MUSICA › ENTREVISTA A SIMON LE BON, VOCALISTA DE DURAN DURAN
El vocalista de la banda inglesa, que desembarca hoy en Buenos Aires con el Red Carpet Massacre Tour, habla del éxito masivo, recuerda sus comienzos en los glamorosos años ’80, pero se niega a caer prisionero de la nostalgia.
› Por Facundo García
Esta noche Duran Duran se presentará por cuarta vez en Argentina. Con el aval de tres décadas recorriendo escenarios, varios videos que jalonaron la historia de MTV y más de setenta millones de discos vendidos, la banda inglesa llevará su Red Carpet Massacre Tour al Club Gimnasia y Esgrima (Coronel Freire y Avenida Dorrego). “Habrá multitudes gritando enloquecidamente”, profetiza el vocalista y compositor Simon Le Bon en una charla que, de haberse extendido, podría haber dado origen a un libro de autoayuda para estrellas pop.
–Usted ha combinado cierta sofisticación con el éxito masivo y comercial. ¿Cómo hizo?
–Te tenés que concentrar en una de las dos cosas. O te jugás por el arte o hacés productos comerciales. Son dos opciones que suelen negarse entre sí. En algún momento, decidimos que íbamos a poner al arte por encima. Esa era nuestra identidad. De no respetarla, nos íbamos a convertir en más de lo mismo. No dejamos de divertirnos ni de esforzarnos, pero supimos siempre que el éxito vendría como consecuencia de eso. Ojo, no es que nos juntamos un día en asamblea a discutir el tema: fue un asunto que fuimos entendiendo paulatinamente.
–¿Qué se siente levantarse un día y leer o escuchar que uno es una leyenda?
–(Seco.) Si me creyera una leyenda, sería un tarado total. No me identifico para nada con eso. Yo siento que me falta cumplir mil metas. Me entusiasma, por ejemplo, trabajar con audiovisuales. Sería genial empezar a ponerle música a películas, o a performances. Continuar indagando la combinación entre imagen y música, aprender. Quizá un día hasta me veas sentarme a componer sobre el escenario en vivo, no sé. Lo único seguro es que me falta tiempo para concretar todo lo que se me ocurre.
Mucho ha pasado desde que una chica llamada Fiona Kemp recomendó a Simon como posible voz para un proyecto musical que acababa de empezar en el bar Rum Runner, allá por 1980. Entre aquel carilindo que cayó al ensayo con pantalones de leopardo color rosado y el señor que hoy deshilvana reflexiones crepusculares, hay una distancia equivalente a la que media entre el anonimato y la celebridad global que hoy lo transporta entre continentes. Pero la ligazón con los orígenes permanece: “Es una lástima que no haya vuelto a hablar con Fiona –se pone New Romantic Le Bon–. A ella le debo haber percibido que quizá yo tenía un talento y que necesitaba una oportunidad para hacerlo estallar”.
–¿Qué impulso interior le da fuerza para seguir creando?
–Bueno, la vida cambia. Lo que tenés que hacer es encontrar cuáles son los aspectos importantes en cada etapa. Hay tipos que juran que ese aspecto clave es el financiero. Yo he descubierto que el eje está en otra parte. ¿Y sabés qué? Al trabajar sobre eso que a mí me moviliza íntimamente, compruebo que lo que hago impacta mejor en otras personas. Más allá de que no les sea familiar mi estilo de vida ni mis rutinas, supongo que sienten la sinceridad. Y entramos en contacto.
Un contacto que, en el caso del público latinoamericano, no necesita confirmación. Aunque haya tenido momentos bizarros. “Cuando llegás a públicos tan diversos, te alegra ver cómo hay fans que toman tus canciones para fines inesperados”, desliza Le Bon. Y desarrolla: “Una de las anécdotas más extrañas que oí sobre la música de Duran Duran se relaciona con la invasión estadounidense al istmo de Panamá, en 1989. Resulta que los marines tenían rodeado a Manuel Antonio Noriega y, previamente al ataque definitivo, pusieron unos altoparlantes en los que sonaba ‘Hungry Like The Wolf’. En fin, al menos fueron bastante explícitos respecto de las intenciones que traían”.
Simon, el tecladista Nick Rodhes, el baterista Roger Taylor y el bajista John Taylor se hicieron un tiempo para festejar el triunfo de Obama en el inicio de la gira que los paseará por la región. “Con el resultado de las elecciones empieza el fin del actual régimen de EE.UU.”, sentenció el frontman en el concierto ofrecido hace unos días en Lima. El líder del cuarteto bromeó al confesar que amaban tanto a Sudamérica que no le costaba imaginarse a Roger Taylor –que tiene novia peruana– cambiando los platillos por la quena.
–¿Piensa que el glam inicial del grupo irá acabándose, como lo hicieron los tubitos de spray que supo vaciar hace veinte años?
–Lo que se mantiene son las intensidades. Por lo demás, el mundo es otro. Opino que es tonto querer recuperar el glam de los ochenta. Si lo veo desde el presente, tengo la impresión de que hemos ido hacia adelante en unos cuantos sentidos. En lo que respecta a la inocencia, por ejemplo. Fuimos una generación de jóvenes completamente ilusa: no vamos a recuperar esa ingenuidad, por la razón elemental de que vimos demasiados sucesos jodidos, punto. Así que supongo que coincidiremos en que antes que ser “el súper glamoroso” o “el que tiene onda”, lo importante es construir una buena vida, en el sentido amplio.
–Cero nostalgia, entonces.
–Sólo la necesaria. Es cierto que en los ochenta tomábamos por asalto otras libertades. Quiero decir, vos veías a los pibes que se arreglaban y se ponían a la moda no porque se los dijera la tele, sino porque ellos querían ser como ninguna otra persona en el universo. Fijate la diferencia: hoy los medios te dan un catálogo gigante para que elijas pelo, ropa, cara, etc. A cambio, te incitan a que no inicies tu propia búsqueda.
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