MUSICA › ENTREVISTA EXCLUSIVA A LUIS ALBERTO SPINETTA
El músico acaba de publicar Un mañana, su 22º disco solista, donde participan sus hijos y su padre. El Flaco habla también de la tragedia del colegio Ecos y del personaje Luis Almirante Brown, creado por Capusotto en su honor.
› Por Cristian Vitale
Concebido en el entrañable e “intimísimo” universo de La Diosa Salvaje, acaba de nacer el 22º disco solista de Luis Alberto Spinetta. El CD incluye doce canciones cuyos secretos –típico en él– hay que descubrir de a poco. Con la paciencia de quien no espera más que belleza en los sonidos y en las palabras. Se llama Un mañana. “Tiene lo impredecible del futuro, más una dosis de certeza inherente a un momento preciso del futuro”, dice él –58 años, más de 400 canciones– en la entrevista exclusiva con PáginaI12. Su premisa, única exigencia para la “prensa” del disco, fue escribir las respuestas. Entonces no hay gestos, descripciones de ambiente ni metamensajes de otro tipo. Es sólo el hombre y su verbo escrito que conjuga, siempre, en presente y futuro. “Si dijera el mañana, sería una fanfarronada... pero uno intenta ver en el futuro y siempre hay un hilo de esperanza que une nuestra fuerza hacia adelante con el sentimiento de un cambio que se necesita inexorablemente, para que la vida sea mejor”, sigue.
Sostenido en la misma banda de hace cuatro años (Claudio Cardone en teclados, Nerina Nicotra en bajo y Sergio Verdinelli en batería), y un “plus” doméstico entre padre, hijos y abuelo, Un mañana engloba una estética pareja, atada a la zaga Para los árboles-Camalotus-Pan, canciones pulidas, trabajadas, riquísimas en matices, tonos y melodías, siempre con un norte preciso: el devenir. Aclimata Luis: “En primer lugar, Cardone es quien merece la mirada. El ha sido el orquestador del disco, y además es el compositor de los preludios en ‘Canción de amor para Olga’. Ha sido fuerte y dulce, según la necesidad. Es el alma del trabajo. Se escribió todo”.
–¿Y el resto?
–Demostró una vez más su talento, haciendo viajes instantáneos hacia los diferentes motivos muy dúctilmente, y manteniendo a la banda en el aire como en “Vuelo al fin”, o mismo en “La mendiga”. En cuanto a Nerina, ella pacientemente elaboró bases ideales, comprendiendo los arreglos desde la base de los acordes y aportando una sonoridad sentida, profunda. Es una capa. Además, participan mis genios predilectos, Dante y Valentino. Dante se encargó de instalaciones de “pluguines” muy importantes para la mezcla digital, y Valen colaboró con unos arreglos de teclados preciosos en “No quiere decir”. Nunca hicimos algo tan juntos en cuanto a producción musical. Es un anticipo de lo que podríamos realizar si quisiéramos hacer algo grosso entre los tres. Valentino es una usina de música. Es muy reflexivo y tan autoexigente que finalmente logra en su música una fuerza descomunal. En su rap se nota esa energía lírica que lo caracteriza. Luz más luz.
–También suman Sartén Asaressi, el uruguayo Nicolás Ibarburu y Baltasar Comotto. ¿Qué pretendió lograr de cada guitarra?
–Aparecen para alternar la banda con otros sonidos y conceptos que a la vez no se apartan de la guitarra de base. Fue como guante y mano. Sartén sinfónico, Ibarburu visceral, Comotto místico. Podríamos estar hablando de una invitación a otras violas estelares como Ricardito Mollo, a quien adoro, o a Botafogo, o bien a Jaime Torres con su charango cósmico, o a Luis Salinas, el manantial de guitarra, o mismo a El Dante, quien es mi guitarra del cielo y así a tantos, pero quedará para el futuro.
–¿Cómo se podría imaginar de afuera el trabajo en La Diosa Salvaje? Aparenta cálido, artesanal, de mucho color y calor humano, y eso parece trasladarse directo a sus discos...
–No hay nada comparable a grabar canciones con las herramientas que conocés, en el mismo lugar donde soñás, con sólo la gente que te quiere... no es ninguna novedad, y funciona siempre por ese sentido hogareño, digamos.
–“Mi elemento” es, en y por principio, el tema que surge como más entrador en primera instancia. ¿Qué se le ocurre contar de él?
–Es una canción espontánea cuya letra se veía venir desde lejos, como si uno ya la hubiese hecho. Y habla de estar creando en compañía de una Musa Inspiradora que, como tal, te arrastra a belleza, a sueño, a luz, a locura, te expone a la muerte, y en definitiva es la vida misma... es nuestro elemento.
–La tapa del disco parece anticipar mucho de lo que viene dentro. Reproduce una especie de “Quijote en harapos” en el peldaño más alto de una escalera. Pero ¿qué significa, puntualmente?
