MUSICA › REM CERRó EL PERSONAL FEST CON UNA PERFORMANCE DE ALTA INTENSIDAD
Michael Stipe, Mike Mills y Peter Buck comandaron una noche que combinó clásicos, perlas recientes y versiones intimistas en un contexto multitudinario. “Con su permiso, queremos volver a tocar pronto”, dijo el cantante.
› Por Roque Casciero
¿Descomunal? ¿Brillante? ¿Increíble? Hmmm... Gusto a poco: todavía está por inventarse el adjetivo para describir las sensaciones disparadas por REM en su segundo show en la Argentina. Es que, durante casi dos horas, el trío norteamericano sencillamente la rompió, paseando a más de 30 mil personas por buena parte de su discografía riquísima. Hubo hits inoxidables, perlas oscuras, versiones de piano bar y de fogón, guitarrazos energizantes, intimidad para multitudes, lágrimas irrefrenables y más. Todo cortesía de una banda que se mostró vital y vigente a pesar de estar cerca de los treinta años de carrera. Michael Stipe (voz, carisma, genio y figura), Peter Buck (guitarra Rickenbaker recuperada) y Mike Mills (bajo, piano y sombrero de cowboy) disfrutaron del contacto con un público fervoroso que agotó las entradas para la segunda fecha del Personal Fest 2008 y que coreó los nombres de cada músico con verdadero cariño. Fue, en resumen, una noche de altas emociones, de ésas que no llegan a describir los adjetivos. Y también el cierre perfecto para un festival de nivel internacional, por el cual ya habían pasado Kaiser Chiefs, Bloc Party y The Mars Volta (y el viernes The Offspring, Spiritualized, The Jesus & Mary Chain y !!!).
“Living well is the best revenge”, que abre el reciente Accelerate, sonó todavía más enérgico en el comienzo del show de los de Athens, Georgia. Dos guitarras (la segunda a cargo de Scott McCaughney, líder de Minus 5), bajo, batería (Bill Rieflin) y la voz intacta de un electrizado Stipe fue todo lo que hizo falta para que la multitud entrara en sintonía con REM. En realidad, también hay que mencionar al trabajo de imágenes: fue lo de lo más creativo que se haya visto por aquí, con efectos diferentes para realzar cada canción. Después de “I took your name” sonó el primer hit de la noche, “What’s your frequency, Kenneth?”, y el ciudad se puso a bailar con estos padres del rock alternativo, a su vez descendientes del punk neoyorquino, los Beach Boys y los Byrds. El rescate de “Driver 8” (de Fables of the reconstruction, 1985) fue anunciado por Stipe como homenaje a la esperanza de cambio en su país, de cara a las elecciones presidenciales; “Man sized wreath” estuvo dedicada George W. Bush, tan silbado como aplaudida la imagen de Barack Obama en las pantallas (¿?).
Entre canciones del último y muy buen disco (“Hollow man”, “Horse to water”), el trío metió una larga lista de clásicos como el notable “Everybody hurts”, capaz de dejar 30 mil corazones hechos un amasijo latente. Stipe se bajó de la pasarela para saludar en persona durante “The one I love”, se puso a bailar frente a una de las pantallas de los costados mientras Buck pelaba el solo de “She just wants to be”, y recurrió a un megáfono para “Orange crush”. Para “Nightswimming” sólo quedaron Stipe, Mills (piano) y McCaughney (teclado) en un costado del escenario; ahí mismo hubo cuatro guitarras acústicas y piano para “Let me in”, en la que el calvo cantante patinó en los estribillos. “It’s the end of the world as we now it (and I feel fine)” cerró el primer tramo con un Stipe encendido, que arrojó a la multitud las letras de las canciones que tenía en un atril (y a las que nunca había recurrido). Los bises arrancaron con “Supernatural superserious”, continuaron con la inmortal “Losing my religion” (a pura mandolina), “The great beyond” y el moño de “Man on the moon”, con 30 mil personas saltando de la emoción. “Con su permiso, queremos volver a tocar pronto”, soltó Stipe. La respuesta del público todavía está soplando en el viento porteño.
Aunque el memorable show de REM (incluso mejor que el de 2001, hay que decirlo), haya empequeñecido todo lo demás, en el resto de la segunda fecha del Personal Fest hubo grandes momentos. Por ejemplo, la avalancha hitera y new wave de los Kaiser Chiefs, que repasaron sus tres álbumes con acierto (muy coreados “Ruby”, “I predict a riot” y “Oh my good”) y con el frontman Ricky Wilson decidido a no tomar prisioneros. Gran debut en Buenos Aires para el quinteto de Leeds. No corrieron igual suerte los Bloc Party, cuyo show sólo fue correcto. Daba para esperar más del cuarteto multiétnico liderado por Kele Okereke, sobre todo porque sus tres álbumes muestran una interesante reinvención del postpunk británico (con The Cure y P.I.L. como grandes referencias). El cantante trató de ponerle onda y el guitarrista Russell Lissack mostró toda su inventiva, pero algo no terminó de cerrar: quizás haya tenido que ver con que no llenaron el escenario principal; un enroque con los Kaiser Chiefs tal vez hubiera beneficiado a ambos. Antes, cuando el sol todavía calentaba el Ciudad, los Mars Volta habían hipnotizado con un set lisérgico e intenso. Durante casi una hora –-con poquísimas pausas–, el violero zurdo Omar Rodríguez–López y el cantante Cedric Bixler–Zavala (que arrancó con los dientes parte del decorado), acompañados por cuatro músicos excepcionales, conjuraron los espíritus de Led Zeppelin, King Crimson y Carlos Santana. Fue un maelström de zapadas, aullidos y electricidad difícil de absorber enseguida, de tan impactante que resultó, pero que dejó con ganas de más.
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