Sáb 30.08.2008
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MUSICA › ENTREVISTA AL LEGENDARIO BATERISTA BLACK AMAYA

“Los gauchos me dicen ‘el rockero’”

El ex integrante de Pappo’s Blues y Pescado Rabioso tiene sobre sus espaldas casi cuarenta años de rock and roll y un día decidió irse a vivir al campo, en San Luis. Allí cambió su vida, pero no tanto: acaba de sacar un CD como solista.

› Por Cristian Vitale

Enlazador de mundos. Resulta que Black Amaya recibió la visita de una vieja amiga, probablemente una hippie de los setenta, y ella le leyó su sello, según la carta astral maya. “Me quedó dando vueltas en la cabeza. ¡Qué lindo título para un disco! Me gustó esa cosa onda Pescado Rabioso”, señala. La explicación “oficial” de este viejo baterista multibandas, es esa relación única, como lazo irrompible, que se da entre un artista y su público: “El músico toca para transmitir, y la gente después lo devuelve”, subraya. Pero, tratándose de Black y su vida, las explicaciones pueden ser infinitas. Por caso, una de las fotos que grafica su segundo disco solista: está sentado sobre el banquito de la batería, trajeado como para una noche de aquellas en cierta sala del blues local, pero en el fondo se ven un campo yermo, dos pequeños árboles y un horizonte que resultan ser las sierras que dividen San Luis de Córdoba. Campo y ciudad.

“Parezco el hombre del más allá... no sé, de Marte”, se ríe. Más mundos enlazados: siempre orbitando en torno del universo del blues y afines, Amaya ha sido parte de las mejores bandas argentinas: del primer Pappo’s Blues a Pescado Rabioso; de La Pesada del Rock a esa versión de “El Salmón”, que ejecutó junto al Indio Solari, para el disco sobre los 40 años del rock argentino piloteado por Lito Vitale. O la mezcla, en tanto sinónimo de enlace, que significa tener sangre indígena y ser un músico de rock: “Mis orígenes son indios, por más que toque rock”, dice.

Pero entre todos, el enlace con más entidad es la dicotomía verde-cemento. “Acá y allá.” Es que hace dos años, Black vive en Concaran, un pequeño pueblo de San Luis, cercano a Merlo. Cuenta que allí tiene un campo de dos hectáreas “pegado a la Ruta 6”, que el vecino más cercano lo tiene a 300 metros y que sólo viaja a Buenos Aires cuando lo invitan a una velada especial, o para algún toque de impulso propio como el de hoy en El Condado (Niceto Vega 5542) con el fin de presentar su flamante disco. “No estoy más de dos días acá... llego el sábado a la mañana, toco a la noche y el domingo me vuelvo. Allá vivo humildemente pero tranquilo, y cuando vengo acá reniego por todo: tenés que conseguir monedas para el bondi, la gente está mal, no se puede manejar... acá es todo muy eléctrico, mientras allá las personas todavía se saludan aunque no se conozcan. Es gente que todavía no está contaminada por las malas costumbres que hay en las grandes ciudades”, contrapone. El Negro Black –lejos, el apodo más bizarro del rock categoría setenta– está cerca de cumplir la vieja utopía antiurbana: se levanta a las ocho de la mañana y, mientras pone la pava, abre el corral para que coman los caballos, suelta las ovejas para que pastoreen, saca a los perros, toca la guitarra, da clases de batería, navega por Internet y eventualmente ayuda a su mujer, Gabriela, en su quehacer de psicoanalista campera. “Vamos a las fiestas patronales de los pueblos... Gaby se viste de gaucha y va a caballo con 20 gauchos más y yo voy con la camioneta de plomo: les llevo los bolsos, la comida y después comemos asado. Me encanta. Son cosas que nunca había vivido.”

–Un rockero compatible con el campo...

–Los gauchos me dicen “el ro-ckero” (risas), pero está bueno. Con mi mujer tenemos un programa de radio que sale de martes a sábado por Radio Municipal (95.9), donde pasamos rock de acá y del mundo. Estoy en contacto con la gente, que me manda mensajes por celular pidiéndome canciones y cuento anécdotas mías con Pappo, y con todos los músicos que toqué.

Enlazador de mundos, entonces, se muestra como un nexo entre el Black con 37 años de blues y rock en las venas (si se toma como punto de partida la grabación del Pappo’s Blues I) y el Black rural, que le saca letra a su entorno de cielo abierto. Siempre bajo el dominio de la tríada blues-shuffle-boogie boogie, conviven canciones con un pie en Buenos Aires (“El amor espera aquí”, “Hace tiempo”) y otras aclimatadas en Concaran como “El águila” o “Perdido en un pueblo”, la historia de uno de los integrantes de su quinteto que se quedó sin plata para el hotel luego de intimar con una chica. O el autobiográfico “No más tragos”. “En los tres tonos de blues es medio jodido manejar las palabras, porque ya está definida la métrica. Yo nunca escribí, siempre toqué la batería atrás, acompañando; ahora me tocó, y no puedo estar diciendo `me tomo una ginebra` para complacer a la gente que toma. Es peligroso hacer una apología sobre una enfermedad, es como cantar una mentira porque además no consumo ni bebo más. Es algo que no me representa, ya lo hicieron Memphis o Mississippi. A mí me identifica más Manal.”

En rigor, entre los –pocos– temas que Amaya eligió para versionar figura “Avellaneda Blues”. También aparecen “Lo que más me gusta a mí”, una vieja canción de sus adorados Gatos Salvajes, y una revisita deformada a “Sombras de la noche negra”, uno de los lados B del doble de Pescado Rabioso, cuyo riff le pertenece. “Está hecha en un estilo Bo Diddley, le buscamos la vuelta para complementar el disco. Era imposible hacerla como Pescado, así de salvaje como era, por eso resultó tranqui. Creo que a las versiones les tenés que dar tu marca, si no son pura copia.” El guiño al rock and roll visceral y áspero de los cincuenta también asoma en el track que inaugura el disco. Black engloba a todas sus “estrellas” (Li-ttle Richard, Jerry Lee Lewis y Gene Vincent) bajo la figura de Chuck Berry. “¡Si Chuck se entera!”, se ríe.

–¿De qué?

–Es un palito para los rolingas que se creen que son rocanroleros y no tienen idea de que Berry existió. Es para los chicos que tocan con un pucho en la boca, meten 20 cervezas en el escenario y tocan re-mal. Eso te cansa. Que investiguen, que escuchen, que cuiden el género y no lo mezclen con percusiones, batucadas y eso... hablemos en serio, el rock no es eso.

–El disco está dedicado a Oscar Moro. ¿Fue su principal referente en el instrumento?

–Sí. Moro era como la síntesis de todos los bateristas argentinos. Un músico versátil que tocó de todo y con todos. Nunca tocaba de más, era muy ubicado y seguía a la canción. El y Rodolfo (García) fueron, además, los primeros bateristas famosos que me dieron bola cuando no me conocía nadie.

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