MUSICA › BELA FLECK, ANTES DE SUS CONCIERTOS EN EL TEATRO GRAN REX
Junto a The Flecktones, el banjista presentará Jingle all the way, “un disco que no se toma a sí mismo demasiado en serio”. Perfil de un músico al que suele identificarse con el jazz, pero que ha sabido transitar infinidad de caminos.
› Por Santiago Giordano
Su mérito se divide entre haber llevado al banjo más allá del sostén rítmico y armónico que servía al bluegrass –la música country del Kentucky– y el jazz de los orígenes y haberlo hecho con un alto concepto musical, más allá del virtuosismo solista. Desde su instrumento, Bela Anton Leos Fleck es un músico de fronteras, de ésos para los que el jazz más que un mundo por habitar es una plataforma de partida hacia las más variadas excursiones. Entre lo extravagante y lo natural, este neoyorquino clase 1958, cuyo nombre, producto del homenaje paterno a los compositores Bartok, Dvorak y Janacek, resultó ser un destino, descubrió el banjo por TV siendo adolescente. Se formó con maestros como Tony Trischka, para después asistir a la High School of Music and Art de New York. Más que un estilo, forjó un temple musical, tocando con muchos y diversos. Desde músicos con rótulo de clásicos, como el contrabajista Edgar Meyer, el guitarrista John Williams, el violinista Joshua Bell, al jazzero Chick Corea, pasando por Abigail Washburn –con quien fusionó bluegrass y música tradicional de la China, por ejemplo–, Bela Fleck desfondó las bateas del crossover y la fusión, especialmente con su banda The Flecktones, esa especie de laboratorio que formó en 1988 y que mañana y el miércoles llegará nuevamente a Buenos Aires, al Teatro Gran Rex.
Junto a Víctor Wooten (bajo), Roy “Future Man” Wooten (drumitar, esa suerte de batería electrónica que se cuelga como una guitarra) y Jeff Coffin (saxo), Fleck presentará Jingle all the way, un disco con holiday songs, canciones tradicionales para las fiestas de guardar, que más que parte de un gesto posmoderno de sacralización de lo kitsch, son la excusa para el formidable despliegue instrumental del cuarteto. “Desde que comenzamos con The Flecktones nos divertimos tocando holiday songs”, cuenta Fleck a PáginaI12. “Siempre hablábamos sobre la posibilidad de hacer un álbum con esa música, pero nunca se daban las condiciones. Hasta que sentimos que este era el momento indicado.”
El hecho de trabajar sobre canciones escuchadas desde la más temprana niñez, y por tanto absolutamente familiares, como “Jingle Bells”, “Silent Night” o “Sleigh Ride”, abre otras posibilidades hacia la experimentación y la elaboración de un sonido que para The Flecktones tiene mucho de nuevo. “De hecho, es la primera vez que hacemos una grabación sin que la mayoría de los temas sean de autoría nuestra”, afirma Fleck. “Trabajando en torno de estas canciones muy conocidas se creó un ambiente creativo muy potente, simplemente porque no pertenecían a nadie en el grupo. Cuando con The Flecktones arreglamos una de mis canciones, tengo un fuerte sentimiento sobre lo que estoy buscando, porque yo la compuse, y el resto del grupo tiene deferencias hacia quien escribió la pieza. En este caso todo fue más libre. ¡Como no lo teníamos a Bach al teléfono, podíamos hacer cualquier cosa, lo que quisiéramos!”
–¿Cómo colocaría este disco respecto de otros de The Flecktones?
–Es un disco divertido. No se toma a sí mismo tan seriamente.
–Se identifica a The Flecktones con el jazz, pero su música va más allá. ¿Cómo la definiría?
–Tocamos música influida por todo lo que hemos escuchado. A pesar de que hay un elemento de jazz, no consideraría a The Flecktones un grupo de jazz típico. ¡Somos muy extraños! Creo que tenemos mezcladas muchas raíces e influencias del mundo y, en este sentido, mi formación en bluegrass desde luego juega una gran parte en hacernos sonar diferentes de otras bandas orientadas al jazz.
–¿Cuál estima que fue su aporte para adaptar la tradición del banjo al lenguaje del jazz moderno?
–Creo que mi mayor mérito es haber estado en la escena más que la mayoría de los banjistas, sobre todo interactuando con músicos de jazz. En el camino aprendí mucho sobre cómo tocar el banjo con esa música. Cada tipo de música que toco me nutre de nuevos lenguajes, que enseguida incorporo para escribir e improvisar.
–¿No existe el riesgo de que esa diversidad le quite profundidad a su música?
–El riesgo se da en la medida en que no tengo tiempo para aprender cada música en la forma completa, como lo haría una persona que sólo hace ese tipo de música. Pero definitivamente prefiero la diversidad, poder hacer muchas cosas diferentes continuamente.
–¿Qué diferencias hay entre el banjo acústico y el eléctrico?
–El eléctrico es una suerte de guitarra eléctrica con mástil de banjo. A pesar de que tiene una cabeza plástica, tiene un tono muy guitarrístico. Esto permite la oportunidad de tocar con más sustain, y a veces más líricamente. Diría que el banjo acústico es mi instrumento principal y el eléctrico es sólo por diversión.
–En la actualidad la música de fusión está abierta a la mezcla de los más diversos géneros. ¿Hasta dónde cree que la música resiste mezclas y hasta dónde importa una identidad?
–Creo que fusión es cualquier cosa que se quiera que sea. No creo que podamos seguir llamando a una música “fusión” basándonos solamente en el modo en que era tocada en los ’70 y ’80.
–Grabó discos con Tony Trischka, Edgar Meyer y Chick Corea, entre otros. ¿Con quién le gustaría grabar en el futuro?
–Estoy esperando ansiosamente mi colaboración con Zakir Hussein y Edgar Meyer. También el proyecto Throwdown Your Heart, que hice en Africa, aparecerá el año próximo; es una colaboración muy excitante con músicos africanos increíbles. Hay tantos músicos maravillosos alrededor del mundo y del jazz con los que me gustaría tocar... Tengo muchas ideas al respecto, pero las revelaré en el momento apropiado.
–¿Cuáles son los artistas del jazz actual que más le interesan?
–Amo a los grandes guitarristas, Pat Metheny, John McLaughlin y tantos otros. También todas las cosas clásicas de Miles Davis, la música de Chick Corea, los trabajos recientes y más viejos de Wayne Shorter. Pero sobre todo siempre he amado a Thelonius Monk.
–¿Qué conoce de la música y de los músicos de Argentina?
–¡Muy poco, necesito saber más! Sé que hay grandes músicos allí. Escucho con gusto sugerencias para escuchar...
–Muchos de sus trabajos fueron nominados al Grammy. ¿Significan algo los premios para usted?
–Siempre es lindo que a alguien le guste aquello en lo que trabajaste duro. Estoy orgulloso de esas cosas, pero antes que los premios, para mí son más importantes la música y los músicos.
–Esas nominaciones fueron en diez categorías diferentes. ¿Eso habla de la amplitud de su música o de las dificultades de la industria a la hora de clasificar músicas verdaderamente originales?
–Las etiquetas a veces pueden ayudar a la gente que vende música para explicar de qué se trata lo que venden, y creo que la música en que estuve metido es difícil de poner en una categoría determinada. Realmente no me preocupa cómo llamen a lo que hago. Pero si alguien me pregunta, trato de ser preciso sobre cada proyecto, de acuerdo con mi propia opinión.
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