MUSICA › LOS FABULOSOS CADILLACS DIERON UN SHOW “SORPRESA” PARA DIEZ MIL PERSONAS
Fueron siete canciones en media hora que sirvieron para precalentar el ambiente: el 5 de noviembre arrancará una gira que los paseará por América latina, Estados Unidos y España y que llegará a River el 12 de diciembre. Y habrá un disco nuevo.
Está parado en el medio del escenario. Se balancea, atrás y adelante, con los pies clavados a las tablas. Mira. Mira y sonríe. ¿Qué pensará? Cierra los ojos y reposa sobre el dub que sus compañeros –cinco de los de siempre, dos nuevos– crean como colchón para sus versos. Parece que viene al ataque. Sí, sí, viene. La gente va a su encuentro. Más cerca, más. Abre la boca: “El león está escondido en el callejón, sabe bien lo que le va a pasar”. Vicentico también lo sabe: las gargantas explotan. Volvieron.
No son todos, es cierto. Están, además de Vicentico (Gabriel Fernández Capello para el DNI), Flavio Cianciarulo en bajo, Sergio Rotman en vientos y guitarra, Daniel Lozano en vientos, Fernando Ricciardi en batería y Mario Siperman en teclados. Faltan Ariel Minimal en guitarra –que aunque no sea un fundador, es un Cadillac de ley para el imaginario popular– y el percusionista Toto Rotblat, fallecido en marzo de este año.
También es cierto que el show es breve: siete temas, media hora. Pero eso no quita que la adrenalina contenida por la troupe fabulosa (la que toca y la que baila) en seis años sin shows se libere. De todas formas, lo que ocurrió anoche en el Planetario (en rigor, en un escenario montado a una veintena de metros) fue una carta de presentación que no precisa membrete. El “Yo te avisé” de la campaña gráfica y los rumores de siempre habían oficiado de tales. Así, en una noche fría, LFC regresaron para tocar clásicos y regalar una nueva composición, “La luz del ritmo”.
A las 18.26 los asistentes, alrededor de diez mil, no aguantaban más. Pero de la risa: a los muchachos encargados de desenrollar el telón que ocultaría la entrada de los músicos de la vista del público les salió mal la jugada y la tela de kiwi terminó desatándose y cayendo sobre los monitores de audio. El hermetismo se rompió. Quizás era de eso de lo que se reía Vicentico, siete minutos después. “Mirá el quilombo que están haciendo”, compartió el cantante con sus compañeros al terminar “Mi novia se cayó en un pozo ciego”, de Yo te avisé (1987), su segundo disco. Detrás del vaho agridulce –mezcla de humo, cerveza y sudor–, la muchachada agitó vehemente. Muchos apenas si gateaban cuando los Cadillacs editaron Bares y fondas, su debut de 1986; pero otros muchos, así como los propios músicos, ya peinan canas.
“Demasiada presión” los mostró en buen estado musical. Despotricar contra el estado físico de rockers de entre 40 y 50 o contra el look homeless de Vicentico no tiene sentido cuando el frontman puede hoy cantar mejor que ayer, cuando Rotman es un viejito piola que no para de agitar, cuando Ricciardi permanece inmutable aun cuando sus bíceps van a mil. Y Siperman es ese profesor de música entrañable para sus alumnas.
Un mes y medio se tomaron para preparar este show, del que no se informó lugar ni horario sino hasta los primeros minutos de ayer. Por eso la convocatoria sorprende y hasta puede parecer discreta, teniendo en cuenta la trayectoria de LFC y el impacto que han tenido en las últimas dos generaciones de rock-escuchas. Cuarenta y cinco días que dieron sus frutos en un show parejo, sin sobresaltos, tocado con mucho resto.
Hugo Lobo, trompetista de colaboraciones intermitentes con la banda, completó una sección de bronces muy correcta, con planos bien al frente y acompañamientos geniales. Matías V, con sólo 23 años, se bancó aceptablemente su primer partido en la primera del rock: le bastó con calzarse los zapatos del Vaino, más que los de Minimal. A José Bale le tocó otro tanto: hacer las veces de Rotblat. Así como hubo reclamos para Rotman, dedicado de lleno a Mimi Maura hace un lustro, hubo recuerdos para Rotblat debajo (“Olé, olé, olé, olé, Toto, Toto”) y sobre el escenario: “Queremos dedicarle este show a Gerardo, que está hoy con nosotros en cada canción, en cada instrumento, está todos los días con nosotros”. “Siguiendo la luna” fue la siguiente, en la que Vicentico se permitió parafrasear a Ian Curtis, figurita de culto para el adolescente porteño circa 2007-08, al lanzar versos de “Atmosphere” durante su performance, repetidos casi como un mantra.
Viniendo de ese clima, en bajada, “Mal bicho” terminó de desatar la locura. Las chicas ya estaban sobre los hombros, los hombres ya estaban bajo los embrujos de las sustancias, y los músicos surfeando y bailoteando ska-punk entre cuerdas, gargantas y cables. “Desde muy adentro, tanto que parece que fuera antigua” llegó “La luz del ritmo” para iluminarlos a todos. Un tema en la línea de los Cadillacs intermedios, con mucho de ska, algo de dub, mucho pedal en bajo y viola y una percusión taladrante. Con ella se fueron despidiéndose, como la última vez, en 2002. Y con “El satánico Dr. Cadillac” volvieron para regalar los últimos estertores de rock del anochecer. El mismo que pasearán desde el 5 de noviembre en su gira por América latina, Estados Unidos y España, que los traerá de vuelta a Buenos Aires el 12 de diciembre, con –en principio– un único show en el Monumental. En el medio, el grupo entrará a estudios para registrar una suerte de Vasos vacíos II, combinando nuevo material y relecturas de viejos clásicos.
No puede dejar de aludirse al episodio del “flaco de la bengala”, un muchacho que, u obviando o desafiando la historia reciente del rock argentino, se le animó a los fueguitos. No hizo falta más que una mirada, de los de seguridad y del propio cantante, para que la apagara. Y Vicentico volvió a sonreír.
Informe: Luis Paz.
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