MUSICA › EL PROGRAMA YO TENGO TANTOS HERMANOS EN EL NORTE ARGENTINO
La etapa norteña del homenaje oficial al autor de “El arriero” incluyó recitales en Abra Pampa, San Salvador de Jujuy y Salta. Hubo mística folklórica, con la participación de Tomás Lipán, Mariana Carrizo y Adrián Temer, entre otros.
› Por Cristian Vitale
Desde Jujuy y Salta
“A este paso, vamos a llegar para cuando Atahualpa cumpla 200.” La Trafic, es cierto, marcha lento. Como puede. Un ensamble de causas, casi todas negativas, provocó que llegar puntual a Abra Pampa se convierta literalmente en una utopía. Había que estar a las seis de la tarde y a esa hora, en punto, las doce personas encargadas de llevar el legado de Atahualpa –cada una en su rol– a las alturas de la Puna, apenas pisaban Tilcara, poquito menos que la mitad del camino. Ya hay signos, leves, de apunamiento. Se mastica coca, se cruzan pueblos de la Ruta 9: Lozano, Costa de Bracena, Humahuaca. “Si pasan bien esta zona, listo... son fuertes. No se apunan más”, comenta Tomás Lipán, esa esponja sonora del NOA, que finalmente cerró la velada en la Escuela Nº 245 de Abra Pampa.
Fue la primera jornada de las tres que pusieron en acto el debut del programa Yo tengo tantos hermanos, en el Norte del país. Los festejos por el cumpleaños Nº 100 de Yupanqui (un emprendimiento solventado por la Secretaría de Cultura de la Nación) comenzaron a fines de marzo en Zapala, Neuquén, continuaron en varias provincias y llevaron los primeros globos en las alturas. Abra Pampa es un pueblo minero, crudo, sufrido. Se dice que es como un plafón logístico de caseríos más mineros, más sufridos, más crudos que están más cerca, aun, de las nubes: Mina Pirquita, por ejemplo. Es viernes a la noche. Mucho frío. Lo que se dice el centro, es una plaza rodeada por calles de tierra y coyas que la caminan tranquilos... a paso Puna. Hay muy poca luz pública, un mercado variopinto que vende desde pollos hasta bufandas de alpaca, y algunos bares, que son como el patio de la abuela: tres mesas, algunas sillas todas distintas y mucho corazón: se toma té de coca, api (un preparado zonal bien heavy que extirpa dolores), café o vino –Toro– tinto.
El recital será en el inmenso galpón de la escuela. Hay un techo de chapa altísimo, unas 300 sillas de plástico frente al escenario, ninguna caldera y un frío que se cuela por todos los huecos. Los coyas, sin embargo, parecen inertes al frío y a la altura. Es la adaptación, claro. Pero también otras versiones que circulan sobre la vida que les toca en suerte: parece que cerró una de las minas de uranio cercanas y en un acto de miserable irresponsabilidad político-empresarial, se dejaron los residuos a merced de la tierra. Y entonces la basura la penetró. Y entonces, llegó al agua. Y entonces, el plomo se instaló en la sangre de las personas. Letal. Lúcida idea, entonces, la de inaugurar la noche con la película de Lucas Demare, en la que el señor del cumpleaños tuvo un rol protagónico, como doctor revolucionario: Zafra.
La imagen en pantalla gigante y un sonido fuerte parecen abrazar a los 300 coyas que ocuparon casi todas las butacas. El argumento de Zafra es, sin más, un retazo fílmico de la historia de la explotación en el Norte durante buena parte del siglo XX. El gran empresario que nunca se ve; el médium entre él y los “administradores” que maltratra, pega y viola las mujeres de los obreros de la caña; y los administradores mismos, encargados de aglutinar mano de obra barata a base de alcohol, promesas mentirosas y cuándo no, cohesión violenta. Es, más o menos, la historia de pueblos como Abra Pampa. “Acá, el que no trabajó en la zafra trabajó en la mina”, cuenta Adrián Temer, otro de los músicos que tocará más tarde. Zafra termina, y no hay aplausos. Hay sólo gestos de aprobación y comentarios en voz baja. El silencio de la Puna, que le dicen. Caras moradas, curtidas, duras. Zapatos con barro.
Después, llega el turno de Augusto Berengan, un gran conocedor de la obra de Yupanqui, que nació en Palermo, pero vive en San Salvador desde 1972. Tiene entre manos la edición ¡original! de Piedra Sola, el primer libro entre los nueve que escribió el payador perseguido, en 1941. El investigador tira data sobre la época en que Yupanqui vivió en Jujuy, recuerda que se definía como un “conversador” en Re menor y toca algunas lindas canciones de la época como “Canción del arriero de llamas”; una buena introducción para que el Chango Tolaba, el cantor de Abra Pampa, no haga más que subirse al escenario, agazaparse –por timidez– en un costado y apropiarse de algunas perlas del cancionero yupanquiano. Poncho rojo, pantalón gris caído, mocasines con barro, pureza del corazón en la mirada, y guitarra a medio afinar: Tolaba sorprende por su estilo. Es el único que interpreta todas canciones de Yupanqui. Temer, que lo sigue, también sube solo y mezcla “La Umpa” –chacarera de Don Ata– con alguna de su autoría que Bruno Arias incluyó en su primer disco: Coplas del Cantor.
Lipán, con su impecable banda, le pone el broche a la noche: charangos, guitarras, sikus, bombos y flautas se combinan, esquivando imponderables, para encender calderas imaginarias y ponerle fueguito a la noche: suenan “Piedra y camino”, “Chacarera de las piedras”, “El avenido”, “Tonada para el remedio”, una zapada en clave de huayno lento que termina con el vientista pasando el erke cerquita de las cabezas del público y un final que aglutina a todos: “Luna tucumana”. Los coyas se evaporan rápido; nadie bailó, pocos cantaron, pero un gran conocedor tira el dato: “Van a estar un año hablando de lo que vieron hoy”. La segunda parada es San Salvador. Lipán, Temer y Augusto ponen todo de sí para repetir, pero no alcanza. Un problema de difusión, amplitud de ofertas o lugar (el galpón abandonado de la estación de trenes) se confabulan para que, como máximo, lleguen cincuenta personas. Algo así como un fracaso.
Tercera parada y revancha. Salta. La Ruta 36, a contramano de la Puna, no tiene montañas de colores, pero sí un paisaje que impacta: un verde profundo que sólo cortan las banderas rojas del Gauchito Gil y alguna que otra barriada popular como General Güemes, casi en el límite con Jujuy. Frente a la plaza 9 de Julio, el Teatro Provincial luce como para olvidar la noche anterior. Más de mil personas y un apoyo local (Cultura de Salta, gestión post Romero) impecable. Esta vez, el (la) crédito local será Mariana Carrizo; el material fílmico, una serie de entrevistas a Yupanqui, los decidores, cuatro inspirados poetas de “La linda” y otra vez Lipán con sus musiqueros. Con quiebres de voz y toques de caja que recuerdan a Leda Valladares, Carrizo, acompañada por dos guitarras y un bandoneón, se zambulle en aquella hermosa canción de amor “Recuerdo de Portezuelo” y en otra, no muy abordada, “Chacarera del pantano”, que levanta al público de las butacas. Un cierre a medida y temporal, porque Yupanqui seguirá festejando por otras tierras: Yo tengo tantos hermanos, se trasladará a Tucumán, en septiembre, y después seguirá hacia Córdoba, Chaco y Formosa... para seguir su ruta.
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