MUSICA › MARIANA CARRIZO Y LA EDICION DE SU TERCER DISCO, COPLAS DE SANGRE
En su reciente trabajo, la coplera salteña reclama contra la explotación de los Valles Calchaquíes a cargo de empresas mineras. “Es muy doloroso ver cómo se destruye el lugar donde uno creció, por monedas que sólo valen para otros”, reclama.
El cura vendió la yegua
Y el sacristán el potro
Y ahora tienen que montar
Uno encima del otro...
Desde los 18, Mariana Carrizo vive en la capital de Salta, rodeada de iglesias y gente con dogmas en corset. Es menuda, de traza sumisa y rasgos indígenas. Se ríe siempre. No parece pero es como una muñeca brava que, en vez de pasar altanera y tangueando –como la de Discépolo–, le tira dardos incómodos a un imaginario santurrón. Avanza, pilla, sobre lo que otros no: el sexo de los curas –unos cuantos en La Linda–, el hedonismo –casi– campero de su gente, las hazañas de un pat’i lana pueblerino o el estrago que hace el muña muña –un viagra al natural– entre los viejitos. Picaresca casi adolescente englobada en sus coplas para después de las 22, las “yapitas”, entre un todo que involucra algo más. “Es muy doloroso ver cómo se destruye el lugar donde uno creció, por monedas que sólo valen para otros. Estamos, nosotros y los animales, inocentes, sin poder hacer nada frente a esto”, reflexiona, en un lugar que le resulta un tanto impropio. No está en los Valles Calchaquíes, donde nació hace 33 años y la explotación de minas hace estragos, sino en San Telmo, rodeada por un incesante trajinar de motos y colectivos con humo. Ruido hostil en vez de siesta. “Es como si los cerros hablaran y te pidieran auxilio. Los valles son paradisíacos y te desespera no poder hacer nada. Por más que grites y patalees, ellos van”, sigue ella, tratando de correr el contexto hacia arriba.
Es el único momento en que Mariana cambia el gesto. La parte seria, Coplas de sangre, el nombre de su flamante tercer disco, no alude a la picaresca pueblerina sino a un pesado estado de cuestión. A una violación de tierras libres, de paisajes bellos y valles, motorizado por voraces grupos empresarios que están destruyendo la naturaleza del NOA. Y ella, apenas con una caja como la de Leda Valladares y esa voz que se quiebra, divina, en cada baguala, se siente un grano en la inmensidad. “No sé, yo me permito el gusto de soltarle un poco más las riendas a mi libertad, con respeto y de a poquito”, modera. A las yapitas simpáticas, entonces, sucede un tendal de coplas que hablan más bien del triste silencio calchaquí más algunas versiones del acervo popular folklórico: “Zamba de la Candelaria”, “Vidala triste”, “Recuerdo de Portezuelo” o “Doña Ubenza”, tal vez la más sintomática. Porque Mariana es un poco como esa hilandera de San Antonio de los Cobres que Chacho Echenique inmortalizó cantando, mientras limpiaba su ropa contra las piedras. “Me persigno por si acaso / no vaya que Dios exista / y me lleve pa’l infierno / con todas mis ovejitas.”
–¿Usted también es de las que se persignan por si acaso?
–Tal cual. A los 8 años, cuando me tocaba tomar la comunión, repetí de grado. No quería ir.
Carrizo, la salteñita de los valles según Horacio Guarany, nació en Cafayate, y creció en San Carlos, paraje ubicado a 220 kilómetros de esa capital donde la iglesia aún le arma la agenda al pueblo. Anduvo, también por Angastaco y no fue poco el tiempo que pasó viviendo al lado del río, sin luz ni agua, a diez kilómetros del primer caserío, con su abuela. “Ibamos de cuando en cuando a comprar lo que necesitábamos, y de repente aparecía una mujer en nombre de Dios. Buscaba a mi abuela y le daba naranjas secas o podridas, a cambio de esos quesos fresquitos o pasas de higo, que tanto le costaba dejar en buen estado. Dios era la tarjeta de crédito. Ella, pobre, no lo veía: antes de dormir rezaba un padrenuestro, tres avemarías, un credo para cada santo, qué sé yo, estábamos como dos horas rezando.” El influjo católico llegó hasta su deseo más íntimo: cantar. Dice que empezó a los 8 años y jamás paró. Que su padre, “un hijo del viento”, no la dejaba. Le decía que iba a entrar en el camino de la perdición. “Mis padres no me comprendían, porque si me hubieran atendido... no sé. Mi papá, por una cuestión cultural, decía que si me dedicaba a cantar, iba a ir por el camino de la perdición... capaz que no se equivocó y yo creo que estoy bien”, se ríe sin parar.
–¿Qué hacía? ¿Se escapaba?
–Sí. Quería cantar donde sea, en cualquier lugar. Aprovechaba cuando llegaban los contingentes de jubilados al pueblo a pasar el día y le hablaba al dueño para cantar en la hostería... me acercaba a los viejitos, les daba de comer y después cantaba, pasaba el sombrero, iba a mi casa y cobraba... así fue, hasta que me echaron de casa.
Tras el portazo, Carrizo pasó a cantar coplas en el Tren de las Nubes. Lo hizo durante 8 años. “Iba vagón por vagón y junté plata para grabar mi primer disco, la gente me lo pedía”. Se llamó Coplas y bagualas. Tenía 21 años. Después llegó Libre y dueña, y un reconocimiento, junto a él, bajo el rótulo de revelación. Mariana es baguala reencarnada.
–¿La retó algún cura por las “Coplas guasas”?
–No aún. Hago todas las coplas en vivo, las guasas, la del pata’i lana... son como las malas palabras, están ahí y las decimos todos. Lo que ocurre en Salta es que la gente se reprime y espera que lo diga otra persona. Pero las coplas expresan el sentimiento de cada ser, en cada instante de su vida. Por más que uno la cree, si no la canta el pueblo no es copla y las mías las cantan.
–Muy sentida su versión de “Recuerdo de Portezuelo”...
–Yupanqui ha pintado los lugares de manera muy particular y tal cual como son. Logró trasladar allí a las personas que no los conocen... quise hacer un poquito de eso. Algunos dicen que era resistido en Salta, pero yo no me doy cuenta de eso. Creo que sus zambitas no reconocen límites regionales.., no sé, mi abuelo cantaba “La viajerita” a cualquier hora.
Esa zambita que bajó de los cerros, como Mariana...
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