especial de vanguardia, no puede durar cuarenta o cincuenta años. Es contradictorio con su esencia”, afirma el autor.

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