–Quizás es sólo un hombre dramático dirigiéndose a lo insondable, con sus manos de cabeza de perro con ojos que le permiten ver y seguir una senda. Podría decir que es una especie de “ser atribulado”. Alguien me dijo que se parece a Mescalito, un personaje de las Enseñanzas de Don Juan de Carlos Castaneda. Pero en verdad se parece a cada uno nosotros, sobre todo cuando uno se despierta con el pelo revuelto. El diseño es de Alejandro Ros, y es otra idea genial nacida exclusivamente de él.
–La forma –un paralelogramo– recuerda a la primera edición en vinilo de Artaud, incómoda para encajar en bateas o en discotecas caseras. ¿Tiene algún objeto similar?
–Cuando Alejandro me presentó la idea, yo reaccioné como dudando, pensando en que otra vez iba a perjudicar los embalajes, el acomodamiento en las bateas, el ensamble manual, como sucedió con el diseño de Artaud pero no. Ros pensó en todo.
–Las tres partes de “Canción para Olga” remiten a una forma de distribuir segmentos típica de los setenta. Aparece como algo floydiano o de bandas sinfónicas ¿Qué demandó la canción para ser diseccionada así?
–La canción suena en mi cabeza desde hace unos dos años. Ahora puedo incorporar a los temas casi toda la línea que compuso Cardone en los interludios, porque recién al tenerlo grabado me puedo atrever a verlo en su totalidad, y tararear lo que no es letra. Olga se transforma en muchas más partes. No es tan trágico como “El hundimiento del Hesperus” de Procol Harum, pero intenta recuperar algo de esas densidades, si vale hacer referencias. Olga tiene algo de tango, algo suburbano.
–Un duende que cura (“Canción para Olga”), otro que, transformado, quiere conocer todas las ciudades desde arriba y no ve a nadie (“Preso ventanilla”), es recurrente la apelación a los duendes en sus textos. ¿En nombre de qué los invoca?
–En el caso de “Preso ventanilla”, es como una idea del ánima errante. Se recrea en cada cosa, busca su salida hacia acá y hacia el mundo desconocido, sin configurarse en alguien o en algo. Finalmente se resume en una flor para surgir en “llamaradas” bienechoras. No tengo duendes, ¡pero tengo cinco nietos!
–El texto de “Hombre de luz” le pertenece a Luis Santiago, su padre. El ya había hecho un aporte en “Encadenado al ánima” (Durazno Sangrando, Invisible, 1975). Y ahora reaparece su pluma con algo tal vez menos críptico: “Hombre de luz que vuelas al espacio / señálame la ruta al sol”.
–Su línea en “Encadenado al ánima” era “la noche llega y tal vez mañana no exista el tiempo con sombras... sacude sus plumas la avaricia, salpicando el pasto inmolado”, genial. Es un poeta. En el caso de “Hombre de luz”, la instrumentación de teclados eleva las cosas como para crear el espacio. Cuando se va esa especie de metrónomo de guitarra, es que ya se elevó, se alejó de nuestras lógicas y mensuras, intenta situarse hacia bien bien lejos...
–Hay una frase de “La Mendiga”, tema apertura, que impacta como señal de algo fuerte: ¿quién es quien luce harapos aunque tiene su guita?
–Creo que hay gente muy pirada que aunque cobre una jubilación sale a enfrentar el vértigo de la cruel ciudad mendigando, simplemente perdiéndose, hablando sola, cantando ragas demenciales... acá y en cualquier urbe. Ella grita y no grita. No es sólo abandonismo, también es reflexión, entendimiento ante la enfermedad, la discapacidad, los ancianos, uno mismo.
–“Recuerda que la luna es sólo un cuerpo entre tus lágrimas y el vacío sideral” (“Vacío sideral”) impacta. ¿A qué alude?
–Es fácil caer en los lugares en los que uno depositó algo. Hay que crear un anti Edipo de la repetición. Más vale que fluya sin más, porque uno no puede historizar en su propio repertorio. Las canciones deben ser sin importar qué repitan. Ya lo dijo Harrison, “es sólo una canción del Norte”.
–El aura que subyace en sus últimos discos es en general calma. ¿Hay ganas de hacer uno más furioso o visceral como fue aquel descomunal doble de los Socios del Desierto o San Cristóforo?
–Cuando hice últimamente rock medio pesuti, me pareció muy propicio el momento, y justamente, igual que ahora, nunca se aflojó la lírica. Algunas voces se alzaron reclamando acústicos, o sea que siempre me preguntan la misma cosa. Los tonos, los riffs, son elementos comunes en nuestro estilo. Si no entendemos cómo pasar de la balada al ritmo denso, no nos vamos a atrever y nos quedamos en alguno de los extremos. Ya sea fuerte o no, todo es música, así que... hay que aflojar con el inventario y sumar inventiva.
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