Mar 10.06.2008
espectaculos

MUSICA › PABLO DACAL Y SU ORQUESTA DE SALóN PRESENTAN LA ERA DEL SONIDO

“Lo nuevo es resignificar el pasado”

El músico compara la actualidad del rock con la del tango o la música romántica. “El rock se refiere a experiencias de un mundo que ya no existe”, señala Dacal, antes de definir el género como ingenuo, envejecido y conservador.

› Por Cristian Vitale

El camarín de El Nacional –San Telmo– es ínfimo. La única vía de acceso es una escalera de madera y para llegar hay que pasar sí o sí por el escenario. Entonces, un montón de gente va y viene entre atriles, partituras e instrumentos. Es martes, corre el fernet por las mesas, está Fito Páez y Pablo Dacal, figura de la noche, espera la hora con una petaca de whisky que no revela su identidad: la oculta un gris acerado. “El rock es un género que nos puede representar hasta un punto, como todas las cosas del pasado”, comenta. Por la hendija de la puerta se filtra un sonido en sintonía: cinco músicos –un par ex Doris– curten un ensamble coral de agudos y lo disfrazan con una licuadora de esencia folkie, que no descarta aires colombianos, flamencos, rancheros o deudores de Manu Chao. Se llaman Onda Vaga y parece una muestra más de lo que Miguel Grinberg, el viejo periodista, llamó “la nueva música”. Media hora después, Dacal confirmará la intención: diez músicos más él, con la sola inclusión eléctrica de un micrófono, irán recorriendo sonidos distantes de los que saben todos: guitarra de diez cuerdas, flauta, violín, viola, contrabajo, clarinete, trompa, tiple, una pequeña batería de jazz y divagues estéticos que resignifican algo que ya se escuchó, algo que estaba antes de que Elvis moviera la pelvis.

“El rock se refiere a experiencias de un mundo que ya no existe. No estamos a fines de los ’60, cuando el rock reacciona contra los ’50; somos un mundo más devastado, más cínico. Después del punk, el género llegó a su punto máximo de expresión, no desde el lado musical, sino de un sentimiento rabioso contra lo dado”, insiste el músico, un verdadero hombre orquesta. El recital –como todos los martes de junio– transcurre en dos partes: en la primera, Dacal y su orquesta de salón presentan cronológicamente y una por una las piezas que pueblan su reciente disco: La era del sonido. Fluyen frases lacerantes y contemporáneas. Salidas del aquí y ahora: “Con tanto amargo alrededor / ando con azúcar por ahí”, canta él, pronunciando la “r” como Pity. “Si en mi país hace calor / en tu país hace frío”, sigue y los ritmos pendulan entre singulares candombes, zambas raras, fox trot’s y canciones a la francesa. “Soy frontal... por momentos, mis letras son como cachetazos. La violencia tiene que estar incluida en el discurso”, agrega Dacal a lo dicho.

La segunda ancla en un recorrido parcial sobre algunas versiones “para orquesta y cantante” que el compositor visitó en su anterior trabajo, Los 13 grandes éxitos. Entre ellas, adaptaciones de The Kinks y de George Brassens. “Mi idea, cuando armé la orquesta, era encontrar la manera de dar con raíces musicales distintas, un sonido que bordeara lo acústico previo a los años cincuenta... un encuentro con la palabra más europeo, que escape a lo mainstream, porque el rock, guste o no, es el mainstream. Es cierto que hay formas de reelaborar el sonido y el discurso, Coki & the Killer Burritos, los White Stripes o Bob Dylan lo logran, y aún los Stones con todo el comercio que los rodea, pero atarnos a un nombre significa mucho más que atarnos a un nombre. No hay que ser ilusos: el rock es tan amplio que en realidad es antropofágico y no expresa ideas nuevas sobre este mundo findemundista. Soy pesimista”, dice, consumado el show y en completa sintonía con un manifiesto, de su pluma, que causó revuelo: Asesinato del rock. “Lo leí en la Biblioteca Nacional y también, totalmente borracho, en un festipunk a las dos de la mañana”, se ríe.

Las primeras líneas, contundentes, llamaron la atención de Grinberg, que lo incluyó como apéndice en la cuarta edición de Cómo vino la mano: “El rock ya no nos representa”. Lo instaló como plataforma de lanzamiento hacia un mundo que viene. En él, el ex guitarrista de Killer Burritos y Violeta Plástica compara el devenir del género con el del tango o la música romántica, lo tilda de ingenuo, envejecido y conservador. Como otra oferta del discurso oficial. “Igual –continúa–, no quiero seguir hablando mal del rock, porque es un bajón. Siento que es como vitalizarlo... yo quiero pensar en cosas nuevas. Y lo nuevo es resignificar el pasado, porque me parece que hay otra forma de adoptar canciones, que tiene que ver con Internet. Los géneros nacen de traspolaciones hechas de viajes, y ahora todos somos inmigrantes, todos estamos en un puerto. Vivimos en un mundo portuario.”

–¿La gente de la orquesta comulga con su ideario o forma parte sólo de un proyecto musical?

–Es un proyecto musical ante todo, no es un proyecto propio, porque lo comparto con gente que incluso no está en la orquesta: escritores, amigos. Igual, hay algo que se generó con un núcleo más pequeño de la orquesta. Se formó un código que tiene que ver con una ruptura estética.

–¿Cuál?

–La de volver a grupos más grandes, y con la música más libre.

–¿Con qué tiene que ver la no inclusión de instrumentos eléctricos?

–La posibilidad de poder tocar aunque se corte la luz, caigan bombas o todo el mundo se venga abajo, es como la libertad. Es no ser adicto a nada y eso también tiene que ver con una pelea con el rock, que es adicto a todo, a lo nuevo, a la juventud, a las drogas. Me parece bueno conocer todo, pero también ser un usuario digno... digo, saber jugar y elegir.

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