Mar 04.11.2008
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MUSICA › OPINIóN

Vuelvan cuando quieran, muchachos

› Por Eduardo Fabregat

“Con su permiso, queremos volver a tocar pronto”, dijo Michael Stipe. Para quienes estuvieron en el Campo de Polo en 2001 y pisaron también el Club Ciudad el sábado, la promesa dispara la excitación. Es que la segunda visita de R.E.M. no hizo más que confirmar todo lo experimentado en aquel debut. Lo cual no puede sorprender a nadie, porque no va a ser a esta altura del partido que se vengan a descubrir los kilates de la banda de Athens. Quienes se prepararon para esta cita como quien concentra para la final del mundo sabían lo que estaba en juego: presenciar la labor de un grupo que no sólo acaba de grabar un disco brillante (¿cuántos grupos darían la derecha por sacar un álbum debut como Accelerate?) sino que posee un directo intachable. Memorable. Electrizante. Agregue Usted El Término Que Quiera, y seguirá sin retratar con precisión lo que consiguen en escena Michael Stipe, Mike Mills, Peter Buck y los “invitados” Scott McCaughney y Bill Rieflin (las comillas son necesarias, porque lo que suena da la impresión de ser producto de cinco tipos que tocan juntos desde la secundaria, no sólo los tres históricos).

Es curioso: generalmente, cuando una leyenda del rock baja a estas tierras, el público y la banda coinciden en la necesidad de un setlist que revise la historia, suerte de greatest hits en vivo que colme tanto tiempo de espera. R.E.M. podría haber tocado todo su disco nuevo (al cabo, no son más que 35 gloriosos minutos) y no habría motivo de queja. Pero, claro, casi tres décadas de historia no se condensan ni se desdeñan así nomás. Entonces sonaron las páginas nuevas, pero, ¿cómo dejar de lado la emoción profunda de “Everybody Hurts” o “Man on the Moon”, la luminosidad de “Imitation of Life”, la irrefrenable catarsis de “It’s the End of the World as we Know it” o la increíble resistencia de “Losing my Religion”, que consiguió sobrevivir al fastidio de la ultra heavy rotation? R.E.M. combinó tan bien pasado y presente precisamente porque es una banda de enorme vitalidad, con músicos aplomados y un frontman endiablado, tan buen cantante como para sospechar que los gallos de “Let me in” fueron premeditados. La única diferencia con 2001 fue que esta vez el cielo no prestó sus efectos especiales: se extrañó la llovizna dulce en “Everybody Hurts”, el súbito aguacero ideal para gritar eso de que es el fin del mundo, sí, y se siente bien.

“Con su permiso, queremos volver a tocar pronto”, dijo Stipe. El rugido de la multitud sólo puede entenderse de una manera: cuando quieran, muchachos. Las puertas de Ezeiza siempre estarán abiertas para R.E.M.

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